Esculturas de Salzillo y teología interrogante
Semana de Pascua. ¿Adónde apunta el dedo de san Juan?
La retórica de sermones y homilías está llena de respuestas a preguntas que nadie hace o de contestaciones superficiales a interrogaciones profundas. Por ejemplo, cuando el predicador de turno invita a aguantar con paciencia el dolor diciendo: “No hay mal que por bien no venga”. O cuando trata de consolar con la cantinela: “Por algo lo permitió la Providencia”.
Hay otra forma de creer más sincera, la de quien aprende a orar en forma de queja y preguntar por la esperanza ante el silencio de Dios. Esta teología piensa la fe desde abajo, a ras de tierra. Salzillo la intuyó y plasmó en expresiones de sus esculturas.
La Verónica tiene un rostro interrogante que impresiona: mientras muestra el paño que enjugó el rostro ensangrentado, sus ojos están diciendo a gritos sin palabras: “¿Y qué hacemos con esto?¿Quién me lo explica? ¿Para qué hablar?”
El Jesús de Getsemaní está preguntando: “¿Y de qué me sirve que el ángel sea bello y diga hermosas palabras, si lo que a mí me pasa no hay quien lo alivie, de qué sirve el paliativo sin efecto si a quien le duele le duele?
La mano derecha de Jesús deteniendo a Pedro mientras se deja besar por Judas, cuestiona: “¿Qué se gana con echar mano de la espada?”... Pero, sobre todo, manos de la Dolorosa y dedo de san Juan plasman los interrogantes de muerte y resurrección.
La Dolorosa es pura pregunta sin respuesta de madre dolorida ante la muerte injusta del hijo inocente. Sus manos y ojos reverberan al sol matutino gritando un “¿por qué, Señor, por qué?” Dicen que se inspiró el escultor en la madre huertana que perdió a su hijo. No se puede exaltar el dolor por el dolor, ni canonizar el dolorismo de interpretaciones sesgadas de la Pasión. No tiene más mérito quien más sufre, ni envía Dios dolores como castigos, ni los planea para sacar de ellos presuntos bienes, ni se derrama sangre para pagar deudas a una divinidad airada... Si Jesús salva, no es gracias a la cruz, sino a pesar de ella: porque el inocente ajusticiado vive para siempre en Dios, garantía de esperanza.
San Juan, señalando con el dedo al interior de nuestras casas, mientras lo contemplamos pasar por delante de los balcones, es pura pregunta: “¿Por qué buscáis en el cementerio al que está vivo en otro lugar?” Y su dedo señala: “¿No os habéis dado cuenta de que está ahí dentro, en vuestra casa?”
Mi pregunta a Salzillo sería: “¿Por qué, junto a tantas imágenes de Pasión, no hizo con el mismo arte una colección de pasos con las escenas pascuales: pescas joaninas en Tiberíades, caminos lucanos de Emaús, tumbas vacías de Mateo...? ¿Será por razón semejante a la escasez de versículos sobre el Resucitado en Marcos?
Nos deja Salzillo, como Marcos con su “teología desde abajo”, con el interrogante al final del Evangelio. Se acaba en puntos suspensivos ante la gran incógnita: el enigma del triunfo en apariencia del mal con la muerte injusta del inocente justo acusado y acosado... Solo con ojos de fe se descubre que el ejecutado y colgado es “El que Vive para siempre”.
La respuesta la da el dedo de san Juan señalando al interior de nuestras casas y vidas: ahí es donde se muestra la verdad de la resurrección. No hay que buscar al Resucitado en tumbas vacías o en apariciones truculentas. Resucitar no es revivir en esta vida, sino vivir para siempre en Dios. El Resucitado no se filtra mágicamente por las paredes, sino vive y anima a la comunidad que practica el movimiento desencadenado por Él: la tarea de descolgar a quienes viven en crucifixión.
El dedo del san Juan de Salzillo convierte el via crucis de Pasión en via lucis de Resurrección: en vez del dedo inquisitorialmente condenador de Caifás y sus portaestandartes, que anatematizan y excomulgan, mejor el dedo sugerengtemente invitador, que señala dónde está la esperanza y desde dónde se la encuentra. Ese dedo encarna la cristología desde abajo y la teología de la praxis de liberación. Apunta a la Presencia que se hace patente en la solidaridad cotidiana como epifanía de la Vida.