Las bodas, bautizos y comuniones.

Me parece una vergüenza en nuestra Iglesia. Y ahora que por estas fechas se acercan y he podido declinar invitaciones a todas las que he podido, y tragarme todas las que me he tenido que tragar, que por el momento es solo una, no puedo evitar otra cosa que mirar hacia los obispos y exigirles responsabilidad por consentir que se desnaturalice el matrimonio en una fiesta consumista que causa mucho malestar tanto si te invitan como si no lo hacen.

Te gastas un dinero en un traje, que por suerte mía me compré uno hace dos años y lo guardo y lo saco solo para estas ocasiones, pero al que hay que hacer arreglos. Luego te gastas un dinero en regalos o en dar dinero a los novios. Asisten a un restaurante donde la comida se tira, donde el precio es un insulto a la lógica del bolsillo. Donde piden un solomillo con foie y unos pimientos rellenos de bacalao, y donde semejantes platos tan exquisitos acaban tirados a la basura debido al hartazgo de los invitados. Donde de una tarta enorme, acaba media tarta tirada porque no puedes comer mas. Donde el pan cortado en rebanadas, o el vino, o la bebida en general acaban en la basura. Todo el mundo feliz nadando en la ficticia abundancia que unos no tenemos, y que otros tienen y hasta desprecian.

A mi daría vergüenza aceptar 500 € de una tía en el paro, 200 € de una tía viuda que cobra la pensión del marido, 500 € de otra tía viuda y sin hijos, etc. Y que esas pobres mujeres, acudan a la boda y no puedan comer todo porque el exceso es demasiado para ellas. A mis 28 años, empiezo a notar que hasta esos excesos me hacen mella hasta en mi salud. Pero me causa dolor haber descubierto que los deseos que tenía por casarme algún día ya no son deseos, sino repulsión absoluta porque forzadamente me veo a emular hasta los vicios que no comparto de esta sociedad si quiero pertenecer a la misma. Casi prefiero que me case un cura sin madrina o padrino (sobre todo para ahorrar en peleas y disgustos), sin arroz y flores, sin banquetes, y sin demás excesos, porque me da pena hacer con mi familia y mis amigos lo que unos terminan haciendo conmigo, o incluso hasta pretenden.

No quiero ser el centro de atención de esa manera, no quiero cuando decida casarme algún día, esperar meses o años hasta encontrar una iglesia. No quiero ocasionar grandes gastos ni a mi bolsillo ni al bolsillo ajeno, ni quiero que nadie se ofenda por no ocupar un sitio ansiado en la boda, por poder ir en tal o cual vehículo con sus familiares, por ver que se pueden poner o vestir, por la etiqueta o el protocolo, etc. Pero sobre todo, prefiero antes ser dos y un cura, a todo lo que veo que se hace y que no soporto.

Me encantaría no tener que ir a la fuerza a ninguna boda fastuosa más, pues si opto por la ausencia pareciera que ofendo a los novios y se molesta mi familia. Lejos tengo esa intención, y por eso no te queda más remedio que ir. No desapruebo el matrimonio, sino los excesos que acompañan a la ceremonia del mismo. No deseo ni desangrarme yo ni desangrar a los novios. No deseo participar en el desprecio a la abundancia, habiendo tantos días de escasez para tantas personas incluidas algunas de las que allí acuden, no deseo participar en el desprecio a Don Dinero, pues a Don Dinero no se le puede ni amar ni despreciar porque te puede arruinar la vida. Ni quiero seguir presenciando el obligado óbolo de las viudas, pues estas dan mucho más de los que algunos adinerados presumen haber dado a los novios y que anuncian haberse quedado más contentos que unas castañuelas. Ni deseo seguir viendo la compra de las bendiciones papales, esto último no lo soporto, pues las bendiciones debieran ser gratuitas y no comercializar con ellas tal y como se está haciendo.

Por favor señores obispos, pongan fin a estos desprecios a los sacramentos de la Iglesia. Las fiestas de los excesos son una vergüenza y ustedes solo miran para otro lado. Pongan fin al despilfarro en trajes de novia y novio, al trajecito de capitán marina de las comuniones, a unas ceremonias más fastuosas que religiosas, etc.
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