(Penitencia 3, prosigue la serie, tras la interrupción de ayer))
El P. Sawada, sacerdote de la diócesis de Tokyo, juega con la gramática para explorar el perdón de los pecados.
Invita a comparar las frases siguientes:
Yo perdono tus pecados
Yo te perdono
Yo te perdono tus pecados
Tus pecados son perdonados
Tus pecados te son perdonados.
Llega el P. Sawada a la conclusión de que ninguna de las fórmulas satisface por completo. Perodonar no es borrar, ni limpiar, ni decir que “aquí no ha pasado nada”, porque sí ha pasado y lo mal hecho, hecho está. Perdonar es decir que, a pesar de todo eso, a pesar de los pesares, yo te libro de la esclavitud con que te esclaviza tu pecado.
Retraduce así las frases evangélicas, sustituyendo la expresión “tus pecados son perdonados” o “te perdono tus pecados” por otra más exacta que sería: “Yo pongo una barrera entre tus pecados y tú, yo doy un corte a la cadena que te esclaviza a tus pecados. El pecado y el mal siguen estando ahí, pero yo corto la relación (en japonés, lo dice con la noción budista de “EN”) , la vinculación, el encadenamiento entre el pecado y tú. En pocas palabras: “Yo, dice Jesús (el único que puede decirlo) te libero del pecado”. El perdón es liberación, penitente y confesor ruegan por esa liberación y dan testimonio juntos de recibirla. Por eso el sacramento es pacificatorio, terapéutico y letificante.