La transparencia del amor
Hace unos años un profesor de Moral daba un curso en una universidad de Roma, y este venía a ser el resumen: “Cuando no somos contemplativos, o manipulamos o nos manipulan”. Solo la actitud contemplativa nos aleja del abuso de la manipulación.
Y no crean que estoy haciendo una apología de la vida monástica, pues aunque en la vida monástica hay contemplativos y contemplativas, no agota ni mucho menos la dimensión contemplativa, que no siempre domina en la vida monástica, ni mucho menos.
Tomás Merton se hacía esta reflexión, para venir a afirmar que gracias a los contemplativos se mantiene el mundo en pie. Pero no ubicaba necesariamente la contemplación en los monasterios, sino en aquellas personas sencillas, perdidas por la geografía de la tierra, que llegan a tener una mirada contemplativa de la vida, que la viven sin urgencia, y respetando y valorando la dignidad de las personas, de cualquier persona.
Solamente contemplar la vida nos permite alcanzar la transparencia de la que tanto se habla hoy día. Un cuerpo transparente es aquel que deja pasar la luz, pero sin dejar ver distintamente los objetos que quedan más allá. Se vislumbra algo más allá del objeto, pero no obstante queda envuelto en un cierto velo de misterio. ¡Hay que mirar… y dejarse mirar! Un misterio que tiene que ver con la dignidad y profundidad de la persona. O con la trascendencia, si nos referimos al misterio en su dimensión religiosa.
¿Es ésta la transparencia que nos preocupa en nuestra sociedad civil? Y sobre todo: ¿Es ésta la transparencia que nos preocupa en la vida de la Iglesia?
Entonces, yo me quedo un tanto perplejo cuando leo que algún obispo va a pedir certificados de transparencia a sacerdotes y agentes de pastoral (catequesis…), ya que es algo que nos lo exige la ley…
O cuando leo que la Conferencia Episcopal va a crear una oficina de transparencia…
Evidentemente, hemos de cumplir la ley; y la Iglesia, obispos, curas, monjes… hemos de ser ejemplares en este punto. Pero vuelvo sobre el tema: ¿todo esto va a hacer de nosotros una Iglesia más viva? Tener unos certificados, unos servicios de transparencia nos van a hacer más sanos y auténticos?... Todo esto nos va a abrir, más y mejor, al Misterio de Dios manifestado en Jesucristo? Porque, para nosotros los creyentes de esto se trata: de vivir la transparencia del amor; vivir la transparencia del Misterio de Cristo. Y esta vivencia no está supeditada a las leyes, en cualquier caso para cumplirlas como buenos ciudadanos, sino por encima de todo supeditada a la ley de Cristo, que él mismo promulgó con la entrega de su propia vida. Por ello nuestra ley debe ser otra, aquella que pasa por la expresión de san Pablo: “El amor de Cristo no nos deja escapatoria” (2 Cor 5,14)
¿Dónde quedan aquellas palabras de Jesús?
En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros (Jn 13,35). Tanto tiempo que llevo entre vosotros y no me conocéis (Jn 14,9). Mis credenciales son las obras que hago en nombre de mi Padre (Jn 10,25).
¿Son éstas, nuestras credenciales? Es ésta, nuestra ley? La ley del amor, de ese amor que contempla la vida y descubre el latido de Dios en la belleza de la creación y la contempla en la dignidad de cada persona?
Damos la impresión de que nos movemos más en la telaraña de leyes de esta sociedad opresora… que no en el ritmo más humano de una actitud contemplativa. Y así se nos puede escapar la transparencia, la auténtica transparencia que necesita percibir el hombre hoy: su parentesco con el misterio a nivel de cada persona concreta. O viniendo más a lo profundo su parentesco con el Misterio que me lleva a recordar la exhortación de san Pedro: “estad con la mente preparada para el servicio y viviendo con sobriedad, poned una esperanza sin reservas en el don que os va a traer la manifestación de Jesús el Mesías. (1Pe 1,13)