Bienaventuranzas, según Caffarena
Merece releerse, un cuarto de siglo después, la paráfrasis de las Bienaventuranzas, según el filósofo J.G.Caffarena SJ., que propugna una mansedumbre dinámica (no de opio evasivo, sino de energía constructora de paces), muy necesaria hoy cuando reviven, incluso entre personas supuestamente creyentes, agresividades y venganzas, ensañamientos y rencores.
Escribe así el P. Caffarena:
“Bienaventurado el que ama y ha descubierto la dicha de compartir el mundo.
Bienaventurado quien no se aísla en su pequeñez pensando ilusamente que con eso se va a ”realizar”. Bienaventurado el que ama la vida tal como ella es y no como él tiende a representársela.
Bienaventurado el humano que es capaz de acoger al otro humano más allá de toda consideración de las ventajas que le pueda traer; por encima de las simples leyes de la atracción biológica, por encima también de sus reacciones agresivas. Que ha entendido el perdón sin memoria y la ternura sin retorno.
Bienaventurado el que ha llegado a concebir el inmenso proyecto de la universalidad reconciliada, porque eso ha sido querer realizar a Dios en su imagen; y vivirá así de una comunicación de la plenitud divina.
Bienaventurado el que es consciente de que en su pequeñez es puro don y gracia; y sabe sin embrago sentirse desde ella como responsable del entero Reino de la justicia, partícipe de una mirada divinamente maternal hacia los más débiles y dolientes, las víctimas de la opresión.
Bienaventurado quien no se escandaliza de la pequeñez humana, ni la propia ni la ajena; y cree que es posible que esa pequeñez florezca en la grandeza de una fraternidad sin fronteras.
Bienaventurado quien no se escandaliza de las caricaturas en que el hombre se ha desfigurado en su desconcierto por esa pequeñez y en su deseo desorientado de grandeza individual. Bienventurado quien acepta el dolor de la lucha sin odio por la superación de esa desviación, por el alumbramiento de la verdad.
Bienaventurado quien es capaz de ver la posibilidad de la paz anticipada, quien comprende que la violencia es promesa engañosa, quien encuentra fecundo creer en la bondad nativa del corazón humano; quien se decide a desarmar con la mansedumbre los baluartes de la fuerza.
Bienaventurado quien no se escandaliza de que el dolor y la muerte tengan su tiempo que nunca cabe definitivamente eliminar; quien no se escandaliza de que al Reino no se pueda llegar sin el fracaso. Bienaventurado quien cree que una muerte prematura de profeta es también eternamente fecunda.
(Tomado de José Gómez Caffarena, La entraña humanista del cristianismo, Desclée, Bilbao, 1984; segunda edición: Verbo Divino, Estella, 1987, pp.132-133).
Escribe así el P. Caffarena:
“Bienaventurado el que ama y ha descubierto la dicha de compartir el mundo.
Bienaventurado quien no se aísla en su pequeñez pensando ilusamente que con eso se va a ”realizar”. Bienaventurado el que ama la vida tal como ella es y no como él tiende a representársela.
Bienaventurado el humano que es capaz de acoger al otro humano más allá de toda consideración de las ventajas que le pueda traer; por encima de las simples leyes de la atracción biológica, por encima también de sus reacciones agresivas. Que ha entendido el perdón sin memoria y la ternura sin retorno.
Bienaventurado el que ha llegado a concebir el inmenso proyecto de la universalidad reconciliada, porque eso ha sido querer realizar a Dios en su imagen; y vivirá así de una comunicación de la plenitud divina.
Bienaventurado el que es consciente de que en su pequeñez es puro don y gracia; y sabe sin embrago sentirse desde ella como responsable del entero Reino de la justicia, partícipe de una mirada divinamente maternal hacia los más débiles y dolientes, las víctimas de la opresión.
Bienaventurado quien no se escandaliza de la pequeñez humana, ni la propia ni la ajena; y cree que es posible que esa pequeñez florezca en la grandeza de una fraternidad sin fronteras.
Bienaventurado quien no se escandaliza de las caricaturas en que el hombre se ha desfigurado en su desconcierto por esa pequeñez y en su deseo desorientado de grandeza individual. Bienventurado quien acepta el dolor de la lucha sin odio por la superación de esa desviación, por el alumbramiento de la verdad.
Bienaventurado quien es capaz de ver la posibilidad de la paz anticipada, quien comprende que la violencia es promesa engañosa, quien encuentra fecundo creer en la bondad nativa del corazón humano; quien se decide a desarmar con la mansedumbre los baluartes de la fuerza.
Bienaventurado quien no se escandaliza de que el dolor y la muerte tengan su tiempo que nunca cabe definitivamente eliminar; quien no se escandaliza de que al Reino no se pueda llegar sin el fracaso. Bienaventurado quien cree que una muerte prematura de profeta es también eternamente fecunda.
(Tomado de José Gómez Caffarena, La entraña humanista del cristianismo, Desclée, Bilbao, 1984; segunda edición: Verbo Divino, Estella, 1987, pp.132-133).