Cuando confían en ti

Mis padres no pasaron por ninguna universidad pero supieron enseñarme que vivir una buena vida es no hacer nada de lo que puedas avergonzarte; poder mostrar, con orgullo, aquello que has hecho; hacer bien lo que hay que hacer; tener en cuenta no solo lo que haces sino cómo lo haces; decidir analizando el impacto de lo que vas a hacer; dar a cada uno lo que en justicia le corresponde; tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran; ser ejemplo y referente para otras personas.

Ayer recordé esas enseñanzas de mis padres cuando una trabajadora de la administración (que no me conocía de nada) me miró a la cara y se fió de mí.

La confianza “en” es “fianza con”, es decir, fianza recíproca: me fío de él y me fío de que él se fía de mí. Son rasgos de un buen profesional y de un profesional bueno. Alguien que no es un ingenuo ni un tonto. Que no anda siempre a la defensiva, desconfiando de todo y de todos. Que se siente satisfecho de lo que hace. Que duerme con la conciencia tranquila y encuentra sentido a su vida y a cómo la vive.

La confianza se apoya en la percepción que tenemos de las palabras y las acciones de otra persona. Y se manifiesta en el apoyo mutuo y la reciprocidad.

En mi pueblo pocas compra-ventas llegaban a formalizarse por escrito. Bastaba un apretón de manos para saber que la palabra dada iba a ser respetada; que la palabra “iba a misa”.

Cuando se decía de alguien que era “un hombre de palabra” podías tener la certeza de que en esa persona podías depositar tus expectativas; que no te iba a defraudar. ¿Cómo le ibas a defraudar si había confiado en ti?
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