Valores de la vida monástica: La lectio divina

La lectio divina practicada desde muy antiguo por la Iglesia de Oriente y sistematizada por los monjes cartujos, pertenece a lo más propio de la Iglesia católica. No es una extraña técnica zen, ni la última moda de un best-seller de la espiritualidad. Cuando Benedicto XVI la recomendaba tanto a los jóvenes como a los religiosos ha hecho “como el padre de familia que saca de su arca cosas nuevas y cosas antiguas" (Mt 13,52). Es uno de los tesoros espirituales que conserva la Iglesia y que está a disposición de todos los cristianos.

Cualquier cristiano puede practicarla, que es como decir que todos los cristianos deberían iniciarse en ella. No es una exquisitez propia de almas escogidas, ni un arduo camino espiritual asequible solo para los más preparados.

La lectio divina consiste en orar con la Biblia. Toda ella es Palabra de Dios. Lo cual significa que es un libro vivo, donde Dios te habla a ti, te habla de tus cosas: de tu vida, de tu trabajo, familia, de tus miedos y angustias, de tus alegrías… Cuando Dios habla a Abraham o Jesús habla con la Samaritana, tú eres Abraham, tú eres la Samaritana. La Escrituras Sagradas te van descubriendo a ti mismo tu auténtica verdad.

Los protagonistas de la Biblia son Dios y el hombre; Dios y tú. La Biblia es la carta de amor que Dios te escribe hoy a ti.

La Biblia nos permite encontraros cada día con Cristo, verdadera Palabra de Dios. Y este encuentro es una obligación de todo cristiano para reavivar su fe. Pues nos puede pasar como sucede en la vida de tantos matrimonios que descuidan vivir cada día la seducción del amor, y así vienen las crisis de los 5 años, de los 20, de los 40, o, si me apuráis, nada más volver del viaje de novios.

Cada día necesitamos vivir la seducción de Dios, dejar que Cristo nos seduzca, como sedujo a sus discípulos por los caminos de Palestina. Pero lo que entonces fue un encuentro con la presencia humana de Jesús de Nazaret, hoy, esta presencia, se nos hace real a través de la Sagrada Escritura. Así nos lo sugiere san Pablo en su carta a su discípulo Timoteo: “persevera en la doctrina que te han enseñado, recordando que las Escrituras que te han enseñado tienen el poder de darte la sabiduría que te llevará a la salvación…" (2Tim 3, 14-17).

Esta Palabra es la que actualizamos en nuestra existencia, mediante el encuentro con ella. Es el camino para dejaros seducir por Dios que en Cristo nos ha amado hasta el extremo, y de modo gratuito. Pero Pablo todavía añade unas palabras más que son toda una sugerencia para vivir la experiencia de la lectio divina: “todo escrito inspirado por Dios, sirve para enseñar, reprender, corregir, educar en la rectitud; así el hombre de Dios será competente, perfectamente equipado para cualquier tarea buena”.

Aquí tienes 4 verbos muy importantes para el juego de la seducción de Dios en el ejercicio de la lectio divina:

Enseñar. Quien ignora la Escrituras ignora a Cristo dice san Jerónimo. Necesitamos dejarnos enseñar por ellas en un contacto asiduo, intimo. Cristo enseña con autoridad. En la lectio podemos vivir una relación personal viva con la persona de Jesús de Nazaret, que nos va iluminando en el camino de la vida

Reprender. Al proyectarse la luz de su Palabra sobre las sombras de nuestra existencia personal. Un reprender o convencer, ya que no se trata de un aprendizaje de memoria, sino de abrir el corazón a la Palabra de Cristo, de modo que la hagamos nuestra.

Corregir, pues la luz de la Palabra no solo ilumina nuestros espacios oscuros, sino que tiene fuerza, vitalidad para corregir lo defectuoso en nuestra vida, aquello que no está de acuerdo con la sabiduría divina. Y en esta relación personal con Cristo a través de su Palabra, no solo es un corregir aséptico, sino que tiene lugar una tarea de educación.

Educar pues sería el cuarto verbo. La palabra educar significa sacar desde dentro, traerlo a la luz. O sea que la capacidad para la fe, para la vida de amor todos la tenemos dentro, pero debemos dejar que la Palabra de Cristo haga su obra en mí y me lleve a la madurez. Que consiste en pasar haciendo el bien, para que no haya crisis de fe en mi vida.

Pero viendo el duro panorama de nuestro tiempo, la superficialidad de nuestra vida de fe, me pregunto si pueden ser verdad aquellas palabras del filósofo Kierkegaard:

Estaré a solas con la Palabra de Dios, para escuchar lo que es una carta de amor de parte de Dios... Pero voy a hacerte una confesión: yo no me atrevo aún a estar absolutamente solo con la Palabra, en una soledad en que ninguna ilusión se interponga. Y permítaseme agregar: aún no encontré al hombre que tenga el coraje y la sinceridad de permanecer a solas con la Palabra de Dios. ¡A solas con la Palabra de Dios! Después de abrir el libro, el primer pasaje que cae bajo mis ojos se apodera de mí y me apremia; es como si el propio Dios me preguntase: ¿Pusiste en práctica eso? Y yo tengo miedo, y evito su cuestionamiento prosiguiendo bien rápido mi lectura y pasando curiosamente a otro asunto.


Querido amigo, querida amiga, puedes columbrar que la lectio divina requiere coraje, y, como decía Santa Teresa, “una determinada determinación”. Como la vida misma. Pero la vida, amigo, amiga, la vivimos, o, como decía el poeta, “nos la viven”.
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