Iconografía en 3 cuadros de un monje independiente, traductor y Doctor de la Iglesia San Jerónimo: el intelectual que pagó en el desierto su afición a Cicerón
Traspasando las fronteras de la devoción, ha interesado durante siglos a diferentes intelectuales, por su fama de docto, lo mismo que como referente de la vida ascética
Jerónimo partió hacia Oriente, y en medio del camino, una visión le reprochó su afición a los clásicos de Grecia y Roma
Después de consagrarse al estudio del griego y el hebreo, consiguió dar a luz la 'Vulgata'
Después de consagrarse al estudio del griego y el hebreo, consiguió dar a luz la 'Vulgata'
Nacido en Dalmacia en el siglo IV, Jerónimo es uno de los santos y patronos de mayor fuerza y calado universal. Traspasando las fronteras de la devoción, ha interesado durante siglos a diferentes intelectuales, por su fama de docto, lo mismo que como referente de la vida ascética.
Su historia vital, sin embargo, le hizo pagar caro su amor a los clásicos. Después de estudiar en Roma, donde se bautizó a los 19 años, Jerónimo partió hacia Oriente, y en medio del camino una visión le reprochó la mencionada afición a los clásicos del pasado pagano, es decir, a los escritores de Grecia y Roma. En concreto, fue acusado de “ciceroniano”, y él mismo decidió imponerse la pena y mortificarse en el desierto.
Superando tentaciones, soportando enfermedades..., no extraña que Jerónimo causara sensación en los siglos de Oro del arte, a los pintores del Renacimiento y del Barroco, ávidos de biografías apabullantes e imágenes emocionales que valiesen a la Contrarreforma de correa de transmisión de la fe católica.
El Museo del Prado atesora, entre otros de la misma iconografía, tres cuadros paradigmáticos de la representación del santo eremita. Quien, después de consagrarse al estudio del griego y el hebreo, consiguió dar a luz la 'Vulgata', la primera traducción latina de la Biblia. Pasando así a la historia a la par que expiaba su pecado cultural.
Siguiendo la imagen de Jerónimo que Erasmo de Rotterdam popularizó, el autor renacentista incide en su erudición
Un sabio sin halo
Una de esas obras que exhibe el Prado es el San Jerónimo en su estudio de Marinus. Pintado sobre tabla en 1541, le presenta como un sabio dentro de un estudio doméstico, sin rastro de halos de santidad. Siguiendo la tradición medieval y, ante todo, la imagen de Jerónimo que Erasmo de Rotterdam popularizó, el autor renacentista incide en su vejez (mediante un escrupuloso estudio de la arruga) y en su erudición, representándole rodeado de libros. Uno de ellos, su Vulgata, abierto y de cara al espectador. Lo mismo que el propio Jerónimo, quedando inmortalizado como un gran comunicador.
Meditación de la muerte
Si Marinus le vistió con traje cardenalicio, los pintores del Barroco van a mantener el color rojo pero reduciendo las vestiduras a un manto: el Jerónimo intelectual ha devenido en asceta semidesnudo que reflexiona sobre la muerte. Insistiendo, de este modo, en uno de los temas favoritos de la iglesia contrarreformista.
En 1643, Pereda le representa de nuevo anciano y con una larga barba blanca, pero esta vez sus ojos no se dirigen al espectador, con la suficiencia del humanista, sino que está mirando hacia arriba, melancólico (en la vieja postura de cabeza apoyada en el brazo) e inmerso en sus pensamientos. Que son sobre la muerte porque lo comunica otro elemento iconográfico inconfundible: la calavera. Además, S. Jerónimo porta un palo, símbolo de los martirios que se infringió (también golpeándose con piedras) y yace sentado próximo a la Biblia.
Otro de los imprescindibles maestros barrocos, José de Ribera, le representó en 1644. En este tercer San Jerónimo ya no quedan huellas del orgullo del intelectual retirado en su estudio ni de la actividad meditativa. La Biblia se ha transformado en solo un papel, pisado por la calavera como recordatorio de la muerte. El hombre, canoso pero menos avejentado que en las anteriores representaciones, aparece de perfil y arrodillado, como si dirigiese a Dios sus oraciones y su gesto de humildad (las manos cruzadas sobre el pecho). El fondo prácticamente ha desaparecido, para que el negro le deje el protagonismo a la figura. Que no parece la de un sacerdote con crucifijo en la mano, ni el ilustre traductor o el fundador de monasterios que fue, sino solamente un penitente. Con la vista cansada, ofreciendo de rodillas su último vigor.
Patrono de traductores, estudiantes, bibliotecarios, libreros... y Padre de la Iglesia, la tradición iconográfica también ha asociado la representación de San Jerónimo a la de San Marcos, presentándole en ocasiones junto a un león. La hagiografía cuenta, para mejor encaje del animal, que Jerónimo le extrajo una espina de la zarpa y se ganó su protección: el león custodió su burro en el desierto.
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