¿Amor humano, amor divino? El último Malick, polémica en todos los frentes


Terrence Maclick, tras la magistral “El árbol de la vida” centrada en la presencia de la gracia divina junto a la naturaleza, nos enfrenta ahora a la cuestión última sobre la posibilidad del amor. ¿Somos capaces de amar? es la pregunta.
El relato de Malick tiene un paradójico efecto, se presenta como una confesión, las voces en off terminan por dominar constituyéndose en el lazarillo para interpretar las imágenes. Pero tiene, a la vez y como toda su obra, se presenta con una impúdica pretensión anunciadora, firmar imágenes fundantes, como quien desea decir o mostrar algo definitivo sobre el drama del amor. No es extraño que algunos críticos digan que van a sus películas como el que va a la iglesia..
Lo que pasa es el más elemental melodrama. Neil (Ben Affleck), el que quiere y no puede, se enamora de Marina (Olga Kurylenko, la trasparencia de la belleza), una emigrante que se sumerge poco a poco en una locura de amor. A su lado Tatiana la hija del anterior matrimonio de la ucraniana que acompaña y sufre el amor imposible. En medio la separación y otra relación. Jane (Rachel McAdams, el principio de realidad), la mujer de la pradera representa la esposa llamada a ser madre. Y como telón de fondo el padre Quintana (impresionante la capacidad de registros de Javier Bardem) que en medio de una crisis de fe busca a Dios en el rostro y en las vidas de los pobres. ¿Será posible el amor de Marina y Neil? ¿Se revelará el Dios escondido en medio de la noche oscura del sacerdote?
En el deambular de esta narración bella y exasperante, profunda y epitelial, luminosa y deprimente, casi bipolar en último extremo, el esforzado espectador queda desconcertado. La narración lineal ha saltado por los aires, el diálogo se ha esfumado, la trama es casi una disculpa y el clímax sabes que llega cuando aparecen los títulos de crédito tras cientos de imágenes cautivadoras y una banda sonora poderosa.
En definitiva, Malick nos muestra con atrevimiento de profeta que el amor humano es deseo imposible, los sentimientos y la pasión son nostalgia de la unión entrevista pero no consumada y la unidad ansiada se transforma en distancia impotente. Las fases del amor humano llevan una consigna de caducidad. Pero es el amor a Dios el que contrasta al amor romántico de los seres humanos. Para ello está puesta, como clave de bóveda de la película, la búsqueda del padre Quintana. El amor divino termina por salir al encuentro como iluminación y fuerza rescatadora en Cristo (así directo y sin anestesia). Solo allí descubre el buscador y el nostálgico que el amor es posible. No me extraña que Malick exaspere, aburra, inquiete y atraiga.
Un aviso, algo falta en la antropología de Malick. Ya decía en “El árbol de la vida” que la naturaleza y la gracia son dos caminos. El camino de la naturaleza, el del amor humano es imposible. Solo queda el camino de la gracia. Pero sin embargo, el camino de la gracia se consuma, se “perfecciona” según el viejo “gratia perficit naturam”, trasformando el amor humano y haciendo posible lo imposible. Demasiado trágico y desesperado pues, aunque en estos tiempos es normal que los profetas se conviertan en apocalípticos. Hay que escucharles en una hora en que el amor humano ha sustituido, ¡oh vanagloria!, el amor divino. Malick no podrá leernos el Cantar de los Cantares o el himno paulino de Corintios pero nos lee el Apocalipsis, que es siempre un aviso definitivo.
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