Confesiones al borde del infierno


Con un estilo minimalista, con una puesta en escena teatral pero con un lenguaje radicalmente cinematográfico lleno de elocuencia sorprendente e insospechada, nos adentra Rafael Gordon en lo que podría ser la confesión última de Benito Mussolini. Cargada de ironía sobre el destino y la propia vida, entre la locura y el poder, frente al vacío y la muerte se nos ofrece una reflexión oportuna sobre la soberbia del poder donde se indaga en las fuentes del mal, en el ocaso de la civilización y donde se ocultan ápices de luz apenas.
Rafael Gordon es un cineasta renacentista y autodidacta que ha bebido entre los mejores del estilo trascendental Dreyer, Tarkovski, Bresson y Bergman, a pesar de todo. Sus ficciones son como testimonios biográficos donde se recrea a Isabel, “la católica” (La reina Isabel en persona, 2000), Santa Teresa de Jesús (Teresa, Teresa, 2002) y ahora el Duce. Siempre de la mano de grandes actores, sacando lo mejor de Isabel Ordaz y, en este caso, de Miguel Torres.
“Mussolini va a morir” es un monólogo donde el dictador revisa su vida ante Clara Petacci, mientras pasan juntos sus últimas horas a finales de abril de 1945, horas antes de ser ejecutados junto al lago Como. Desdoblado, entre el personaje del Duce y la persona vulnerable de Benito, intenta dejar caer su máscara ante Clareta, interpretada por Julia Quintana, que logra en su silencio provocar los escasos restos de humanidad del dictador, que es colocado bajo el epígrafe de “el suplicio de los violentos”, séptimo círculo del infierno en “La divina comedia”.
Formalmente la realización se despliega en base a un guion donde la retórica muestra el drama y la palabra alcanza a la filosofía existencial. Los registros de la confesión van del monólogo a la voz en off, del diálogo apenas insinuado a la exaltación fascista, del decaimiento entre miedos a la sinceridad sospechosa y autojustificante. Los objetos, fotografiados por Gaizka Bourgeaud, ayudan a desplegar significados, el espejo que deforma, el afeitado que desenmascara, el agua de la jofaina que fracasa a la hora de limpiar, la sombra que desvanece la humanidad. Incluso los insertos, la cámara lenta o la fotografía se ponen al servicio de la exploración de la conciencia. La banda sonora de Jorge Magaz se teje con algunas piezas clásicas que van punteando el monólogo.
El interés de la película crece al ofrecernos, desde un personaje dictatorial y en definitiva maligno, no tanto la reconstrucción histórica o real del momento, sino una crítica sobre el poder en un tiempo donde su ejercicio público ha colaborado a desencadenar una crisis social de alcance aún insospechado. Fascismo, comunismo, capitalismo, y en el fondo democracia, son dinamitados por los que eligen ser antes martillo que yunque.
Esta meditación, también espiritual, sobre el origen del mal tiene, no solo una vertiente política y filosófica, sino radicalmente religiosa. Eclipsado Dios y manipuladas al servicio del poder las religiones, y también la iglesia, ha quedado el ser humano ante la nada. Pero en la hora última, coram Deo, se plantea este Mussolini-paradigma la necesidad de “un dios vengador que abata mi inmensa soberbia”. Y a nosotros nos deja la pregunta, hasta dónde llegará la misericordia de Dios cuando es tan tibio el arrepentimiento y cuando el amor es un espejo deformado del mal en sí mismo.
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