Papel de la Iglesia en el renacer de Europa
La tarea a realizar por la Iglesia coincide con su misión: el anuncio del Evangelio, saliendo al encuentro de las heridas del hombre, llevando la presencia de Jesús, su misericordia que consuela y anima.
Dios desea habitar entre los hombres a través de una Iglesia rica en testigos que lleven el agua pura del Evangelio a las raíces de Europa. Testigos que, al igual que los grandes evangelizadores del continente, estén tocados por él y vivan el Evangelio sin buscar otras cosas.
Sueño un nuevo humanismo europeo, para el que hace falta “memoria, valor y una sana y humana utopía”.
Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida.
Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio.
Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte.
Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano.
Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable.
Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes.
Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos.
Son ideas extraidas del discurso del Papa Francisco al recibir el premio Carlomagno en mayo de 2016.