Martes Santo: Jesús choca con las jerarquías
El martes es día de conflictos, controversias y destrucción. Largos capítulos 12 y 13 de la tradición evangélica según el guión de Marcos.
Frondosa la higuera estéril: solo hojas, sin fruto (Mc 11,20), como la religión establecida de su tiempo y como tantas liturgias muertas del nuestro.
Jesús enseñaba “sin carnet”, “sin licencia”, “sin papeles”, “sin credenciales”. Le increpan los de la Comisión X.: “¿Con qué autoridad hablas, teólogo sin censura? Cállate, Nazareno, y pasa primero por nuestra oficina, a que te pongan el sello” (cf. Mc 11,28).
Los jerarcas querían componendas y compromisos, pagar la mitad a Dios y la mitad al César. Jesús les dice: “No, devolved a Dios lo que es de Dios. Devolvédselo vosotros y que se lo devuelva también el César. Devolved a Dios el pueblo pobre que le habéis arrebatado. Devolved al pueblo pobre sus derechos, que le habéis arrebatado”. Y dice Marcos que “se quedaron de una pieza” (Mc 12, 17).
Cuando contó lo del asesinato del heredero de la viña “estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que la parábola iba por ellos; pero tuvieron miedo de la multitud y, dejándolo se marcharon” (Mc 12, 12). Planearon cargárselo por la espalda: en secreto, invitando a que lo delataran, fomentando la denuncia falsa y el acoso moral, pagando traición y testigos embusteros acusadores(cf.Mc 14, 58).
A la viuda joven la obligaban a casarse siete veces, tratándola como posesión y mercancía para los cuñados y máquina de procrear para esos incansables sementales, que la dejaban agotada y muerta en vida. Pero Jesús cree en el Dios de vivos y fuente de vida, que quiere que hembras y varones resuciten de la muerte a la vida con una dignidad igual tan grande que se metaforiza llamándoles ángeles (Mc 12, 24).
Los que memorizaban filacterias, catecismos y catálogos de normas canónicas, patrocinados por Caifás, el Grande, no entendían el espíritu del Nazareno, que siempre se hizo el Pequeño y decía: “No sea así entre vosotross, no os emborrache el poder” (Mc 10,43). Lo entendió uno de ellos que, a pesar de ser jerarca, comprendió que lo importante es el mandamiento único: “Amar con todo el corazón,...” (Mc 12 32). Y el Nazareno le dio la razón: “No estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12 34). “Amor quiero, no crispación. Nada de sacrificios, sino mucha compasión”, tarareaba Jesús con aire de saeta.
Le invitaron a una reunión de banqueros y empresarios, en buena relación con Caifás, el Grande. Pero Jesús, el Pequeño, no cayó en la trampa y denunció a quienes “devoran la hacienda de las viudas” (Mc 12, 41).
Con conflictos como estos, intentaba Jesús, aquel martes antes de su ejecución, invitar a abrir los ojos: “”Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: Espabiláos, despertáos, desengañáos, basta ya de vivir dormidos, medio muertos, anestesiados...” (M c 13, 37).
¿Y dicen que todo esto son historias sucedidas en Jerusalén en el siglo I? Pues cualquiera diría que es una crónica de iglesia en Madrid y Roma en el siglo XXI...
Frondosa la higuera estéril: solo hojas, sin fruto (Mc 11,20), como la religión establecida de su tiempo y como tantas liturgias muertas del nuestro.
Jesús enseñaba “sin carnet”, “sin licencia”, “sin papeles”, “sin credenciales”. Le increpan los de la Comisión X.: “¿Con qué autoridad hablas, teólogo sin censura? Cállate, Nazareno, y pasa primero por nuestra oficina, a que te pongan el sello” (cf. Mc 11,28).
Los jerarcas querían componendas y compromisos, pagar la mitad a Dios y la mitad al César. Jesús les dice: “No, devolved a Dios lo que es de Dios. Devolvédselo vosotros y que se lo devuelva también el César. Devolved a Dios el pueblo pobre que le habéis arrebatado. Devolved al pueblo pobre sus derechos, que le habéis arrebatado”. Y dice Marcos que “se quedaron de una pieza” (Mc 12, 17).
Cuando contó lo del asesinato del heredero de la viña “estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que la parábola iba por ellos; pero tuvieron miedo de la multitud y, dejándolo se marcharon” (Mc 12, 12). Planearon cargárselo por la espalda: en secreto, invitando a que lo delataran, fomentando la denuncia falsa y el acoso moral, pagando traición y testigos embusteros acusadores(cf.Mc 14, 58).
A la viuda joven la obligaban a casarse siete veces, tratándola como posesión y mercancía para los cuñados y máquina de procrear para esos incansables sementales, que la dejaban agotada y muerta en vida. Pero Jesús cree en el Dios de vivos y fuente de vida, que quiere que hembras y varones resuciten de la muerte a la vida con una dignidad igual tan grande que se metaforiza llamándoles ángeles (Mc 12, 24).
Los que memorizaban filacterias, catecismos y catálogos de normas canónicas, patrocinados por Caifás, el Grande, no entendían el espíritu del Nazareno, que siempre se hizo el Pequeño y decía: “No sea así entre vosotross, no os emborrache el poder” (Mc 10,43). Lo entendió uno de ellos que, a pesar de ser jerarca, comprendió que lo importante es el mandamiento único: “Amar con todo el corazón,...” (Mc 12 32). Y el Nazareno le dio la razón: “No estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12 34). “Amor quiero, no crispación. Nada de sacrificios, sino mucha compasión”, tarareaba Jesús con aire de saeta.
Le invitaron a una reunión de banqueros y empresarios, en buena relación con Caifás, el Grande. Pero Jesús, el Pequeño, no cayó en la trampa y denunció a quienes “devoran la hacienda de las viudas” (Mc 12, 41).
Con conflictos como estos, intentaba Jesús, aquel martes antes de su ejecución, invitar a abrir los ojos: “”Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: Espabiláos, despertáos, desengañáos, basta ya de vivir dormidos, medio muertos, anestesiados...” (M c 13, 37).
¿Y dicen que todo esto son historias sucedidas en Jerusalén en el siglo I? Pues cualquiera diría que es una crónica de iglesia en Madrid y Roma en el siglo XXI...