Ritmos monásticos

Querida Kandi

Una vez regresado a mi monasterio después de asistir como invitado al Capítulo de vuestra Congregación de Castilla, quiero expresarte mi agradecimiento por la Semana que he pasado con vosotras en el monasterio de Santo Domingo de las Calzada.

Han sido unos días muy interesantes de convivencia y reflexión de todos los monasterios cistercienses femeninos, bajo tu presidencia y acompañados por el buen servicio espiritual de nuestro Abad General de la Orden.

Han sido unos días de reflexión en torno a la vida de nuestros monasterios, y de despertar la conciencia en torno a la importancia que tienen hoy nuestros valores monásticos, así como de la necesidad de hacer con ellos un buen servicio a nuestra sociedad. Por esto, he considerado que era interesante enviarte estas líneas al modo de una carta abierta.

La vida de una Congregación cisterciense ya es por sí interesante, pues va más allá de los vínculos jurídicos, es una relación, yo diría de familia, donde prevalecen los lazos de ayuda, de compartir, de estímulo mutuo: vida litúrgica, económica, espiritual...

No es, pues extraño que al inicio nos saludases a todos con la palabra del salmista: es hermoso vivir los hermanos unidos (Salm 132)

Un saludo que no era un mero cumplimiento, sino como el sello de un trabajo serio durante varios años, y en ocasiones con problemas nada fáciles, pero todo vivido y llevado a término con un servicio generoso, siempre necesario en la vida de la monja o del monje. Y aquí siempre con el mismo horizonte: potenciar la unidad de la Congregación.

Hoy, en nuestro tiempo, y en esta sociedad concreta tan amenazada de dispersión, cuando no de violencia y enfrentamiento, siempre es de agradecer poner en juego todo un esfuerzo de servicio para crecer en la unidad y en la reconciliación. Yo creo que es el signo de una fe madura.

En esta línea habló una palabra de profunda sabiduría nuestro Abad General en un comentario exegético de las parábolas del Hijo Prodigo y del Buen Samaritano, que venía a subrayar la fecundidad de un Dios Padre que siempre sorprende a nuestra infidelidad con nuevos signos de vida y de fecundidad. Lo cual es hoy algo trascendente cuando nosotros nos acostumbramos a “sobrevivir”, dejando de vivir con el "deseo de la plenitud". Dios es la fuente de la vida, y quiere sumergirnos en su caudal de vida, para ser como hijos suyos creadores de vida, potenciadores de vida.

¿Y no es potenciar la vida, sugerir caminos de vida, de amor…. Exhortar a tener una vida de buena relación, a tener una comunicación fluida, una solidaridad fraterna… hechas verdades vividas en el afecto y el cariño y en la ayuda mutua.

Estas líneas, o estos sentimientos no son patrimonio exclusivo de monasterios sino de la misma existencia humana. Si quiere ser verdaderamente humana.

Bien, pues en todo esto se mueve la inquietud de la Congregación. No obstante ser una inquietud vivida dentro de una palpable debilidad: comunidades con dificultades de edad y de salud en sus miembros, con escasez de vocaciones… Pero, no obstante es una buena ocasión para vivir la Palabra, para mostrar la madurez de nuestra fe, recordando la enseñanza de san Pablo: Cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte (2Cor 12,10)

Sólo que esto estamos llamados a vivirlo no con lamentación sino con la confianza en un Dios Padre, siempre fecundo como fuente de vida nueva, y que nos quiere fecundos en estos tiempos nada fáciles para una fecundidad espiritual.

Pero todo resulta más fácil cuando se contempla y se vive bajo el prisma de la Misericordia. Todos estos sentimientos están también impulsados por este movimiento de misericordia que ha levantado como un vendaval bonancible la iniciativa del Papa Francisco, y que esperamos no pase a mejor vida con el final del año, sino con el final de nuestra vida, cuando verdaderamente caigamos en los brazos amorosos del Padre que nos recibe en su casa no ya como trabajadores sino como hijos, regalándonos la plenitud de la vida.

Una mirada de ternura. Mirar con el corazón… Un corazón que da la impresión que hemos subido al desván para quedarnos tranquilos. Hay que bajar el corazón de ese espacio de objetos inútiles que es el desván, para que vuelva a recobrar la alegría ejercitándose en lo que es propio suyo: mirar con sensibilidad humana, mirar con ternura, con amor…

Tomás Merton decía: … ya no somos profetas. Nuestros monasterios no dan al mundo moderno ninguna vocación profética. El carisma profético es un don de Dios, no un deber del hombre.

Por otro lado si no se nos ha dado el don de Dios, tal vez nosotros no nos hemos preparado para recibirlo. Los contemplativos tendrían que ser capaces de decir al hombre moderno alguna cosa de Dios.

Y me pregunto: ¿Acaso todo esto que vengo escribiendo no tiene fuerza para decir al hombre moderno alguna cosa de Dios? Pero, evidentemente, no desde un corazón recogido en el desván.

Querida Kandi, sigue con el corazón en tus manos
José Alegre
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