Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" Ed. PPC Un sacerdote anónimo y el precursor (II Domingo de Navidad)

Un sacerdote anónimo y el precursor (II Domingo de Navidad)
Un sacerdote anónimo y el precursor (II Domingo de Navidad) Jose Moreno Losada

Un compañero sacerdote me habla de su vulnerabilidad y debilidad en el camino de la fe y del ministerio, lo hace confiado en la Luz de la Palabra y en la fuerza del Dios que le fundamenta. De este modo se hace testigo de verdad y de comunión. Yo me identifico con él y entiendo la clave del bautista ante el que es la Palabra, la Luz y la Vida. Gracias hermano por poner palabras a tus sentimientos profundos y darme luz con ellas. Somos testigos de la Luz de que nos envuelve y alumbra en nuestra debilidad y vulnerabilidad.

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Abrazando-ministerio-enfermedad_2650544920_16991560_660x371 Jose Moreno Losada

No era él la luz, sino testigo de la luz

 La Iglesia no es la luz ni tiene que serlo, pero ha de procurar ser testigo de ella, recibirla y acogerla como en su casa. Recibir y acoger la Palabra como centro de la vida, de la comunidad, de la historia, avanzar con ella para interpretar y poder asumir la vida en la que estamos inmersos, el momento que nos ha tocado vivir. Es la Palabra la que nos da el poder de ser hijos de Dios, nacer de su Luz para ser testigos en el mundo. Juan fue testigo de Él, consciente de su debilidad y de la salvación que trae, es Palabra hecha carne.

En el principio ya existía la Palabra...Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

                Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien te dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo”». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. 

(Cf. Jn 1,1-18)

La tensión de la Luz y nuestra oscuridad

 Me llegaba en la intimidad la reflexión de un compañero en la misión de anunciar a Cristo y su evangelio. Los sacerdotes, todos, hemos de vivir y llevar esta cruz de la contradicción, como el mismo  Juan Bautista. Conocemos al Mesías, pero hemos de anunciarlo desde la debilidad; a veces, desde el pecado propio y la negación, como Pedro. Pero siempre, si nos abrimos a su presencia, él será nuestra fuerza y nuestra luz para saber ponerlo delante y confesarlo como único Señor y Salvador. Sólo su palabra y su luz pueden mantener nuestra vasija de barro para que no se  rompa y se derrame el tesoro de su verdad y su salvación. Me decía mi compañero:

“Meditando las lecturas de hoy, he llegado a una conclusión. Llevo muchos años de mi ministerio sacerdotal en los que he estado enfermo, paralítico a causa de mi baja autoestima, de mi timidez, de mi incapacidad para saber hacer, mi falta de destrezas, mi tendencia a la melancolía, a la depresión. Pero todo esto tiene una raíz en mi muy profunda: la pereza. La incapacidad de levantarse, de afrontar uno y otro problema de la vida. La acedia espiritual.

Pero en medio de mi trayectoria sacerdotal, he estado siempre en la búsqueda de Dios. Desde el primer encuentro, segundo, tercero y sucesivos con Jesús en mi adolescencia, nunca he dejado de acudir a él, en los momentos más alegres y en los muchos tristes y desolados. ¿Cuál es tu voluntad, Señor?

Siempre he tenido en mi vida a Dios como lo absoluto. Nadie, ninguna persona, ni familia, ni amigos, ni sacerdotes han sustituido el lugar de Dios. No he sido fiel, no siempre he sido alegre. Pero no he dejado de intentar levantarme, de crecer, de intentar poner todos los medios para transmitir a los demás, con mi pobre vida y con lo que digo, que Jesús puede curarnos, que Jesús puede cambiar nuestras vidas. Yo doy fe de ello. “Creo, pero auméntame la fe, Señor.”

Cristo no es una teoría, una verdad abstracta, es alguien con quien te puedes encontrar personalmente. Los que han tenido la experiencia del encuentro con Él ya no lo olvidan y lo recuerdan vivamente en su palabra y en sus signos de presencia.”

La Palabra tenía vida y era luz

Mirar nuestra historia alumbrándonos con la Palabra de Dios es adentrarnos en un misterio de amor donde todo se interpreta desde la confianza y la esperanza. No hay nada en lo que no esté escondida la luz del que es amor y donación gratuita.

La historia de la salvación no es otra cosa que la narración de gestos de comunión constantes en una promesa que se va haciendo definitiva por la revelación del Dios que ama, crea y sostiene todo lo que existe. El creador se hace luz haciéndose criatura e introduciendo en la realidad la clave de la vida que se entrega y que se da en la mayor gratuidad. Cristo es la Palabra y la Vida.

Jesús se convierte para nosotros en la clave de lectura de todo lo que existe y acontece, con él hemos aprendido cómo la generosidad entregada del Padre se percibe en los gestos más cotidianos de la naturaleza y de la vida sencilla de los hombres. Su forma de ser y hablarnos del Reino nos ha introducido en una mirada confiada del vivir, de tal manera que, aunque, a veces, por nuestra mediocridad y pasividad no podamos ver, él sostiene la mirada en nosotros con fidelidad para poder volver a reencontrarnos en la esperanza y no nos deja en nuestra propia desesperanza.

Intuir que la luz, la verdad y la vida no se cierran, aunque yo no sepa verlas, es lo que nos sostiene aún en el dolor, la dormición, o la ceguera de nuestra pobreza. Por eso nunca dejaremos de orar pidiendo que aumente nuestra fe y no dejaremos de pedirle que nos agarre cuando nos parece que nos hundimos.

 La Iglesia hoy, como siempre, tiene el reto de volver a la Palabra de la vida para encontrar en ella la luz que disipa tinieblas y abre un horizonte de esperanza en la propia oscuridad. Necesitamos comunidades que se centren en la palabra y vivan de ella, que den razón para la esperanza en nuestro mundo. Habremos de desvestirnos de muchos ropajes religiosos que no favorecen el encuentro directo con ese Alguien que es la luz de la vida. Juan nos da ejemplo de ese desvestirse y ocultarse para que brille lo más puro de la salvación y de su buena noticia para todos.

Nos unimos al sentir de este hecho de vida con este canto tan agradecido en la debilidad:

"Eso que tú me das..."

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