Exodus, más reyes que dioses. Un colosal con poca inspiración


“Exodus” nos recuerda que el relato bíblico es una fuente inagotable para los argumentos del cine. En este caso poniendo al servicio del espectáculo audiovisual todo el nuevo aparataje tecnológico (3D, efectos especiales especialmente para las masas y en las plagas así como para reconstrucciones históricas del contexto). El argumento se centra en la rivalidad entre Moisés y Ramsés, con la victoria del primero que abre el camino hacia la libertad de su pueblo obedeciendo el mandato de Dios, en este caso representado, con originalidad y acierto, por un niño.
El británico Ridley Scott ya había resucitado el género del peplum en la oscarizada Gladiador (2000), donde un buen guion quedó completado con una gran realización que contó con las actuaciones sobresalientes de Russell Crowe y Joaquin Phoenix. Entre sus primeras películas hemos de recordar Alien, el octavo pasajero (1979), Blade Runner (1982) y Thelma y Louise (1991) que se convirtieron en obras de culto. Sin embargo, en sus últimos films parece haber perdido la inspiración. ¿En qué grupo hemos de incluir Exodus? ¿Entre las películas imprescindibles o entre las exclusivamente comerciales?
Si algo resulta significativo en Exodus es una realización sensacional donde en muchos momentos se ve la mano de un maestro de la composición, resaltemos especialmente la batalla con los hititas, las diez plagas y el milagro del paso del mar. Sin embargo, la película se resiente de un guion superficial en cuanto al estudio de las fuentes históricas egipcias y bíblicas, con desequilibrio y desproporción en el relato, la falta dramaticidad de los personajes secundarios, y la desorientación de la temática de fondo. Se ve que la acumulación de guionistas, incluido el sobresaliente Steven Zaillian -del que hemos de destacar Despertares (1990), La lista de Schindler (1993) y Gangs of New York (2002)- no es sinónimo de acierto.
La película pivota sobre el eje, durante la mayor parte del excesivo metraje (150 minutos), del enfrentamiento entre Moisés, de lo mejor de la película la actuación de Christian Bale, y Ramsés, correcto Joel Edgerton. Ambos bajo la mirada, al comienzo, del faraón Seti, en su línea destacable John Turturro. Para después quedar casi en solitario el duelo de interpretaciones señalado, con la compañía fugaz y limitada de Nun (Ben Kingsley), de Seforá la mujer de Moisés interpretada por María Valverde, de Tuya (Sigourney Weaver) y de Josué (Aaron Paul) entre otros. Tras una interesante presentación de la vocación de Moisés en el episodio de la zarza ardiente, un despliegue sensacional de las plagas y del paso del mar, la película acaba malamente y con prisas pasando de puntillas por el Sinaí y apenas aludiendo a la tierra prometida.
El referente de Los diez mandamientos (1956), del reincidente Cecil B. DeMille que también realizó otra película con el mismo título es 1923, es un mal modelo. Los tiempos no solo han cambiado en las técnicas sino también en la interpretación de los textos que sirven de base. Los grandes temas del relato así la elección y la alianza, el desierto y la tierra prometida o en definitiva la constitución del pueblo de Dios quedan eclipsados por tanto fuego de artificio.
Puntos oscuros. Hubiera sido inteligente poner un narrador-escritor bíblico lo que hubiera dado más juego a las posibles interpretaciones que vencen una lectura literalista. Así por ejemplo, la figura del niño para representar a Dios hubiera quedado más simbólicamente coherente, aunque es uno de los mejores hallazgos del guion. El planteamiento de las plagas y la cuestión de los primogénitos ofrecen más el espectáculo que sentido. Al final queda una imagen de Dios sádico por muy niño que sea. La intención del texto bíblico es resaltar la defensa de Dios de los primogénitos de Israel como futuro de la humanidad. “Dios tiene un designio para su pueblo y, a través de él, para la humanidad; y que la oposición a este designio, entonces y otras muchas veces después, acarrea inevitablemente sufrimiento” (Joseph Blenkinsopp). La ausencia de protagonismo de Aaron, Josué y los mismos Nun, Jetró y Seforá concentra demasiado la acción sobre Moisés desdibujando la imagen de su pueblo.
Asistimos pues a un buen espectáculo durante dos horas y media pero la visión comercial, que sigue los mismos parámetros de las viejas glorias de Hollywood, sacrifica el sentido. Colosal sí, pero con poca inspiración.
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