Dogmas, metáforas y realidades
Con motivo de la alusión en mis artículos a los aspectos metafóricos y simbólicos de algunas expresiones dogmáticas, en los comentarios al blog me avisaron del peligro de malentendidos acerca de lo metafórico. Prometí aclarar la diferencia entre símbolos débiles y fuertes.
Alguien se extrañó de que llamase metáfora a una expresión dogmática; alguien dijo que la reducía a símbolo; y alguien concilió diciendo que prefería llamar a “Jesús, rostro de Dios”, en vez de “Símbolo”. Hagamos dos aclaraciones, una abstracta y otra concreta. En abstracto: no es lo mismo decir “nada más que un símbolo” que decir “nada menos que todo un símbolo”.
Concretamente, lo diré con ejemplos caseros, vino del país para hacer teología.Ejemplo primero: un símbolo flojo. Tengo una foto de la persona querida sobre mi mesa, la recuerdo con añoranza y beso apasionadamente la foto, ¿qué está ocurriendo? Ese beso es símbolo del cariño a esa persona, pero... por mucho que bese la foto... esa persona está a miles de millas de distancia. El beso a la foto es un símbolo débil. Nada más que un símbolo.
Ejemplo segundo: un símbolo fuerte. Regreso de viaje al cabo de mucho tiempo, me espera en el aeropuerto esa persona, me echo en sus brazos y nos besamos cariñosamente. Ese beso y abrazo son símbolo del cariño y de las ganas de volver a encontrarnos. Pero no son un símbolo débil, como la foto. La persona está ahí realmente. Ese símbolo, “nada menos que todo un símbolo”, es inseparable de la realidad.
Todo esto no es novedad. Se decía en latín al explicar los sacramentos: adde res ad elementum et fit sacramentum, es decir, añades la realidad significada al elemento simbólico que la significa y tienes un sacramento. Los sacramentos realizan lo que significan y significan lo que realizan, El citado abrazo es realidad (res) y símbolo (elementum), ese abrazo y beso son sacramentum amoris. (¡Qué necesidad tenemos de más sacramenta amoris y menos sacramenta condemnationis...).
Al hablar, por ejemplo, de la eucaristía y de la presencia real de Cristo en el Misterio en que convergen muchísimas otras presencias reales o presencias que realizan lo que significan (presencia real en la comunidad, en la lectura de la palabra, en la corrección y reconciliación fraterna, en el compromiso con la persona desfavorecida, en el repartir y compartir, etc.), hay que entender lo que son símbolos fuertes: ni ficción irreal. ni literalidad mágica, sino decir y hacer la realidad por medio dce la configuración de la narración y de la práctica (‘praxis!) de lo que se dice. Pero esto nos llevaría muy lejos, me remito a los artículos sobre la Eucaristía, en Vida Nueva, y sobre la misa en Entrevías, en mi blog.
Volviendo al tema de “Eva y Ave”, respondo: las narraciones de Mateo y Lucas no son: 1) ni pura ficción, 2) ni magia, 3) ni descripción de realidades físico-biológicas. ¿Qué son, entonces? Un decir la realidad de una buena noticia (evangelio) por medio de la configuración narrativo-simbólica, un “decir la realidad por medio de la ficción” (como decía el filósofo hermeneuta Paul Ricoeur). Pero la realidad (el referente, que dicen los lingüistas), no es un tema físico o biológico, sino la realidad del origen o génesis divino de Jesús y de la actuación del Espíritu en todo nacimiento (como explica mucho mejor que yo Xabier Pikaza en su blog).
Me imagino que esto no satisface a quienes quieren un sí o un no sobre lo histórico y lo biológico de la virginidad. Ni el sí ni el no son demostrables; pero, si pensando hipotéticamente, alguien me demostrase el “no”, ¿qué pasaría? Pues nada, que para nada se tambalearía por eso mi fe en Jesús, que es compatible con la hipótesis de lo no-virginidad, como dijo en su día el joven Ratzinger, aunque luego se desdijera, con lo cuál ya no quedó fichado ni frenado en el escalafón y pudo llegar a obispo.
(Nótese que, al decir “hipótesis”, uso el estilo escolástico de santo Tomás en sus “cuestiones disputadas”: era un modo de “curarse en salud” frente a posibles inquisidores y poder ejercitarse en experimentos de pensar diciendo, por ejemplo, “¿qué pasaría si no se hubiese dado el pecado? ¿Se habría dado la encarnación?” Y se enzarzaban a disputar sobre hipótesis, porque tenían tiempo libre y no había entonces televisión...).
