Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) Para eludir la muerte, atestiguar la vida. Oración viva por los difuntos.

Para eludir la muerte, atestiguar la vida.  Oración viva por los difuntos.
Para eludir la muerte, atestiguar la vida. Oración viva por los difuntos. Jose Moreno Losada

Para eludir la muerte, atestiguar la vida

Muchas veces hemos oído decir que la vida es la verdadera escuela, en ella aprendemos a vivir, más o menos eso lo tenemos claro. Pero igual no es tan claro para todos nosotros que en la vida hemos de aprender a morir, porque la muerte nos pertenece existencial y radicalmente, no sólo por cuestión de naturaleza, sino también por determinación del ser. Ir viviendo es ir muriendo, y según vamos muriendo somos testigos verdaderos de la vida. Recuerdo un verso definitivo de Efi Cubero con el que encabezo este comentario, ella afirma que, frente a la muerte, para eludirla, sólo podemos atestiguar la vida. En este día de los difuntos de oración y reflexión invito a unirnos a la reflexión y oración de estos padres que, ante la muerte de sus hijos, atestiguan la vida.

2 noviembre. Oración por todos los difuntos

Evangelio: Juan 14,1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»

Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»

Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.»

Desear la vida, buscar la muerte

El día de los difuntos nos hace rememorar nuestra fragilidad y nuestra condición mortal, lo hace desde los seres queridos que ya no están con nosotros, pero que permanecen en nuestro recuerdo amable y querido. Pero hoy mi reflexión en torno a esa muerte, en este contexto de los difuntos, viene dada desde una experiencia de dolor en vida, desde unos padres que sienten la angustia y la impotencia ante una hija querida que en más de una ocasión ha intentado morir, dejar la existencia porque se le hace insoportable. Hablo de Guillermo y Rosa que lo viven y mueren junto a su Hija Estrella.

Tiene nombre de luz y está en tinieblas, el misterio del vivir se le hace angustioso, desea liberarse. Son poco más de veinte años y lleva ya un lustro de mucho sufrimiento.  Los que la quieren y la rodean tratan de ser favorables a ella para que encuentre luz, paz, sosiego. Los profesionales buscan con todos los medios medicinales, tratamientos, hospitalización…responder a esta situación enfermiza y agonizante. No se ve horizonte, pero hay que seguir luchando.

Son padres creyentes, buscan a Dios en esta realidad, oran intensamente y nos piden oración a los que somos cercanos, a los que saben que los sentimos miembros de nuestra comunidad cristiana. Vuelve a nuestra consideración la noticia de los suicidios en España, unos 3,500 al año, casi diez cada día. Muchos de ellos jóvenes. Sentimos mucho temor.

Qué misterio de dolor y oscuridad, cuanta necesidad de reforzarnos en el cuidado mutuo, la atención afectiva, la estima compartida, el horizonte de lo sano y del cuidado de nuestro interior, la aceptación de los límites y de las debilidades. La muerte tan callada, tan ocultada y a la vez tan presente, tan fuerte, y en casos tan deseada por no encontrar vida en la existencia, por querer liberarse de un dolor que impide vivir en paz, aunque aparentemente no tenga razón ni fundamento alguno.

No somos dioses, somos criaturas, necesitamos todos de todos, el misterio nos sobrepasa y necesitamos la luz interior. Imagino la oración ante el Dios de la vida de estos padres entregados, que han recibido la vida como don y que desean cuidarla y protegerla en el ser de su hija querida. Me uno a ella y pido a todos los que creemos en nuestro interior trascendente que hagamos cadena de contemplación, de súplica, de confianza ante el Señor de la vida y de la misericordia, para que nos envíe su espíritu y su luz para esta joven, hija y hermana. Líbrala, Señor, de este mal, de esta oscuridad, y enséñanos a amarla y consolarla en su tribulación. Que pueda desear la vida, la del espíritu y el amor, sin buscar desesperadamente la muerte.

Escuchar la muerte para vivir la vida

Cuando llegan estas fechas tan propias de lo humano en torno a nuestros difuntos, siento la invitación a situarme ante esa determinación de la criatura y lo humano para abrirme a la vivencia de esa dimensión. Son días de raíz religiosa y pensamiento trascendente.  En estos días recuerdos una reflexión desde la experiencia de personas que se han tenido que enfrentar a la muerte de un modo único: ver morir a sus propios hijos. Esa experiencia les ha hecho ver el mundo y la vida de una manera completamente distinta.

Cuando el hombre se enfrenta a la verdad de la vida y acepta la muerte en él, nacen criterios de vida absolutamente nuevos. La pastoral universitaria y la conexión con mi parroquia me llevó a encontrarme con la asociación “por ellos”. Ellos deseaban que yo participara en algún encuentro y que, de alguna manera, expusiera el pensamiento cristiano sobre la muerte humana y la respuesta creyente ante ese acontecimiento. Quedé marcado por ese encuentro, porque tuve la oportunidad de contrastar muchas de las explicaciones que suelo ofrecer en clase sobre el tema de la muerte y la esperanza cristiana. Fue una gran experiencia personal: llevaba mis “papelillos” para compartir la lección y me viene con “la lección aprendida”. Digamos que “fui a por lana y salí trasquilado”, en el sentido más positivo.

