Ángeles y alimañas, don Carnal y doña Cuaresma
El rito de la ceniza no es un signo que pretende humillarnos, sino una invitación a la esperanza. Porque en ese rito reconocemos con realismo que tampoco somos gran cosa: reconocemos nuestra limitación real, física, psicológica, moral, espiritual. Pero, al mismo tiempo, lo hacemos con la conciencia de que podemos mejorar, ir a más, vencer la limitación.
En el arrepentimiento Dios no nos acusa, ni nos echa en cara, ni, menos aún, nos castiga. Al contrario, nos acoge y pone en pie, nos dice: "eres mucho mejor de lo que crees, tienes posibilidades que todavía no has ensayado".
El camino cuaresmal es un camino que va del realismo a la alegría, de una cierta mortificación a la vida. Se trata de una alegría de una calidad superior, porque brota de dentro, de un espíritu renovado.
Se diferencia mucho, todo, de esa alegría vacua e impostora del actual carnaval. Esa fiesta parece un monumento a la falsedad, a la impostura. Ni siquiera se parece a sus verdaderos orígenes.
En la Edad Media la gente se preparaba a una cuaresma en la que ayunaban de verdad, se la tomaban en serio. Y, al mismo tiempo, haciendo gala de buen humor (de salud mental) organizaban el carnaval, aprovechaban para hartarse de carne, y para reírse de los poderosos, incluidos, claro, obispos y cardenales... Pero, al final, vencía doña Cuaresma, en realidad, acababa venciendo esa otra alegría profunda y auténtica de la mano de la Pascua.
Ahora, esa explosión (comercial, turística...) no tiene sentido, porque no es el preludio de nada, y, por eso, en algunos sitios, la burla no se dirige a los poderosos de este mundo, sino directamente a Dios, a Cristo, a la Virgen... Es señal de esa pérdida de sentido, de que hemos perdido el "oremus"... Ni siquiera sabemos de qué nos reímos...
Reflexión cedida por José María Vegas