Fuente, Faz y Brisa: fe trinitaria sin escolástica trinidad

La Fuente, La Faz y la Brisa: tres concreciones de la vivencia de fe (por cierto, en femenino las tres!).

Fe trinitaria, sí, pero sin misteriosa trinidad.

Me preguntaban en Japón personas de otras religiones si los cristianos somos politeístas creyentes en tres dioses. Y alguien llegó a preguntar si eran cuatro, al añadir a “Maria-Sama” (Santa María) a la lista.

Nuestras sutilezas teológicas occidentales son culpables de estos equívocos.por haber hablado de “la Trinidad” como si fuera información objetiva sobre Dios.

“Trinidad” es un nombre abstracto, que no sirve para hablar de nuestra fe en el Dios Único, ni siquiera acentuando el tratamiento reverente con el nombre de Santísima Trinidad. Al contrario, el nombre de “Trinidad”, por muy bien que se explique, acaba sugiriendo tres divinidades.

En vez del nombre abstracto “Trinidad”, es preferible el adjetivo concreto: “trinitaria”, con el que calificamos la manera de creer.

Es trinitaria la manera de encontrarnos mediante la fe con el Dios Único, El Que Vive. Es trinitaria la estructura del Credo: Creo en el Dios Unico, al que llamamos Padre y Madrre. Creo en Jesús, Rostro y Símbolo de Dios que nos lo reveló. Creo en el Espíritu, Presencia y Energía de Dios en nosotros.


También es trinitario el cuestionario bautismal, en el que respondemos así a sus tres preguntas por la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo:

1) Creo en Dios, Fuente de la Vida. Creemos en silencio, cuando contemplamos las maravillas de la Creación y de todo viviente.

2) Creo en su epifanía mediante Jesús, el Enviado/Revelador del rostro divino. Creemos al encontrarnos -en su vida, palabras y obras- con el misterio del Dios Único, manifestado en Cristo.

3) Creo en su Espíritu de Vida, presente en el interior de todo viviente. Creemos, porque su espíritu nos hace creer.

En esta manera triple o trinitaria de vivenciar la fe, nos encontramos con el Dios Único: la Fuente, la Faz y la Brisa, Vida de la vida.


No son simétricas las frases de la tercera parte del Credo: “Creo en el Espíritu, creo en la Iglesia, en el perdón, etc.”. Cuando se alinearon simétricamente en latín las frases “creo en el Espiritu, en la iglesia, en el perdón, en la resurreccion…” , se difuminó la subordinación de las afirmaciones sobre la iglesia, el perdón y la resurreción a la confesión de fe en el Espíritu, de la que forman parte.

Pero no son estas afirmaciones paralelas; creer en el Espíritu, creer en la iglesia, creer en el perdón, etc... Se trata de una única afirmación de fe en el Espíritu: “Creo en el Espíritu estando en la Iglesia, creo en el Espíritu que nos da el perdón, creo en el Espíritu que nos resucita”.

El Espíritu es el símbolo de la presencia continua en el mundo de la Fuente Creadora de la Vida. El Espíritu que animaba y empujaba a Jesús (Mc 1,12) es la clave para una cristología articulada desde el pneuma de Jesús, en vez de expresarla con las imágenes del entorno del logos.(Véase el magnífico libro de Roger Haight, Jesús símbolo de Dios, en Ed. Trotta),

El Espíritu nos hace creer, nos hace orar y poder dirigirnos a la Fuente de la Vida diciéndole: ¡Abba! Padre, Madre! (Rom 8, 15). Con razón dijo Jesús: “Os conviene que yo me vaya, porque entonces os enviaré mi Espíritu para que os acompañe siempre”. (Jn 16, 7).

“No apaguéis el Espíritu” , dice la Carta a la iglesia de Tesalónica (1 Thes 5,19), es decir, no extingáis la energía que hace creer, crear y resucitar. Cada vez que, a lo largo de la historia, las religiones apagan el fuego del Espíritu, hay que reavivar el brasero de la espiritualidad más allá de las religiones. Jesús trae fuego que no destruye, sino renueva: fuerza vivificadora y, a la vez, desenmascaradora y discernidora de los poderes de muerte que intentan sofocarlo.
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