Yo le había dado muchas vueltas a cómo plantearlo, dada su situación y la pluralidad de posturas que tenían. Llevé algún apunte…, pero la realidad se impuso: allí había que partir de la vida y ser directo.  Les planteé qué han descubierto y qué están descubriendo desde la muerte de sus hijos. Al hilo de sus respuestas, y nacido de esa experiencia doliente amorosa, recogí este decálogo de la vida surgido de la experiencia de la muerte

“Me he dado cuenta de la fragilidad humana”. Frente a todas las diferencias que marcamos en lo social, en lo económico, en lo político…, somos todos muy frágiles; en minutos podemos quedarnos en nada, y todo aquello que parecía algo se desvanece. Vivir sabiendo que todos somos frágiles y que todos necesitamos de todos es fundamental.

“Me he hecho compasiva”. Antes me dolían algunas cosas, las muy mías; ahora, ante el dolor, no puedo pasar de largo, cualquier dolor me llama y quiero estar junto a él; se ha desarrollado en mi persona la verdadera compasión; deseo estar junto a los que sufren y ser alivio, compartiendo su camino y su carga; cuando lo hago, la compasión me cura y me sana, y, sobre todo, me consuela

“Soy una persona nueva, soy mejor persona…”. La muerte de mi hijo me ha hecho mejor. Miro una foto antes de su muerte en la que estoy junto a una planta crecida y querida, y una imagen de la Virgen, y dialogo como con otro; ahora tengo otro modo de mirar la vida, de ser. Si yo con mi amor limitado y mortal deseo la vida de mi hijo, sé que solo el Dios de la vida podrá hacer posible permanecer en el amor, más allá de la propia muerte. Por eso deseo amor, ser mejor, porque entiendo que es el camino de la vida y del encuentro el que vence a la muerte: “Solo el amor es más fuerte que la muerte”.

 “Ha cambiado mi escala de valores”. Lo que parecía lo fundamental y central de la vida ha quedado relegado a un segundo plano. ¿Para qué sirve tener, atesorar, saber más, el éxito…? Nada de esto es comparable al amor, a la vida sencilla y diaria, a la relación, a la familia, al encuentro querido y amigable.

 “No nos educan ni educamos en la verdad”. Ocultamos la muerte, nos engañamos, sería la primera lección que deberíamos aprender de la vida: nos vamos a morir, podemos morir en cualquier momento, nuestros seres queridos se pueden ir… Solo así podríamos encajar mejor la realidad de la muerte en la vida. Y eso nos llevaría a mirar la vida –cada día, cada minuto…– como un encuentro con su valor único y trascendente.

“Se puede morir por amor…”. Se puede llegar a amar tanto que uno no resista no poder amar o no ser amado, pero, por contra, es malo no iniciarse en la aceptación del fracaso, del dolor y de la dificultad. La vida también tiene sus componentes de limitación, de creaturidad, de dolor y de fracaso. Integrarlos y superarlos es saber vivir. No podemos educar escondiendo el dolor y el fracaso, sino ayudando a vivirlo.

 “Su debilidad nos fortaleció”. Nuestro hijo nos preparó para su muerte. Ante nuestro grito de que por qué él, se levantó en el hospital madrileño, señaló a todos los de la unidad oncológica que le estaban rodeando en la sala y preguntó con tono alto y compasivo: “¿Y por qué todos ellos?”. Todos tenemos que morir, y tenemos que saber hacerlo.

 “Me siento más cerca de Dios”. La muerte de mi hijo me ha acercado a Dios y me ha hecho más religiosa. En él encuentro paz y consuelo, él también se agarró a Cristo cuando le tocó la ceguera y el dolor en su enfermedad. Y sentía su ayuda, y nos animó a ser más religiosos.

“Un modo nuevo de relacionarme y de valorar las relaciones”. Ahora el catedrático y el albañil tienen los mismos sentimientos, pueden sentarse a la misma mesa y compartir el mismo pan, pueden ser “compañeros” porque han bebido el mismo cáliz, y les une un sentimiento que es único en el dolor, pero también en el consuelo y en la esperanza.

 Y todo vivido desde el profundo y unánime deseo “del reencuentro”, de la Resurrección. Para ellos todo tendrá sentido si vuelven a encontrarse con sus hijos en la vida que no acaba y que se hace eterna en lo feliz. Noté en sus deseos y en su esperanza que la muerte del hijo querido reclama la justicia que solo será viable si hay resurrección universal y encuentro definitivo en el amor que vence a la muerte para siempre, y le da sentido a toda la historia, incluidos sus fracasos, sus muertes de cualquier clase… como hizo Dios Padre con el hijo crucificado.

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