Testimonio ministerial y afectivo del prelado en Badajoz El clero de Badajoz con su arzobispo emérito, Antonio Montero, celebra sus 50 años de episcopado
Don Antonio Montero, abraza y se despide del presbiterio diocesano de Mérida -Badajoz
Doscientos sacerdotes responden al deseo de Don Antonio Montero de despedirse de su presbiterio y de la diócesis
En la misa crismal diocesana en la Catedral en Badajoz, Junto al presbiterio se han unido laicos y religiosos, así como un grupo de obispos, los de la provincia eclesiástica y otros cercanos a él por su trayectoria pastoral: Celso Morga, Carlos Amigo, Ciriaco Benavente, Francisco Cerro, José Luis Retama, Juan del Rio, José María Gil
En la misa crismal diocesana en la Catedral en Badajoz, Junto al presbiterio se han unido laicos y religiosos, así como un grupo de obispos, los de la provincia eclesiástica y otros cercanos a él por su trayectoria pastoral: Celso Morga, Carlos Amigo, Ciriaco Benavente, Francisco Cerro, José Luis Retama, Juan del Rio, José María Gil
Hace tiempo que el clero de Mérida-Badajoz recibíamos la invitación a la misa crismal, en la que nos reunimos los miembros del presbiterio de nuestra iglesia diocesana, me emocionaba ver que en dicha celebración haríamos mención especial a Don Antonio Montero, nuestro primer arzobispo, ya nonagenario, que cumple sus cincuenta años como obispo y ha manifestado su interés de celebrarlo con nosotros. Ha hecho todo lo posible y se ha hecho presente, ha querido culminar así su vida, con los curas y este pueblo cristiano, a los que quiere y lleva en su corazón. Pienso que este sentimiento es mutuo. Caminando por las calles de Badajoz, cuando paso por la que lleva su nombre, siento que ese gesto de nominar una calle era un modo sencillo de reconocer un estilo de ser pastor que ha ganado la autoridad y la estima de los que ha servido, por su prudencia y su cercanía.
Amor a la tierra, la gente y su iglesia
Nunca se le oyó hablar en negativo de la tierra extremeña, de la Iglesia que la habita, de los pueblos y sus gentes. Cuando analizó alguna debilidad, siempre lo hizo en primera persona del plural y preguntándose por la responsabilidad de la Iglesia en ese punto a mejorar. Él hablaba de manifiestamente mejorable para motivar y no para enjuiciar: desde ahí reconocía nuestra tierra y sus riquezas, su cultura, su economía, su universidad, su comunidad política… y quería que la Iglesia fuera un punto de identidad y comunión con la tierra y la gente.
La provincia eclesiástica y la virgen de Guadalupe
Subrayo dos realidades soñadas y queridas para él, una la de la provincia eclesiástica que vio luz en nuestra realidad de la provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz, uniendo jurídicamente las tres diócesis de Badajoz, Coria-Cáceres y la de Plasencia, disfrutaba con esa relación de hermandad y de conexión con el pueblo extremeño, sin ser excluyente para nadie ni para nada, sino al revés. El otro punto, no conseguido, fue el de la inserción de Guadalupe, como patrona de Extremadura, en dicha provincia y mostró su dolor en su despedida en la catedral. Hoy Francisco Maya ha insistido en este punto y en el deseo de que todo el Clero con nuestro nonagenario arzobispo y el actual lo sigamos pidiendo a Roma.
Una iglesia del Concilio Vaticano II
Y junto a estos deseos simbólicos eclesiales y evangelizadores, no hay duda que su dedicación fue fuerte y firme en el servicio al presbiterio, lanzándolo a una formación intensa y viva, teológica, espiritual, pastoral y social, con una renovación en estudios que enriquecieron el seminario, y la escuela de teología después instituto de ciencias religiosas de nuestra Sra. De Guadalupe, adscrito a la facultad de teología de Salamanca, para la formación de los laicos. Fiel al Concilio Vaticano II propició una Iglesia, Pueblo de Dios, bien formada y abierta a la corresponsabilidad de modo adulto. En ese sentido el Trabajo del Sínodo fue un verdadero reto para “preparar los caminos del Señor”, como se marcaba él en su propio pontificado. La Iglesia de Badajoz vivió intensamente un proceso de reflexión viva durante más de tres años – guardo como un tesoro las carpetas y temas que hasta mi propia madre, mujer sencilla de pueblo con poca formación letrada, pero con sabiduría de lo humano y lo creyente, pasó hoja a hoja, con su grupo en Granja de Torrehermosa- , proceso que afectó al clero, a los religiosos y sobre todo a miles de fieles que sintieron que la Iglesia no les era ajena sino propia, que ellos no eran del obispo, ni de los curas, ni de los religiosos, sino estos de ellos, y con ellos al servicio del mundo para la buena noticia y el deseo de la salvación.
Despedirse sabiendo que vendrá a descansar a nuestra tierra, en la concatedral de Mérida
Ahora, cuando siente que está en las postrimerías de su existencia y de su entrega, ha querido celebrar con nosotros su cincuenta aniversario de ministerio episcopal, se ha esforzado por venir e invitarnos a su fiesta. A decirnos que está preparado, en cuerpo y alma, para recibir el abrazo de Cristo resucitado, que está feliz porque sabe que vendrá a descansar con los suyos en la tierra de la concatedral de Mérida. Delante del sagrario, en el suelo bajo el altar, apoyándose una columna milenaria sobre su tumba, se unirá al Cristo Glorioso y quedará con sus restos como un signo de este momento de la historia, con esa singularidad de haber sido el primer arzobispo de la provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz, haber querido a la Iglesia universal desde este pueblo y terruño, y de haberse sentido querido por el pueblo que lo ha reconocido como un verdadero pastor que no se ha guardado su vida ni se ha buscado a sí mismo, que en medio de su debilidad se unió al ser y sentir del pueblo cristiano de nuestra Extremadura. Don Antonio sabemos que su vida está unida a nuestra vida, a nuestra tierra, a nuestro pueblo y a nuestra Iglesia, y no lo vamos a olvidar nunca.
Le queremos y estamos orgullosos, como él con nosotros.
Hoy lo ha visto y sentido más de doscientos sacerdotes nos hemos unido y gozado de su presencia y hemos orado por usted, para que Dios le siga protegiendo y por la esperanza de una vida eterna. Usted está orgulloso de nosotros , su emoción hoy lo hacía palpable, y nosotros, no lo dude, lo estamos de haberlo tenido de pastor. Felicidades en su cincuenta aniversario espiscopal, ha sido un día muy especial en la misa crismal, renovando nuestras promesas sacerdotales junto a usted que nos ordenó a muchos de nosotros.