Sobre las normalidades ritmadas por el culto Nabucodonosor y el COVID 19
Ahora que la pandemia se ha calmado y que podemos reflexionar con más serenidad, me viene espontánea una comparación entre Nabucodonosor y el COVID 19. los dos invasores, el rey caldeo y la pandemia, me hacen pensar en la forma en la que nosotros “religiosos” de ayer y de hoy nos posicionamos ante la dificultad y le hacemos frente a la realidad.
Nabucodonosor invadió el reino del norte y quebró la normalidad ritmada por el culto de Jerusalén...Y después, en nuestro tiempo, me fijo particularmente en nuestra Colombia, un virus nos invadió, también mucho dolor y muerte.
Las dos eran “normalidades” ritmadas por el culto y en los dos casos volver a ellas era sinónimo de volver a los templos.
En Israel, a la sombra del templo y en la seguridad de los sacrificios, los profetas dejaban ver que lo que sucedía era una normalidad de injusticia y opresión...
En nuestra Colombia, muchas voces, especialmente las de las personas que este país aplasta, las 30.000 víctimas entrevistadas por la Comisión de la Verdad, nos están diciendo que la normalidad a la que suspirábamos volver deja mucho que desear…es más bien una tragedia humana a la sombra de los templos y del culto.
La normalidad a la que volvimos ya cuenta, en solo este año, y según cifras de indepaz, 79 masacres, 128 líderes y defensores de los derechos humanos y 34 firmantes del acuerdo de paz asesinados. ¿Perdimos también la oportunidad?
Las dos eran “normalidades” ritmadas por el culto y en los dos casos volver a ellas era sinónimo de volver a los templos.
En Israel, a la sombra del templo y en la seguridad de los sacrificios, los profetas dejaban ver que lo que sucedía era una normalidad de injusticia y opresión...
En nuestra Colombia, muchas voces, especialmente las de las personas que este país aplasta, las 30.000 víctimas entrevistadas por la Comisión de la Verdad, nos están diciendo que la normalidad a la que suspirábamos volver deja mucho que desear…es más bien una tragedia humana a la sombra de los templos y del culto.
La normalidad a la que volvimos ya cuenta, en solo este año, y según cifras de indepaz, 79 masacres, 128 líderes y defensores de los derechos humanos y 34 firmantes del acuerdo de paz asesinados. ¿Perdimos también la oportunidad?
En nuestra Colombia, muchas voces, especialmente las de las personas que este país aplasta, las 30.000 víctimas entrevistadas por la Comisión de la Verdad, nos están diciendo que la normalidad a la que suspirábamos volver deja mucho que desear…es más bien una tragedia humana a la sombra de los templos y del culto.
La normalidad a la que volvimos ya cuenta, en solo este año, y según cifras de indepaz, 79 masacres, 128 líderes y defensores de los derechos humanos y 34 firmantes del acuerdo de paz asesinados. ¿Perdimos también la oportunidad?
| Jairo Alberto Franco Uribe
Ahora que la pandemia se ha calmado y que podemos reflexionar con más serenidad, me viene espontánea una comparación entre Nabucodonosor y el COVID 19. los dos invasores, el rey caldeo y la pandemia, me hacen pensar en la forma en la que nosotros “religiosos” de ayer y de hoy nos posicionamos ante la dificultad y le hacemos frente a la realidad.
Nabucodonosor invadió el reino del norte y quebró la normalidad ritmada por el culto de Jerusalén; hubo entonces muerte y dolor en Israel, algunos decían que era un castigo de Dios y aseguraban que este se había alejado; el lugar sagrado fue destruido, se interrumpieron los sacrificios, los creyentes se dispersaron y desde el exilio empezaron a soñar con volver a la “normalidad”.
