¿Desinstitucionalizarse o morir?
“Leones, muertos; perritos, vivitos y coleando...”. Así rezaba el título de una predicación de un conocido "senior global pastor" de una megaiglesia evangélica, después de uno de sus viajes alrededor de Europa. En ellos se admiraba de las impresionantes catedrales europeas, hoy llenas de turistas y vacías de creyentes. Por eso las llama “leones muertos”. En cambio, las iglesias evangélicas, según él muy vivas y en crecimiento (en unos sitios más que en otros, todo hay que decirlo), este pastor las comparada con “perritos” que, aunque pequeños, manifestaban un vigor vital envidiable, si lo comparamos con los “leones muertos” de la vieja Europa, relictos gloriosos de un definitivo pasado.
En este mismo sentido de "perritos vivos y leones muertos", se comenta mucho, a raíz de la reciente visita del Papa a algunos países iberoamericanos, que la presencia católica ("leones") por aquellos lugares, históricamente católicos, está cayendo, mientras los evangélicos ("perritos vivitos y coleando") están subiendo...
Y las razones principales son claras: Los creyentes buscan un encuentro profundo con el Señor, y quieren además disfrutar de celebraciones que sean significativas para ellos. La institución eclesiástica es la responsable última y primera de esta estampida de creyentes de la Iglesia católica que se hacen evangélicos...
Ya Ignacio Larrañaga, fundador de los talleres de oración y vida, declaraba a los medios hace años que la institución eclesiástica no está interesada en que los creyentes aprendan realmente lo que es orar y tener un encuentro profundo con el Señor, con las inevitables y tremendas consecuencias negativas que, por esta causa, estamos padeciendo todos. Y es que, en efecto, a la institución eclesiástica no le interesa propiciar que los creyentes tengan un encuentro ¨directo¨ con el Señor (la conciencia profunda como sacramento-lugar del encuentro personal e íntimo con el Señor), porque quedaría patentemente evidente que no se necesitan intermediarios para tener un encuentro con Dios. Y esta realidad la confirman todos los intelectuales de todas las ramas del saber: antropología religiosa, neurociencias, fenomenología de la religiones, etc., etc. Por eso, la institución sólo estará interesada en ofrecer ¨ritos¨, porque a través de ellos puede seguir teniendo el “control” (su máxima y prácticamente única pretensión de hoy y de siempre, y en todos los órdenes...) sobre la gente.
Y los evangélicos, por el contrario, sí se han dando cuenta de lo que la gente reclama. Y se lo dan. Y eso lo pueden hacer fundamentalmente por su organización “desinstitucionalizada” en pequeñas iglesias ("perritos vivitos y coleando") formadas en torno a un pastor libre y con autoridad que de forma absolutamente libre y con autoridad ofrece lo que puede y sabe. Después, los creyentes van consolidando las iglesias que más les satisfacen, y las demás iglesias, o desaparecen o se asocian con otras iglesias más grandes... De este modo, el agente de evangelización principal es el pastor, libre y con autoridad para desarrollar su ministerio al lado de su comunidad, que les mantiene... ¡y de qué forma!
La institución, en cambio, no evangeliza ni evangelizará jamás. No puede hacerlo. Son las personas las que evangelizan, no las instituciones. Por eso, mientras sigamos manteniendo esta estructura institucionalizada (institución hipostática de poder eclesiástico, eterna, inmutable, perenne, infalible, y demás atributos hipostáticos), nuestra decadencia está asegurada hasta el vaciamiento total.
Urge por tanto una "desinstitucionalización" de nuestra Iglesia ("el desinstitucionalizador que la desinstitucionalizare, buen desinstitucionalizador será...") y liberarnos de una vez de la ideología institucionalista que ha cristalizado como el pensamiento único de toda la Iglesia. Sólo pastores libres, en contacto directo con el pueblo, pueden evangelizar como Dios quiere (“y les dio autoridad...”). Después el "sensus fidelium" y la "selección sobrenatural" harán el resto... y que cada palo aguante su vela.
Desde esta autoridad pastoral, recibida del Señor pero expropiado de ella por la institución eclesiástica, el pastor libre podrá desarrollar su ministerio como Dios y el pueblo quieren: Favoreciendo una unión íntima con el Señor en unas celebraciones llenas de vida y entusiasmo. Esto no lo podrán hacer jamás, ni una institución (por muchas medallas hipostáticas que se autoimponga), ni peones ritualistas sin ninguna autoridad ni libertad (esto es, sacerdotes, en especial los pequeños sacerdotes), sino pastores que evangelizan en primera persona, con autoridad, poniendo y dando lo mejor de sí mismos, para la evangelización, no para el sostenimiento de ninguna institución.
Por aquí pasa, a mi juicio, el futuro de la Iglesia (no hablo de institución eclesiástica) y el futuro del ministerio ordenado. Desde una situación de libertad y de unción para los ministros, se podrá ver más claramente si el Señor suscita y promueve pastores femeninos y demás nuevos ministerios, al servicio realmente de la evangelización, y no para el sostenimiento de ninguna institución decadente.
Desinstitucionalizarse o morir... He aquí el dilema.