La serie prolonga la novela Patria, una adaptación necesaria e incompleta
Un relato provisional
| Peio Sánchez
La serie Patria es una adaptación fidedigna de la obra de Fernando Aramburu que lleva el mismo título y que ha sido un éxito comercial. En ella se pone rostro a los itinerarios de sufrimiento de nueve personajes arrasados por la metralla de la violencia en la Euskadi de los últimos veinte años de ETA. Centrada en los sentimientos de los protagonistas y en la indagación del ambiente desea alejarse, aparentemente, de una lectura política. La contundencia del relato al pasarse a la pantalla ahonda en un ejercicio de la memoria necesario, potencialmente curativo, aunque ciertamente incompleto.
La serie de ocho capítulos está producida por HBO bajo la dirección a cuatro capítulos cada uno de Félix Viscarret y Óscar Pedraza, siguiendo un guion acertado de Aitor Gabilondo. La historia de dos familias en un pueblo medio rural y medio urbano cercano a San Sebastián que pasan de ser amigas a replegarse en las dos trincheras de un mundo roto. Dos hechos interconectados. El Txato, padre de una de ellas, es asesinado al salir de su casa. Joxe Mari, uno de los hijos de la otra familia, se hace miembro de ETA y puede tener que ver con la muerte del pequeño empresario. Al protagonismo, dos mujeres antagónicas: Bittori es desolación del coraje, la esposa del muerto; Miren es la amargura erguida, la madre del etarra. A su lado los otros personajes arrastran su pena habitando una tierra lluviosa y tensa, silenciosa y manchada.
El relato audiovisual tiene otra dureza. En este caso es capaz de encarnar vivencias límite como impotencia, incomunicación, desgarro, tristeza, ira o crueldad. Menos profunda que la novela, pero más contundente afectivamente. Aquí las sensaciones son más epidérmicas: la sangre no te la imaginas, los rostros apesadumbrados encarnan los sentimientos y los paisajes afectan al alma. La puesta en escena, a pesar de algunas limitaciones presupuestarias, es real y elocuente para los que hemos habitado esas calles y esos tiempos. Vestuario, maquillaje, localizaciones y fotografía transmiten veracidad. Los actores principales son vascos en su totalidad, muchos de ellos guipuzcoanos. Ellos han vivido o les han contado de primera mano los hechos que representan. Los tienen pegados a su cuerpo. Lo que supone limitación en la selección actoral se convierte en una ganancia para la serie. Todos ellos nos trasladan a un escenario lóbrego con apenas ternura y encuentro.
La serie carga también con los inconvenientes de la novela. La construcción de la ficción es bastante estereotipada y esto se nota más con el paso de los capítulos de la serie. Cada personaje nos ayuda a comprender una parte de un universo complejo, pero las reacciones y el itinerario se mantienen en un esquema previsible. En su descenso invitan a pensar que nada ha cambiado con el paso del tiempo, tras la disolución-derrota de ETA. La tentación de la violencia sigue acechando. Esta rememoración invita al espectador a compartir los sentimientos, sin embargo las sombras se proyectan desde el pasado hacia el futuro. Ahonda en un dolor donde casi no se ve la luz. Por otra parte, el sector abertzale del relato es desposeído de motivaciones, por absurdas que puedan parecer: Joxe Mari es un bruto, Miren apenas puede contener su bilis, Joxian es un pusilánime y de forma atenuada Gorka se aleja silencioso, mientras Arantxa atrapada en la cárcel de su ictus no puede aspirar a una verdadera salida. Esto es un serio problema, la simplificación no ayuda a comprender como unas ideas-sentimientos articuladas como opciones políticas pudieron atrapar en la violencia a tantas personas y durante tanto tiempo.
La fe efectivamente es menospreciada. Miren, el rencor, mantiene su fe como un intercambio de peticiones descabelladas ante un dios-Ignacio de Loyola que calla. Don Serapio, el cura es un abertzale astuto a la vez que bellaco. Representa la frialdad del que ignora el dolor infringido a las víctimas y bajo capa de guardián de la convivencia olvida lo ineludiblemente humano. Ciertamente que este cura forzado, así pasamos de los curas franquistas de nuestro cine a los curas encubridores, no hace justicia a la mayoría de los sacerdotes de Eukal Herria, pero si representa un icono-representación que merece ser tomado como penitencia necesaria: ninguna opción sociopolítica puede destituir al Evangelio.
Ver Patria es un ejercicio sentimental que puede ser curativo. La ruptura del silencio ayuda a la reconciliación. Refleja mucho de lo que pasó, pero no todo lo que pasó. ¡Qué difícil es pedir esto a un relato! El hecho de sacar fuera y poner imágenes pude ayudar a sortear el maleficio. Pero sigue siendo un relato limitado. La desactivación de la tentación violenta forma parte del gran reto humano, del desafío de todos los pueblos. Una empresa quizás humanamente imposible. Aunque seguimos esperando relatos y opciones políticas de convivencia posibles.