Moscati, el médico de los pobres. Un himno a la caridad
Moscati, el médico de los pobres es una producción de Lux Vide para la RAI que tiene nuevamente como director, como hemos visto recientemente en “Prefiero el paraíso” a Giacomo Campiotti. En Italia tuvo un gran éxito y se estrenó con el título “Moscati, el amor que cura”, mientras que entre nosotros vemos una versión reducida respecto de las 3 horas del original, más adecuada para el cine que le versión televisiva.
San Giuseppe Moscati fue un médico, investigador y profesor italiano que fue canonizado por Juan Pablo II en 1987. Es, sin duda, uno de los grandes modelos recientes de vocación laical que aúna la pasión por la medicina, la tarea investigadora, el servicio a los pobres y la profundidad de su fe.
La película nos acerca al personaje como un modelo sin fisuras de la bondad y la generosidad servicial. Partiendo de su juventud, en el momento en que termina sus estudios de medicina, le vemos contrastado con su mejor amigo, otro joven doctor, Giorgio Piromallo, que se presentará como su antagonista. Junto a él una serie de personajes irán siento tocados por la vida de este médico santo, el pequeño Agnielo, un chico de la calle; el entrañable profesor De Lillo que en su ateísmo busca el misterio; Cloe la prostituta bondadosa que se convierte ante el amor incondicional; la hermana Helga, monja en el hospital y gran colaboradora; y Nina, su propia hermana de sangre, que seguirá sus pasos muchas veces sin comprender sus excesos. También es especialmente interesante la historia de amor con Elena, una joven aristócrata enamorada de él pero que al final ha de dejar sitio al amor primero de Moscati, los enfermos y especialmente los pobres.
El director especializado en este tipo de películas - como la más reciente “María de Nazaret” (2012), la ya citada sobre la vida de San Felipe Neri (2010) o la recientemente aparecida en DVD “Bakhita” (2009)- pone en práctica una fórmula donde reúne un libreto sencillo, unas actuaciones significativas, una puesta en escena con una lograda ambientación, una confesión cristina tan explícita como militante y todo ello acompañado de fuertes dosis de emotividad. Lo cierto es que el resultado funciona siempre que el público asuma una cierta idealización del personaje, consienta dejarse llevar con lo emotivo y se apunte a dejarse contrastar por una vida ejemplar aunque no demasiado real.
No cabe duda que este tipo de productos tienen un importante espacio entre el público familiar y los creyentes convencidos, aunque sea un poco menos atractivo para personas alejadas de la fe. Puede ser una interesante propuesta para ser vista en familia, empleada por los profesores de religión o los catequistas, así como para grupos donde se puede ahondar en el sentido cristiano e la profesión, la elección del estado de vida, el espíritu de sacrificio, el contraste ante Dios de las grandes decisiones o de las crisis y el poder trasformador de la bondad.
“No es la ciencia la que ha transformado el mundo sino la caridad” estas palabras se presentan como el testamento de este médico que hizo de su vida, corta pero generosa ya que muere con 47 años, un icono del himno de la caridad paulino. Y lo bueno de estas películas, hagiográficas y limitadas cinematográficamente, es que en su ingenuidad ayudan a ser mejores personas. Y por eso gustan a la mayoría.