Ante la llegada de un nuevo obispo

Cuenta el pastor anglicano Douglas Walstali que en una ocasión en la que visitó al papa Juan XXIII éste le confesó que allí, en el Vaticano, a veces se aburría.

“Cuando vivía en Venecia siempre tenía bastantes cosas pendientes o me iba a pasear. Pero aquí, la mayoría de los asuntos ya me los traen resueltos los cardenales y yo sólo tengo que firmar. Y en cuanto a pasear, casi no me dejan. 0 tengo que salir con todo un cortejo que pone en vilo a toda la ciudad.

A veces cuando me aburro, le dijo, tomo unos prismáticos y me pongo a ver desde la ventana, una por una, las cúpulas de las iglesias de Roma. Pienso que alrededor de cada iglesia hay gente que es feliz y otra que sufre; ancianos solos y parejas de jóvenes alegres. También gente amargada o pisoteada. Entonces me pongo a pensar en ellos y pido a Dios que bendiga su felicidad o consuele su dolor.

Alguien podrá pensar que un Papa debería tener muchas cosas más importantes que hacer que el mirar a través de su ventana con sus prismáticos. Pero más allá de esa ventana el buen Papa Juan veía o imaginaba a los hombres del mundo. Y amaba y rezaba por ellos. Por los que sufren y por los que son felices.

Eso mismo es lo que hacen tantas personas entregadas a la causa en la que creen. Eso mismo es lo que hacía Santos en su parroquia de La Beata. Y es lo que pido a Dios que no deje de hacer como obispo: que no se aísle en el palacio episcopal; que no caiga en el síndrome del rey desnudo; que siga oliendo a oveja; que trasmita la alegría del evangelio que forma parte de su vida.
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