La renovación de la propia Iglesia sólo podrá venir por los laicos, si los laicos se convierten a una fe viva y vivible para el s.XXI


Los laicos hoy tienen la palabra. Pueden aportar una nueva luz, o, en el mayor de los casos, están preparados para recibir una luz nueva, la luz de una fe actualizada y vivible para el siglo XXI, una fe digna de ser vivida en la vida real, no en ritos de capilla donde solamente se oyen lamentos de culpas y sometimientos, que resuenan quejumbrosos y oscuros, venidos de la noche de los tiempos...

La nueva fe se manifestará en los lugares de vida y de trabajo, en forma de cantos de alabanza a Dios, porque es grande y porque grande es su misericordia para con nosotros, y en forma de cantos de acción de gracias al Señor, porque el Señor bendice a su pueblo con toda clase de bendiciones materiales y espirituales. Espirituales, sí. Materiales, también.

Ya estuvo bien de afirmar, explícita o implícitamente, que la pobreza es el destino de los creyentes, y no la riqueza en Cristo. Ya es hora de acabar con la retórica de la Cruz, que se ha convertido en un condicionamiento instrumental que ha producido como respuesta mentes reprimidas adictas al sometimiento y a la obediencia neurótica; la Cruz es la entrada al glorioso Misterio Pascual, que nos da acceso a la Gloria de la Resurrección, nuestro verdadero hogar, llamados a vivirla en plenitud creciente en esta vida, con todas sus consecuencias espirituales y materiales. Espirituales, si; materiales, también.

Ya es hora de acabar con la idea de que la enfermedad es ¨buena¨, la miseria es ¨buena¨, la autodestrucción es ¨buena¨, el sometimiento es ¨bueno¨, y que el pensar por uno mismo (conciencia cierta) es soberbia y pecado.

Es hora de acabar con la creencia de que cuanto más se da al hombre, más se quita a Dios y viceversa. Tampoco es cierta la idea del ¨equilibrio teándrico¨. No se trata de equilibrio, sino de plenitud en Cristo. Cuanto más se da al hombre en Cristo, más se da a Dios en el hombre.

Es hora de acabar con las predicaciones moralistas, que nadie obedece, y dogmáticas, que nadie cree. Es hora de sustituir la figura del ¨clérigo¨, que sólo se busca a si mismo en las sombras de las estructuras eclesiásticas, abandonando al pueblo de Dios, por la del sacerdote pastor. Pastores dabo vobis. Pastores te doy, no clérigos.

Con una fe viva de redimidos, los laicos están llamados a poner luz en el mundo, en la Iglesia y sobre todo en las estructuras eclesiásticas. Todo grupo cerrado tiende a encerrarse más. No tiene control externo alguno que lo modere. Si además se ¨autofunge¨ de una aureola divina, estamos definitivamente perdidos. Y esto es lo que ha ocurrido durante más de 1500 años. Cristo fundó la Iglesia, no la institución eclesiástica en su concreción coyuntural, que es perfectamente criticable, modificable, canjeable, renovable, transferible, desaparecible, etc... Eso sí, la Iglesia, como rebaño santo de Dios, siempre con sus ovejitas y sus pastores, en comunión. Pastores y ovejas, intrínsecos a la esencia de la Iglesia fundada por Cristo.

Y hay varios temas fundamentales en que los fieles laicos con fe renovada deben actuar y pronto. El primero de todos es la degradación del ministerio sacerdotal. Y no me refiero a degradación moral de los sacerdotes, que la inmensa mayoría de ellos son personas fantásticas que quieren hacerlo lo mejor posible, como lo son también la inmensa mayoría de los laicos. Me refiero a la degradación de sus funciones y de su ministerio en este "modelo" pastoral de sacramentalismo sociológico y de parroquialismo que nos ahoga y aplasta a todos, pero en especial a los pequeños sacerdotes. El ministerio sacerdotal del pequeño sacerdote ha quedado reducido prácticamente, como dije en otra parte, a poner en fila a los niños de Primera Comunión y sobre todo a bregar con los padres, que quieren los mejores asientos para poder sacar las mejores fotos para sus hijos. Al día siguiente de celebrado el rito, padres e hijos desaparecerán de la Iglesia. Lo mismo sucede con los bellísimos jóvenes de Confirmación, que al día siguiente de celebrado el rito, abandonarán igualmente la Iglesia. Es una verdadera lástima, pero es la realidad. Y el pequeño sacerdote ve como se consumen sus años de ministerio sin ver prácticamente ningún fruto reseñable de ningún tipo. Y los demás, clérigos "listos", escapan de ese compromiso "como alma que lleva el diablo", para dedicarse a "sus labores" de despacho o de organización del trabajo ajeno, siempre en aras de la promoción allí donde sus padrinos les abran las puertas.

Los fieles laicos tienen derecho a conocer por qué, desde los años 70 hasta el día de hoy, unos 100,000 sacerdotes han dejado el ministerio. Tienen que conocer las causas reales de semejante catástrofe. No pueden esperar a que las estructuras eclesiásticas reconozcan lo que tienen que reconocer sobre este tema. Los laicos tienen que rescatar y levantar a sus sacerdotes.

Aunque algunos laicos están ya "despertando" por fin, muchos otros, piadosos e inocentes, jerárquicos y obedientes (más en sentido neurótico que espiritual), viven absolutamente en la inopia, y no se imaginan, ni en el más remoto de los casos, la realidad que vive un pequeño sacerdote sometido al yugo de este "modelo" pastoral. El otro día les comentaba a una pareja piadosa y creyente acerca de mi visita a un sacerdote con depresión profunda en la unidad psiquiátrica de un hospital. Quedaron absolutamente atónitos ante la mera posibilidad de que un sacerdote pudiera tener depresión. A aquellos ¨santos de Dios¨, y a demasiados otros igualmente aún, les parece metafísicamente imposible que un sacerdote pueda tener depresión, habida cuenta del mundo paradisíaco y beatífico imaginario en que el sacerdote supuestamente vive, según la inocencia y candidez de su creencia. No quise entrar demasiado en detalles acerca de los sacerdotes que padecen igualmente adicciones, soledad, frustración, abandono, mobbing, tristeza, suicidio, etc, para no darles definitivamente la puntilla en su fe ingenua y virginal.

Pero lo que es verdad es que, mientras la inmensa mayoría de los creyentes estén ajenos a esta realidad, jamás podremos salir del agujero. Los laicos pueden hacer hoy mucho más en este aspecto que los clérigos. Pero mientras estén ciegos, no hay nada que hacer. ¡Hágase la luz!

Y sin sacerdotes bien formados para evangelizar en el siglo XXI, ¿quién encenderá en el corazón de los fieles laicos la llama de esta fe viva y vivible que les lleve a renovar la Iglesia y sacarla de la decadencia complacida en la que se encuentra?

Ahí está el detalle, que dijo aquél...
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