De la ciudadanía a la "cuidadanía" Adviento: Tened cuidado

Adviento: Tened cuidado
Adviento: Tened cuidado Gamero Gil

Despiertos...

Hoy la humanidad necesita personas de adviento, nuestro mundo ha de ser mirado, vigilado y custodiado por vigías que sabiendo estar en vela, promuevan lo signos despertadores de existencias llamadas a la vida y a la esperanza verdadera. Nuestro reto es pasar a lo profundo de una nueva mirada de lo humano que consagre la voluntad de lo divino, como clave de salvación y de liberación verdadera.

ADVIENTO PARA EL CUIDADO DE LA ESPERANZA

Adviento

Las profecías actuales suelen coincidir en la necesidad de pasar de la “ciudadanía” a la “cuidadanía”. Nueva palabra que el corrector no quiere aceptar como plausible, pero que, a decir de los líderes religiosos, animados por el Papa Francisco, los filósofos, sociólogos, y desde otros ámbitos sanitarios, políticos, sociales, es una necesidad urgente y la única respuesta verdadera a la situación por la que estamos pasando en el mundo tanto a nivel de humanismo, como de cuidado de la naturaleza, en la armonía de todo lo real. El adviento nos llega en nuestro ser creyentes invitándonos al ejercicio de esta cultura del cuidado con ese imperativo amoroso de lo divino invitándonos: “Tened cuidado”

¿De dónde nos viene la vocación al cuidado a los cristianos? Nuestra mirada siempre atenta a nuestros orígenes nos descubre cómo desde el comienzo de lo creado la clave configuradora del hacer de Dios fue el bien, nada hizo sin cuidado amoroso. La conformidad de cada realidad creada venía por el sello de su visto bueno, reconociendo la bondad de las creaturas, como brillo de su sentimiento generoso y gratuito. El cuidado es aquello que se enraíza en la generosidad y en la gratuidad del ser. Así es Dios y esa es la razón de todo lo que existe, el motivo de nuestra esperanza.

Esa bondad cuidada de origen se hace excelsa cuando el Señor, como alfarero, amasa nuestro barro a su imagen llenándonos con su soplo y abriéndonos a su espíritu, para entrar en una posible comunión que nos llena de sueños y posibilidades de lo divino en la pobreza de lo humano. Podemos comulgar con nuestro Dios, en una relación personal regalada. Nos hacemos conscientes de nuestro yo en la donación de ese Dios como un tú, que se deja envolver por nuestra realidad tan limitada. Dios con un cuidado único me ha hecho a su imagen, en la singularidad de lo que yo soy, mi vida y cada día que respiro es fruto de la atención de mi Padre creador, que me sostiene y fundamenta toda la realidad que me rodea para que yo pueda seguir siendo. Sin Él y sin el mundo que me rodea no sería nada. Formo parte de una religación de cuidados mutuos e interconectados, de lazos de ternura y generosidad.

En Cristo, el Hijo de hombre, ese amor de donación ha llegado al máximum al hacerse uno de tantos (encarnación), vivir como uno más (vida oculta), anunciando el Reino (vida pública) con los signos de la compasión verdadera, llegando incluso hasta la muerte (Cruz) como mayor gesto de entrega, adentrándose en el corazón del Padre por el Espíritu en la Resurrección (Pascua), abriendo así la realidad a un mundo nuevo (Nueva creación). Ya nada, como dice el apóstol, podrá separarnos del amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús. Él es el Hijo del hombre en quien podemos poner toda nuestra esperanza.

En medio de nuestra realidad histórica, entres sus posibilidades y dificultades, ante el temor y el peligro de las ansiedades que nos vienen por la pérdida de sentido, nuestro camino de esperanza tiene que recuperarse volviendo a centrarnos en Cristo, poniéndonos en pie con su evangelio de amor y cuidados. Nuestra fuerza no es la revolución de una organización, ni de una estrategia defensiva u ofensiva frente al mundo y sus fuerzas negativas y oscuras, sino de una firmeza clara en el sentir de Cristo para crear la red y los nudos del verdadero cuidado de lo humano como signo de la buena noticia y de la verdad del Resucitado que nos da fuerza y nos mantiene en pie frente a todo vendaval o terremoto que amenaza y amedranta. Él, con su generosidad y gratuidad, nos lleva al horizonte último de la esperanza cumplida y victoriosa. Tengamos mucho esmero en el amor y en lo gratuito, pero nada de miedos paralizantes. Por el camino del cuidado que nos has sido dado en Cristo por su espíritu, estará nuestra salvación y nuestra esperanza rescatada, aprovechemos el adviento para ponernos de nuevo en pie: ¡Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación!

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