No hay crisis de confesión, sino de perdón


Hortensias, flor de Kobe. Lluvia fina (kirisame japonesa y sirimiri en Donosti) empapa la tierra, da matices a las hortensias y encanto al paseo. “Mi Palabra, como lluvia, no volverá a mí vacía” (Isaías 55, 11).

Dice en un post José Manuel Vidal, haciéndose eco de lamentaciones papales jeremíacas, que está en crisis la confesión. Pero no importa que esté en crisis el confesionario o que desaparezca la confesión, si se recupera la fe en el perdón y la práctica de la reconciliación.

La celebración de la penitencia no es cuestión de número y frecuencia. Más importante que la confesión es el perdón como parte del Credo: Creo en el perdón de los pecados.

Más importante que la confesión es el perdón como parte del Padre Nuestro: Pedimos perdón y capacidad para perdonar. Más importante que la confesión es el perdón que pedimos y recibimos al principio de cada Misa y a lo largo de toda la celebración Eucarística.

Más importante que la confesión es que luchemos juntos para desarraigar el “pecado estructural, social y colectivo del mundo”.

Pero puestos a celebrar con sentido en algunos “momentos fuertes” el perdón en forma de conversación (que no es privada, “entre Dios y yo”, sino pública, con el acompañamiento mutuo de quien confiesa y quien es testigo, no juez, testimonio de que Dios perdona), entonces habrá que hacerlo, no al estilo del confesionario, sino del pacificatorio (como exliqué en la serie de posts anteriores sobre la penitencia).

Cuando sustituimos el confesionario tradicional por unos locutorios favorables al coloquio penitencial, insistí al arquitecto en que evitásemos colocar a penitente y confesor frente a frente, como ante una mesa burocrática. No se arreglaba nada con solo cambiar la rejilla de celosía por el cara a cara de ventanilla.

Tampoco eran solución las celebraciones penitenciales colectivas, si no se daba la absolución colectiva. Por eso fracasóla reforma de los nuevos rituales, mezcla explosiva de lo ritual y lo rutinario. En los cambios hay que ir más al fondo.

Había que formar un triángulo. Penitente y confesor, en oblicuo, se orientan hacia el icono, la imagen o el crucifijo, formando un triángulo. Se rompe la imagen del examinador o el juez, incluso la del mero terapeuta. Confesor y penitente, mirándose lateralmente, orientan a la vez sus miradas juntas hacia la imagen mediadora de la instancia absoluta desde la que viene el perdón y la acogida.

Penitente y confesor dialogan, pero a la vez oran juntos, se dirigen la mirada y la palabra mutuamente, pero a la vez que las dirigen y orientan hacia un más allá de ambos.

Y ahora que Roma ha anunciado el año del sacerdocio ministerial (mejor que ministerio sacerdotal; aunque habría sido mejor llamarlo el Año Ministerial), es el momento de desear y orar porque en el futuro, tanto la presidencia de la Eucaristía como celebración del perdón no se reduzcan al ministerio de varones ordenados, sino se lleven a cabo indistintamente por mujeres o varones dispuestos y disponibles para esa diakonía... Pero para eso habr:a que esperar al siguiente Papa del siguiente del siguiente, no lo verán nuestros sobrinos nietos...

(Nota: La foto está tomada del blog japonés del P.Katayanagi, muy leído por nuestra juventud parroquial. Gracias).
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