¡Envía Señor dopamina a tu Iglesia!
Los creyentes sabemos, por lo menos los que tenemos fe, que es el Espíritu Santo el que anima la Iglesia, desde aquel día de Pentecostés en el que el Señor ungió a sus discípulos disponiéndolos para realizar el mandato misionero que él mismo les encomendó en el momento de su Ascensión: "Id al mundo entero y proclamad el evangelio..." (Mc 16,15). Sin esta unción especial del Espíritu Santo esto no se puede llevar a cabo, ni ayer ni hoy... Por eso hay que orar siempre al Señor para que envíe ese fuego del Espíritu Santo y renueve nuestra Iglesia y la vuelva a encender en llamas de fe, de esperanza y de amor, como tan bellamente cantara San Juan de la Cruz en el famoso poema "Oh llama de amor viva...". Pero como dije en mi primer post, soy partidario de una "mística realista", esto es, el corazón ardiente en el fuego del Espíritu Santo, y los pies bien apoyados en el suelo... y mi cerebro bien atento a los últimos descubrimientos científicos...
Los hallazgos neurobiológicos recientes, hablamos de los últimos 10 años, han descubierto que los estímulos que llegan al cerebro a través de los sentidos y no activan sufucientemente los canales de la dopamina(el principal entre otros neurotransmisores), el cerebro los considerará poco relevantes para ser memorizados y no generarán un aprendizaje significativo, y no pasarán, por tanto, a formar parte de la memoria cortical de largo plazo. Serán recepcionados en la memoria de corto plazo, en el sistema límbico, y no pasarán el "corte" del sueño profundo nocturno, en el que el cerebro discrimina aquella información que merece ser memorizada y aprendida por haber procurado significativa cantidad de dopamina, de la que no. Esta última se olvidará a las pocas horas o pocos días, mientras que la primera será almacenada en la memoria (implícita o explícita) cortical de largo plazo. Allí, el "gestor de la memoria" que tenemos en nuestro cerebro irá colocando el aprendizaje útil y significativo en los primeros niveles de la memoria, mientras que la información que va quedando obsoleta y sin uso, se va situando en niveles de más difícil acceso y recuperación, y al final se acabará olvidando. Esto el cerebro lo hace automáticamente, lo queramos aceptar o no.
¿Y qué tiene que ver esto con la fe? Todo. Si nuestras prédicas, sermones, mensajes por la televisión y demás medios de comunicación, celebraciones litúrgicas, Misas, Vigilias de Pascua, encíclicas, declaraciones pontificias, cardenalicias, episcopales, o de cualquier tipo, no generan suficiente dopamina en el cerebro receptor, hablando claro, por un oído entran y por el otro salen... Por muy solemnes, litúrgicas, ensimismadas, protocolizadas... y por "muy serios" que nos pongamos... la gente no le prestará mayor atención. Es la ley del funcionamiento del cerebro, y el papel fundamental de los neurotransmisores, que vienen a ser las "unidades semánticas" del lenguaje interno cerebral, del que nosotros no tenemos control. Para ser más concreto y que se me entienda: ya hablemos de los no nacidos, del intrínseco valor de la familia, de la libertad religiosa, del derecho a una enseñanza religiosa... incluso de la salvación eterna o del fin del mundo... ya hablemos de lo que sea, si no generamos dopamina suficiente en el cerebro del público receptor (bien por la novedad del fondo del mensaje, bien por la novedad en la forma de comunicarlo; la "novedad" genera automáticamente dopamina, la habituación la inhibe) es decir, si no despertamos interés suficiente en las personas que nos ven o nos escuchan, no servirá prácticamente de nada, serán palabras vacías, y seguiremos predicando en el desierto...
Por eso, con palabras del bellísimo canto de J. Madurga, que tantas veces habré tocado como organista en las celebraciones comunitarias del Seminario de Madrid, basado en el también bellísimo Salmo 103, pidmosle insistentemente al Señor: "Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones..."
Espíritu Santo, si; dopamina, también.