Coger el bus, ir a comprar el pan, sacar dinero de un cajero, tomarse un café en un bar... Son tareas cotidianas que cada día muchos ciudadanos realizamos sin complicaciones,
pero que se convierten en un infierno cuando se tiene una discapacidad.
Calles mal asfaltadas, rampas por las que no pueden subir, bolardos, farolas en medio de las aceras, adoquines levantados, malas señalizaciones y así decenas y decenas de estructuras arquitectónicas que para las personas sin discapacidad pasan completamente desapercibidas (o son obstáculos fácilmente salvables) a la persona discapacitada le condicionan completamente el desarrollo de su vida diaria.
Ni socialmente ni a nivel individual somos conscientes de las dificultades con las que se encuentran las personas con discapacidad. Y no sólo existen las barreras físicas. Hay, también,
barreras de comunicación. Empezando por nuestra manera de referirnos a ellos.
El que es sordomudo
no encuentra intérpretes, el que es ciego necesita incluso ayuda para saber
dónde está el mostrador de información y el que es minusválido no puede ni siquiera
traspasar las puertas de las Administraciones.
"Los políticos tienen una mentalidad del siglo pasado en la que se pensaba que la discapacidad eran servicios sociales (...). Hay que intentar
ir más allá del concepto de beneficencia , dicen desde CERMI.
Para este colectivo,
el reto es tener una vida normalizada y conseguir una autonomía. Para ello el empleo es clave.