“Te juro, hermano, que espero tanto verLo como verte” Michael Moore: A dom Pedro Casaldáliga, ya abriendo “el corazón lleno de nombres”
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"Esta vez, los asesinos -aunque lo intentaron- no tuvieron, siquiera, 'penúltimas palabras'"
"Ahora sí tus selvas, testarudamente defendidas y amadas, aplauden con sus cúpulas tu ascenso hacia lo alto"
"Con el corazón en la mano, siempre hiciste profesión de fe verdadera, primero con tu gesto y luego con tu poesía"
"Con el corazón en la mano, siempre hiciste profesión de fe verdadera, primero con tu gesto y luego con tu poesía"
| Michael Moore Michael Moore
Yo moriré de pie, como los árboles: Me matarán de pie. El sol, como testigo mayor, pondrá su lacre sobre mi cuerpo doblemente ungido, y los ríos y el mar se harán camino de todos mis deseos, mientras la selva amada sacudirá sus cúpulas de júbilo.
Yo diré a mis palabras: No mentía gritándoos. Dios dirá a mis amigos: Certifico que vivió con vosotros esperando este día.
De golpe, con la muerte, se hará verdad mi vida. ¡Por fin habré amado!
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No, Pedro hermano, Pedro pastor. No moriste de pie como los árboles sino inclinado, con la cabeza gacha, como el Maestro, en gesto de kénosis y entregando hasta tus últimos fatigados respiros. Y “ellos” no pudieron matarte: esta vez, los asesinos -aunque lo intentaron- no tuvieron, siquiera, “penúltimas palabras”. Te vino a buscar la Hermana muerte, la amiga de tu amigo Francisco, el otro pobre, el de Asís, porque el cielo ya estaba impaciente y un tanto celoso de estas tierras. Ahora sí tus selvas, testarudamente defendidas y amadas, aplauden con sus cúpulas tu ascenso hacia lo alto (que seguirá siendo un descenso hacia lo más bajo, donde siempre viviste y donde siempre te reencontraremos).
No hace falta tu aclaración: sabemos que no mentías por gritar tus palabras; urgía hacerlo en un mundo que por empecatado está repleto de sordos y ciegos. Siempre hiciste profesión de fe verdadera, primero con tu gesto y luego con tu poesía: “Si el Verbo se hace carne verdadera/ no creo en la palabra que adultera. / Yo hago profesión de claridad”. En vos también la Palabra se hizo carne y la carne se hizo palabra poética. Bella y verdadera, buena y consoladora.
Claro que Dios está confirmando a cuantos te amamos como amigo y faro, tu profecía: que viviste con nosotros -para los otros- y que lo hiciste esperando este día. Viviste con todos nosotros pero desde el lugar de algunos: los más olvidados. Es que eras muy consciente de que “con el Verbo hecho carne que habita entre nosotros / tú has instalado a Dios en el suburbio humano”.
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Y viviste esperando “este día” -nosotros, un poco más egoístas, intentábamos ahuyentarlo- porque toda tu vida estuvo transida y sostenida por una terca esperanza contra toda esperanza: “porque aprendí a esperar a contramano / de tanta decepción: te juro, hermano, / que espero tanto verLo como verte”. Y ahora que Lo estás viendo, ayúdanos a quienes queremos -necesitamos- seguir esperando en medio de tantas desilusiones.
No amaste “por fin”, Pedro: amaste por principio y por irreductible necesidad. Siempre. Descendiste como en picada desde tu hermosa Cataluña para encarnarte en esta tierra amazónica postergada y explotada, como aquel otro profeta-pobre, el de Galilea: “Entra en picado / por aquella kénosis / que el Verbo aventuró / desnudamente, / de abismo en abismo, / hasta el foso fecundo de la muerte”.
Llegaste en silencio, lo iluminaste con tus versos -labrados en ese mismo silencio- y, ahora, al silencio vuelves, donde habita la Palabra que da sentido a todas nuestras letras balbuceantes: “Derramando palabras, / de mis silencios vengo / y a mis silencios voy”. Ya pasó el tiempo de las palabras; es el momento del gesto final: “Y yo, sin decir nada, / abriré el corazón lleno de nombres”. Así pues, mientras nosotros te lloramos, el cielo se está adornado con todos esos nombres: nombres de tantos desheredados, ninguneados, maritirizados, NN de identidades e historias, víctimas de pateras y patoteros. Y confirmarás lo que ya -¡Pedro impertinente!- habías avisado: “No pagaré mis deudas; no me cobres. / Si no he sabido hallarte siempre en todos, / nunca dejé de amarte en los más pobres”.
"Habitaste la Palabra que da sentido a todas nuestras letras balbuceantes: 'Si no he sabido hallarte siempre en todos, / nunca dejé de amarte en los más pobres'"
Seguiremos unidos porque, también nosotros, desde acá, “Llamados por la luz de Tu memoria, / marchamos hacia el Reino haciendo Historia, / fraterna y subversiva Eucaristía”. Que tu palabra incómoda y tu memoria subversiva nos aguijonee y nos sostenga para que no te reduzcamos a sólo “darte un poster en nuestro salón”.
Gracias, Pedro. Con el corazón en la mano y un poco más solo, “te juro, hermano que espero tanto verLo como verte”. Hasta entonces.
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