La Europa soñada por el Papa Francisco
En el siglo pasado los padres fundadores del proyecto europeo pusieron los cimientos de un baluarte de la paz; de un edificio construido por Estados que no se unieron por imposición, sino por la libre elección del bien común, renunciando para siempre a enfrentarse. Europa, después de muchas divisiones, se encontró finalmente a sí misma y comenzó a construir su casa.
En las circunstancias actuales el Papa dice ver una Europa cansada y envejecida, no fértil ni vital, donde los grandes ideales que la inspiraron parecen haber perdido fuerza de atracción. Pero, cree, también, que la creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse y salir de los propios límites pertenecen al alma de Europa.
Apelando al escritor Elie Wiesel, superviviente de los campos de exterminio nazis, el Papa propone realizar una “transfusión de memoria”. “Hacer memoria”, tomando un poco de distancia del presente para escuchar la voz de nuestros antepasados.
La memoria, dice, no solo nos permitirá que no se cometan los mismos errores del pasado (cf. Evangelii gaudium, 108), sino que nos dará acceso a aquellos logros que ayudaron a nuestros pueblos a superar positivamente las encrucijadas históricas que fueron encontrando.
La transfusión de memoria nos libera de esa tendencia actual a obtener rápidamente resultados inmediatos. Es una tentación a evitar, porque supone moverse sobre arenas movedizas, que podrían producir “un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana”.
Son ideas del Papa extraídas de su discurso al recibir el premio Carlomagno en mayo de 2016