Valores de la vida monástica: El trabajo
Yo creo que son dos palabras cuyo valor o actualidad no se reduce solamente a una vida monástica, sino más bien a un crecimiento de la persona humana. Ésta necesita de una espiritualidad que le ayude a crecer, no solamente como monje, sino como cristiano, e incluso como persona humana, pues la persona no es mera materia, sino que tiene un componente espiritual importante, que cuando olvidamos, o no consideramos lo suficiente, venimos a provocar la degradación de la misma.
Basta repasar el panorama de la sociedad, para comprobar, fácilmente, por un lado el dominio creciente de lo material, y, por tanto, la creciente ausencia de unos valores que cuartean la sociedad, que dan lugar a un desequilibrio también creciente de la misma y de las personas. También es verdad que hay quien busca, que desea abrirse a la experiencia de unos valores espirituales. Creo que, hoy más que nunca, no puede estar ausente de nuestra sociedad esa breve palabra, intensa y rica en matices: ora.
San Benito tiene expresiones preciosas: "Levantémonos de una vez, pues la Escritura nos anima: “Ya es hora que os despertéis”…"
Hago referencia al ora como una base espiritual importante y necesaria para un desarrollo digno de la segunda palabra: labora. El trabajo.
También Benito tiene expresiones que no tiene desperdicio en relación al trabajo: “La ociosidad es enemiga del alma, por esto los hermanos deben ocuparse a unas horas determinadas en un trabajo manual”.
Parece que nuestra sociedad no ve enemistad entre la ociosidad y la persona humana. Quizás, de esto son más conscientes los que se ven obligados al ocio en esta sociedad del paro, cuando experimentan la dificultad de encontrar un trabajo digno. Quizás, de esto sean menos conscientes nuestros gobernantes que únicamente llegan a recordarnos cifras y promesas cuando llega la campaña electoral.
Otra expresión monástica sobre el trabajo: “Si los artesanos del monasterio han de vender sus trabajos, que miren de no atreverse a hacer un fraude… Y que en los precios no se infiltre el mal de la avaricia”…
Aquí querría resaltar como viene a ser eficaz la base espiritual para obtener una eficacia y un sentido en el trabajo. Pues es proverbial el buen nombre de que gozan los productos monásticos. Numerosos monasterios se podrían citar que justamente se precian de sus buenos productos: conservas, dulces, encuadernación, licores, cerámica…
Son productos que nacen de una cuidadosa dedicación de la persona, que emplea su tiempo en hacer un buen producto, o una obra bella. La persona y el tiempo al servicio de lograr una buena calidad. No hay una búsqueda principal del dinero, sino de un producto de calidad, lo cual, sin embargo, lleva también a ganar unos dineros, necesarios para vivir, y a la vez que pone de relieve la dignidad de la vida personal de quien es su artífice.
No deja, pues, de ser un valor en una sociedad consumista, de usar y tirar, de una sociedad donde lo que va importando más es el atesorar dinero, para luego tener el problema de gastarlo. Y todo esto nos lleva a una sociedad de la corrupción, donde cada día el aire que respiramos es más nocivo para la salud mental de la personas y la salud física de la humanidad.
Decía un Padre del Desierto:
Uno de los ancianos dijo: “Nunca he querido trabajar en algo que fuera provechoso para mí, pero no para los demás, porque tengo la seguridad de que lo que es útil para los demás es bueno también para mí”.
Pero esta sabiduría no la llegamos a entender, creo yo. Los universitarios más capacitados, parece ser que tienen que emigrar a buscar trabajo. Y los buenos artesanos, parece ser que no abundan… Pero esto parece ser normal, cuando en nuestro país solo un 16% opta por los estudios profesionales, cuando en otros países de Europa llegan a optar hasta un 60%. ¡Somos diferentes!