Alguien se extrañó de que llamase metáfora a una expresión dogmática; alguien dijo que la reducía a símbolo; y alguien concilió diciendo que prefería llamar a “Jesús, rostro de Dios”, en vez de “Símbolo”. Hagamos dos aclaraciones, una abstracta y otra concreta. En abstracto: no es lo mismo decir “nada más que un símbolo” que decir “nada menos que todo un símbolo”.
Concretamente, lo diré con ejemplos caseros, vino del país para hacer teología.Ejemplo primero: un símbolo flojo. Tengo una foto de la persona querida sobre mi mesa, la recuerdo con añoranza y beso apasionadamente la foto, ¿qué está ocurriendo? Ese beso es símbolo del cariño a esa persona, pero... por mucho que bese la foto... esa persona está a miles de millas de distancia. El beso a la foto es un símbolo débil. Nada más que un símbolo.
Ejemplo segundo: un símbolo fuerte. Regreso de viaje al cabo de mucho tiempo, me espera en el aeropuerto esa persona, me echo en sus brazos y nos besamos cariñosamente. Ese beso y abrazo son símbolo del cariño y de las ganas de volver a encontrarnos. Pero no son un símbolo débil, como la foto. La persona está ahí realmente. Ese símbolo, “nada menos que todo un símbolo”, es inseparable de la realidad.
Todo esto no es novedad. Se decía en latín al explicar los sacramentos: adde res ad elementum et fit sacramentum, es decir, añades la realidad significada al elemento simbólico que la significa y tienes un sacramento. Los sacramentos realizan lo que significan y significan lo que realizan, El citado abrazo es realidad (res) y símbolo (elementum), ese abrazo y beso son sacramentum amoris. (¡Qué necesidad tenemos de más sacramenta amoris y menos sacramenta condemnationis...).
Al hablar, por ejemplo, de la eucaristía y de la presencia real de Cristo en el Misterio en que convergen muchísimas otras presencias reales o presencias que realizan lo que significan (presencia real en la comunidad, en la lectura de la palabra, en la corrección y reconciliación fraterna, en el compromiso con la persona desfavorecida, en el repartir y compartir, etc.), hay que entender lo que son símbolos fuertes: ni ficción irreal. ni literalidad mágica, sino decir y hacer la realidad por medio dce la configuración de la narración y de la práctica (‘praxis!) de lo que se dice. Pero esto nos llevaría muy lejos, me remito a los artículos sobre la Eucaristía, en Vida Nueva, y sobre la misa en Entrevías, en mi blog.
Volviendo al tema de “Eva y Ave”, respondo: las narraciones de Mateo y Lucas no son: 1) ni pura ficción, 2) ni magia, 3) ni descripción de realidades físico-biológicas. ¿Qué son, entonces? Un decir la realidad de una buena noticia (evangelio) por medio de la configuración narrativo-simbólica, un “decir la realidad por medio de la ficción” (como decía el filósofo hermeneuta Paul Ricoeur). Pero la realidad (el referente, que dicen los lingüistas), no es un tema físico o biológico, sino la realidad del origen o génesis divino de Jesús y de la actuación del Espíritu en todo nacimiento (como explica mucho mejor que yo Xabier Pikaza en su blog).
Me imagino que esto no satisface a quienes quieren un sí o un no sobre lo histórico y lo biológico de la virginidad. Ni el sí ni el no son demostrables; pero, si pensando hipotéticamente, alguien me demostrase el “no”, ¿qué pasaría? Pues nada, que para nada se tambalearía por eso mi fe en Jesús, que es compatible con la hipótesis de lo no-virginidad, como dijo en su día el joven Ratzinger, aunque luego se desdijera, con lo cuál ya no quedó fichado ni frenado en el escalafón y pudo llegar a obispo.
(Nótese que, al decir “hipótesis”, uso el estilo escolástico de santo Tomás en sus “cuestiones disputadas”: era un modo de “curarse en salud” frente a posibles inquisidores y poder ejercitarse en experimentos de pensar diciendo, por ejemplo, “¿qué pasaría si no se hubiese dado el pecado? ¿Se habría dado la encarnación?” Y se enzarzaban a disputar sobre hipótesis, porque tenían tiempo libre y no había entonces televisión...).