Atención, entra usted en zona de mirar para otro lado

¿Cuál es la causa de las numerosas guerras existentes? ¿Qué intereses hay detrás de ellas? ¿Quién las alimenta?

En los últimos años se han extendido, de forma alarmante, las guerras y conflictos en numerosos lugares del mundo. Con especial incidencia y crueldad en Siria, Irak, Sudán del Sur, República Centroafricana, Etiopía, Uganda, República Democrática del Congo, Afganistán, Pakistán, Ucrania….

España lleva años destinando en torno a 500 millones de euros anuales a la exportación de armamento. Según el prestigioso Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI) España es el octavo suministrador mundial de armas convencionales.

Hay un pecado de omisión de la sociedad española que no se entera o no quiere enterarse de todo lo que hay en torno a la industria armamentística.

Es un tema del que casi nadie habla. Y no es por casualidad sino consecuencia de un lobby muy fuerte que actúa para silenciar las voces críticas. Rechina que nuestro país destaque, precisamente, por producir y vender armas. Y a países que no respetan los derechos humanos y tan poco democráticos como Turquía, Marruecos, Venezuela, Sri Lanka, China, Cuba, Angola y Pakistán.

En otras ocasiones hemos callado ante las crueldades de distintos dictadores, para salvaguardar los intereses económicos que nos ligaban a ellos. Como el suministro de petróleo o de materias primas o la venta de nuestros productos.

Durante años grandes empresas, amparadas por gobiernos occidentales, han operado en países que explotaban a su pueblo, atentaban contra la dignidad humana e incumplían el respeto a los derechos humanos. Y en un momento determinado despertaban de lo que parecía una gran amnesia colectiva y combatían a los dictadores como Hussein, Gadafi…a los que habían estado sosteniendo.

Una vez más surge la pregunta: ¿es que todo vale? ¿No habría que cuestionar el doble lenguaje utilizado por los gobernantes y el cinismo que ello entraña?

Tampoco nosotros como ciudadanos debemos echar balones fuera y mirar para otro lado. Si los gobiernos y las empresas se comportan así es porque la sociedad civil adormecida de la que formamos parte lo consiente.

Debemos, pues, romper el silencio; cuestionar esas prácticas; preguntarnos hasta qué punto tenemos alguna responsabilidad en la crisis de los refugiados.

Creo que es a lo que nos debe impulsar nuestro compromiso cristiano: contribuir, desde dentro de la sociedad, a la transformación y santificación del mundo, hecha con espíritu evangélico.
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