War Horse: Cuando el espectáculo eclipsa el sentido
Nueva película de Spilberg en la que a pesar de su pericia narrativa no llega a fraguar una historia que trasmita autenticidad. Su cine siempre se ha movido en la ambigüedad de verdad y artificio, drama y previsibilidad, arte y negocio, pero en este caso termina por decantarse sobre la parte más comercial perdiendo una cierta perspectiva trascendente que fue capaz de ofrecer en películas como “E.T., el extraterrestre” (1982),” La lista de Schindler” (1993),” La terminal” (2004) o “Munich” (2005).
La historia de Joey, un caballo mitad pura sangre y mitad animal de tiro, nos permitirá seguir la historia de sus dueños que van desde Albert, el hijo de un granjero arruinado, el intrépido pero ingenuo capitán del ejército inglés Nicholls, el joven soldado alemán Gunther , Friedrich el cuidador de caballos prusiano, la pequeña francesa Emilie y el sargento Fry. Según el caballo va pasando de mano en mano, de un bando a otro en la Primera Guerra Mundial se nos abre la perspectiva para contemplar a los seres humanos que se enfrentan en distintas batallas y donde el equino queda resaltado con una especial dignidad.
Entre lo más significativo, la secuencia de Joey trotando por tierra de nadie y arrastrando las alambradas que se le van clavando hasta dejarlo inmovilizado. Situación que provocará un inusitado gesto de humanidad cuando dos soldados de ambos bandos que saliendo de sus trincheras liberarán al caballo mientras la guerra se detiene. Al comienzo ha sido recordado el salmo 23 “El Señor es mi pastor” que nos coloca con una fondo religioso.
Sin embargo, esta opción más efectista que significativa no salva una película que demasiado segura de sí misma se prolonga en exceso, donde el guión no termina de encajar dispersando el drama, y donde el final no sólo es previsible sino plano y preciosista. Cierto que en los primeros momentos la cámara llega a atraer por la belleza y la agilidad con la que cuenta los primeros años de la vida del caballo protagonista y las primeras escenas del campo de batalla suponen una puesta en escena que ofrece armonía en medio de la desolación. También resulta sugerente la relación entre los dos caballos que apunta al valor de la amistad fiel que se resalta entre los diferentes personajes.
La metáfora de la humanidad en el caballo no termina de funcionar. Lo que logró Bresson con un asno en “El azar de Baltazar” (1966) no lo logra Spielberg con su caballo de batalla. A fuerza de ensalzar al animal disuelve su valor de símbolo y al colocarlo demasiado arriba malogra el mecanismo de identificación. Este problema se irradia sobre todo el trabajo ya algunos personajes no terminan de ser creíbles e interrumpen la cadena de amistad que suscita Joey.
Ciertamente que no todo son límites. Temáticamente ensalza el valor del sacrificio, la permanencia de la amistad, la posibilidad de la reconciliación, la importancia de la familia y el sin sentido de la guerra. Formalmente la película llega a fascinar en momentos, a emocionar en otros y provocar la participación del espectador. Pero la excesiva complacencia en los propios recursos recorta la veracidad de la historia. Éste es un serio problema del cine más comercial en el que Spielberg milita, tenerlo todo para contarlo bien no siempre no siempre funciona. Ceder tanto al espectáculo vacía la épica que se hace poco honesta y demasiado manipuladora. El regalo es demasiado atractivo hasta que lo abres. Es entonces cuando decepciona.