Jueves Santo: de la casulla al delantal

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La casulla para liturgias solemnes, bordada esmeradamente por las monjas de clausura, resplandecía grandiosa, pero pesaba una barbaridad.
(Torre de la parroquia jesuita de Rokko, en Kobe, Japón; flor del "ciruelo de cera": Chimonanthus praecox))

El pobre capellán sudaba la gota gorda los días de fiesta. Como era bajito, al hacer genuflexión se esfumaba su figura, mientras la pesada casulla se sostenía en pie como en escaparate de Corte inglés.

Para el Jueves Santo, la sacristana había preparado un paño de género de toalla, no menos pesado que la florida casulla, hasta con borlas y flecos de cenefa. El capellán, horrorizado, decidió darles una lección y dramatizó una parábola. “Vuelva a su asiento, hermana, que me arreglo yo solo”. Dijo, y se preparó a solas para la misa.

Cuál sería la sorpresa de la asamblea cuando lo vieron aparecer en al altar con un batín blanco de hospital y, sobre él, un delantal de cocina azul marino. “La paz de Jesús, hermanas y hermanos”, anunció sonriente y, tras leer el evangelio del lavatorio de los pies, lo comentó en ocho minutos, con gran regocijo del pueblo, que bosteza en los sermones largos.

El versículo 4 del capítulo 13 del guión de Juan dice que “Jesús dejó el manto y echando mano de un delantal se lo ciñó a la cintura”. El torero, al cambio de tercio, cambia la seda por el percal, y Jesús cambia el manto por el delantal (“perdonen el ripio”, dijo).

En el versículo 12 “toma el manto de nuevo y se queda recostado en la mesa”. ¿Ven ustedes? Deja el manto y toma el manto como “deja su vida para recobrarla de nuevo”; lo había dicho enigmática y simbólicamente en el capítulo 10, verso 17. Pero lo interesante es que no se quita el delantal. Es el símbolo del servicio. Les había secado los pies (Jn 13, 5) con ese delantal a los discípulos. Ahora le valdrá de servilleta en un apuro.

En todo caso, Jesús siempre en plan de faena. Abba trabaja a todas horas y él también (nos encarga que pongamos “él” con minúscula para recalcar el servicio...). Y dijo el capellán: “Hermanas, hermanos, oremos juntos y animémonos mutuamente a construir una comunidad que pase de las casullas a los delantales”.

La gente salió muy contenta, además de impactada. (Pero dicen los cotilleos que la marquesa y el marqués de Villapostines, siempre en el primer banco, se chivaron al presidente del dicasterio de liturgia por infracción de rúbricas...).

Nota: El cronista averiguó de dónde le vino la idea al capellán. Era un cura sencillo que, además de vivir inserto en el barrio y ponerse el delantal para fregar sus platos, estudiaba la Biblia por las noches. Había leído a Juan Mateos, El Evangelio de Juan, p. 597, que dice:

“Como se ve por el paralelo entre el principio y el final (13, 4 y 12), Jesús, al volver a la mesa, no se quita el paño, señal de su servicio, que culminará en su muerte, pero continúa para siempre. Sin embargo, al volver a la posición de persona libre (se recostó a la mesa) con el paño puesto, muestra que el servicio prestado por amor no disminuye la libertad ni la dignidad humana.

Se integra ahora en el grupo de iguales que ha creado con su gesto. Los ha hecho libres. Pero no ha dejado él de ser libre y señor. Con su pregunta: ¿Comprendéis lo que he hecho por vosotros?, quiere evitar que se interprete erróneamente su gesto, como un simple acto de humildad.

La frase de Jesús (lit. lo que he dejado hecho con vosotros) señala, en primer lugar, la intención de Jesús de dar a su acción validez permanente para los suyos; pero al mismo tiempo, desde la perspectiva de la comunidad, el recuerdo de una acción que permanece y conserva en ella su vigencia."
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