Lunes Santo: Cristo del Perdón

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Hoy sale en procesión, en Murcia, el Cristo del Perdón, mi cofradía desde pequeño, heredada la tradición de mi abuelo. Evoco el himno que entonamos durante el quinario:
“Alta la sangrienta frente, baja los ojos al suelo. Es su mirada clemente firme y luminoso puente entre la tierra y el cielo”

“Alta la sangrienta frente”, el Cristo del Perdón eleva los ojos al cielo para recibir energía del Dios Padre y Madre. Y, a continuación, la difunde con su mirada sobre la humanidad. “Baja los ojos al suelo” para extender por el mundo una mirada acogedora que sane heridas, extinga crispaciones, desarme extremismos, apacigüe agresividades y facilite encuentros y pacificaciones.

“Es su mirada clemente” un rostro de misericordia. No un ceño condenatorio de juez, ni un dedo sentenciador, sino un rostro misericordioso y reconciliador. Por eso, la meditación de la Pasión no es angustiosa ni oprimente, sino consoladora. Una de las jaculatorias más atinadas de la tradicional oración Anima Christi decía así: “Pasión de Cristo, confórtame”.

No se debe exaltar el dolor por el dolor, ni caer en el “dolorismo” de algunas manifestaciones exageradas de la religiosidad popular. No tiene más mérito quien más sufre, ni Dios envía el dolor como castigo, ni tampoco lo planea para sacar bienes de él. No, Jesús no nos salva gracias a la cruz, sino a pesar de ella. Nos salva porque, a pesar de ser el inocente crucificado, está vivo para siempre en Dios y es la base de nuestra esperanza.

“Es su mirada clemente, firme y luminoso puente entre la tierra y el cielo”. He meditado estos versos de su himno ante el Cristo del Perdón y me ha parecido escuchar de sus labios tres palabras: una palabra de lucidez, una palabra de acogida y una palabra de misión.

La primera es una palabra de lucidez: “Mírate ante mí, me dice, y reconoce que tú también eres responsable.” Al escuchar esta palabra ya no puedo autojustificarme, ni decir, “los malos son ellos”. Si todos nos sentimos víctimas con las víctimas, también es cierto que, en la medida en que hay en mí rencor, odio o venganza, algo tengo que me asemeja a los agresores.

La segunda es una palabra de acogida. “Deja de mirarte a tí mismo, me dice, y mírame a mí que te acojo.”.Al escuchar esta palabra ya no puedo autocondenarme. No hay lugar para culpabilizarse patológicamente. Su buena noticia es sanación.

La tercera es una palabra de misión: “Sube aquí junto a Mí, me dice, y mira cómo se ve el mundo cuando se lo contempla desde la cruz.” Hay que dejar de mirarse a sí mismo para pasar dirigir la mirada a un mundo tan lleno de crucificados a los que hay que descolgar de sus cruces.
Sale uno de esta meditación de la Pasión animado y confortado. Su mirada clemente deja un poso de calma y serenidad y envía a la praxis de liberación, pero sin agresividades, desactivada ya toda crispación...
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