Ante la llegada de un nuevo obispo
“Cuando vivía en Venecia siempre tenía bastantes cosas pendientes o me iba a pasear. Pero aquí, la mayoría de los asuntos ya me los traen resueltos los cardenales y yo sólo tengo que firmar. Y en cuanto a pasear, casi no me dejan. 0 tengo que salir con todo un cortejo que pone en vilo a toda la ciudad.
A veces cuando me aburro, le dijo, tomo unos prismáticos y me pongo a ver desde la ventana, una por una, las cúpulas de las iglesias de Roma. Pienso que alrededor de cada iglesia hay gente que es feliz y otra que sufre; ancianos solos y parejas de jóvenes alegres. También gente amargada o pisoteada. Entonces me pongo a pensar en ellos y pido a Dios que bendiga su felicidad o consuele su dolor.
Alguien podrá pensar que un Papa debería tener muchas cosas más importantes que hacer que el mirar a través de su ventana con sus prismáticos. Pero más allá de esa ventana el buen Papa Juan veía o imaginaba a los hombres del mundo. Y amaba y rezaba por ellos. Por los que sufren y por los que son felices.
Eso mismo es lo que hacen tantas personas entregadas a la causa en la que creen. Eso mismo es lo que hacía Santos en su parroquia de La Beata. Y es lo que pido a Dios que no deje de hacer como obispo: que no se aísle en el palacio episcopal; que no caiga en el síndrome del rey desnudo; que siga oliendo a oveja; que trasmita la alegría del evangelio que forma parte de su vida.