¿Pro-vida o pro-persona? 3. Animación del feto
¿Pro-vida o pro-persona? Q and A, 3
Me pregunta Eva "¿Tiene alma el cigoto?" Respondo: La pregunta se presta a confusión。En vez hablar de “si tiene alma”, habría que preguntar si es un cuerpo animado.
Pero, puestos a usar esa expresión, habría que decir que todavía no se da el mínimo de base bioológica para hablar de un organismo individual animado (a menos que caigamos en idolatrar y absolutizar el ADN o que tengamos la obsesión que tienen los documentos de la Academia Vaticana de la Vida por llamar persona al cigoto).
No soy partidario de usar en Antropología la terminología “alma-cuerpo”; pero, puestos a utilizarla, no podríamos hablar de cuerpo animado al menos hasta después de la octava semana. (Así lo interpretaba una de las posturas mantenidas tradicionalmente en la teología moral católica, que hablaba de la “animación retardada” y de “feto animado o inanimado”.
Hoy preferimos no comprometernos con esa terminología escolástica que entorpece más que aclara). Obviamente, lo dicho aquí no coincide con la postura expresada por la Academia Vaticana de la Vida o por la CDF, de la que en estas materias de bioética, que son controvertidas y no dogmáticas, se puede disentir con toda libertad de espíritu.
Le recomiendo la lectura de Cuerpo y alma, de Laín Entralgo (edición de bolsillo en Espasa Calpe). Convendría evitar el dualismo helénico de separar cuerpo y alma. Cuando Juan Pablo II aparentaba estar rehabilitando a Darwin, caía en la repetición de ese dualismo al hablar “intervenciones divinas” para infundir un alma, sea al comienzo de cada vida individual o en la aparición del homo sapiens en la evolución. Esa misma mentalidad dualista se reproduce por desgracia en el Catecismo del 92, condicionado por esa interpretación escolástica que tanto daño ha causado a la expresión de la fe cristiana.
Para más detalles me remito al capítulo 1 de mi libro Bioética y Religión, ed. Síntesis, 2008, aprobado por censura eclesiástica antes de su publicación. De él es el extracto siguiente:
“Un cigoto es posibilidad próxima y concreta de dar lugar a una persona, si el proceso de división y diferenciación celular no sufre accidentes o interrupciones. Un cigoto es semilla de nueva vida humana. Un blastocisto es promesa de nueva vida, pero a condición de que se implante en un útero. No es solamente posibilidad concreta, sino promesa; pero es una promesa condicionada. Un embrión implantado es más que promesa. Es capacidad de desarrollarse hasta convertirse en un feto. Los blastocistos y pre-embriones son frágiles, a la vez que estimables, y manejables con cuidado y estrictas condiciones. Los embriones ya implantados son respetables. Los fetos exigen el respeto debido a la realidad de un ser humano dotado de dignidad. Hay que evitar, al hablar de los genes, la imagen de la “chistera del prestidigitador”, de la que salen pañuelos, porque estaban “pre-contenidos” en ella. Hay que evitar el paradigma que ve el programa genético como se veía antiguamente el homunculus dentro del espermatozoide”.
Me pregunta Eva "¿Tiene alma el cigoto?" Respondo: La pregunta se presta a confusión。En vez hablar de “si tiene alma”, habría que preguntar si es un cuerpo animado.
Pero, puestos a usar esa expresión, habría que decir que todavía no se da el mínimo de base bioológica para hablar de un organismo individual animado (a menos que caigamos en idolatrar y absolutizar el ADN o que tengamos la obsesión que tienen los documentos de la Academia Vaticana de la Vida por llamar persona al cigoto).
No soy partidario de usar en Antropología la terminología “alma-cuerpo”; pero, puestos a utilizarla, no podríamos hablar de cuerpo animado al menos hasta después de la octava semana. (Así lo interpretaba una de las posturas mantenidas tradicionalmente en la teología moral católica, que hablaba de la “animación retardada” y de “feto animado o inanimado”.
Hoy preferimos no comprometernos con esa terminología escolástica que entorpece más que aclara). Obviamente, lo dicho aquí no coincide con la postura expresada por la Academia Vaticana de la Vida o por la CDF, de la que en estas materias de bioética, que son controvertidas y no dogmáticas, se puede disentir con toda libertad de espíritu.
Le recomiendo la lectura de Cuerpo y alma, de Laín Entralgo (edición de bolsillo en Espasa Calpe). Convendría evitar el dualismo helénico de separar cuerpo y alma. Cuando Juan Pablo II aparentaba estar rehabilitando a Darwin, caía en la repetición de ese dualismo al hablar “intervenciones divinas” para infundir un alma, sea al comienzo de cada vida individual o en la aparición del homo sapiens en la evolución. Esa misma mentalidad dualista se reproduce por desgracia en el Catecismo del 92, condicionado por esa interpretación escolástica que tanto daño ha causado a la expresión de la fe cristiana.
Para más detalles me remito al capítulo 1 de mi libro Bioética y Religión, ed. Síntesis, 2008, aprobado por censura eclesiástica antes de su publicación. De él es el extracto siguiente:
“Un cigoto es posibilidad próxima y concreta de dar lugar a una persona, si el proceso de división y diferenciación celular no sufre accidentes o interrupciones. Un cigoto es semilla de nueva vida humana. Un blastocisto es promesa de nueva vida, pero a condición de que se implante en un útero. No es solamente posibilidad concreta, sino promesa; pero es una promesa condicionada. Un embrión implantado es más que promesa. Es capacidad de desarrollarse hasta convertirse en un feto. Los blastocistos y pre-embriones son frágiles, a la vez que estimables, y manejables con cuidado y estrictas condiciones. Los embriones ya implantados son respetables. Los fetos exigen el respeto debido a la realidad de un ser humano dotado de dignidad. Hay que evitar, al hablar de los genes, la imagen de la “chistera del prestidigitador”, de la que salen pañuelos, porque estaban “pre-contenidos” en ella. Hay que evitar el paradigma que ve el programa genético como se veía antiguamente el homunculus dentro del espermatozoide”.