Y después, en nuestro tiempo, me fijo particularmente en nuestra Colombia, un virus nos invadió, también mucho dolor y muerte y no faltaron los predicadores que hablaron de castigo de Dios; la crisis hizo creer a muchos que Dios se había olvidado y, cansado del mal, se había retirado; los templos se cerraron, se suspendió el culto y los sacramentos, nos vimos como desterrados de las iglesias y empezamos también a soñar con volver a la “normalidad”.
Pero ¿de qué “normalidades” se trataba en uno y otro caso? Las dos eran “normalidades” ritmadas por el culto y en los dos casos volver a ellas era sinónimo de volver a los templos. Los Israelitas soñaban en la diáspora con el templo y nosotros enfermos y con miedo soñábamos también con nuestros templos y clamábamos “que nos dejen rezar”. “que abran las iglesias”…. Es verdad, el culto ritmaba la normalidad de Israel antes del exilio y el culto ritmaba nuestra normalidad antes de la pandemia… Pero, otra pregunta, ¿cómo transcurrían esas normalidades? En los dos casos hay quien nos responda.
En Israel, a la sombra del templo y en la seguridad de los sacrificios, los profetas dejaban ver que lo que sucedía era una normalidad de injusticia y opresión y que toda esa religiosidad, de apariencia santa, era más bien una práctica que dañaba a los pobres y que por tanto molestaba a Dios; así lo denuncia Isaías que hace resonar la palabra de Dios: “ ¿ a mí que tanto sacrificio de ustedes- dice Yahveh- harto estoy de holocaustos… el humo del incienso me resulta detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad; aborrezco sus novilunios y falsedades… sus manos están llenas de sangre… den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano; defiendan a la viuda” (Isaías 1, 11-16).
En nuestra Colombia, muchas voces, especialmente las de las personas que este país aplasta, las 30.000 víctimas entrevistadas por la Comisión de la Verdad, nos están diciendo que la normalidad a la que suspirábamos volver y estamos volviendo, esa normalidad ritmada por los domingos, las fiestas patronales, la semana santa, la navidad…deja mucho que desear… Un pueblo que se dice de Dios es también uno de los más violentos del mundo, aquí la violencia se ha vuelto natural y es parte del paisaje, con 9 millones de víctimas, 121.768 desaparecidos; 8 millones de desplazados, innumerables crímenes de lesa humanidad…
Se consagra el país al Corazón de Jesús, los templos se llenan cada domingo y, aún así, somos los mismos que producimos la mayor cantidad de drogas que envenenan a muchos entre nosotros y en el mundo entero; somos devotos del “Divino Niño” y perdemos a los menores de edad reclutados por los grupos armados y las mafias y, como si esto no bastara, hemos llegado a darles el apelativo de “máquinas de guerra”; los cristianos somos el 90% de la población de este país y casi la mitad de ellos, 21 millones, vive bajo los niveles de pobreza y comen sólo una o dos veces al día; nuestra fuerza pública tiene por lema “Dios y Patria” e, inexplicablemente, muchos de sus miembros se han puesto en contra de los más vulnerables y se cuentan 6402 “falsos positivos”.
Nos batimos por el lienzo de Nuestra Señora de Chiquinquirá y, al mismo tiempo, el cuerpo de nuestras mujeres se ha vuelto botín de guerra; nos damos la paz en la misa y después rechazamos los acuerdos de La Habana y proponemos la guerra como solución y hemos llegado a decir “aquí lo que hay es plomo”; predicamos sobre el Padre misericordioso que recibe a su hijo y nos negamos a reinsertar en la vida civil a los que han dejado las armas; predicamos la doctrina de la justificación y nos escandaliza la propuesta de justicia restaurativa de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Así pues, lo que llamamos normalidad, y a la que lamentablemente parece que hemos vuelto, es más bien una tragedia humana a la sombra de los templos y del culto. Lo preocupante es que el culto sea visto como parte de esta normalidad y que se celebre rutinariamente sin tocar la realidad.
Después del exilio, Israel volvió a la normalidad, no se dio la oportunidad de cambiar; es verdad que el exilio purificó su fe y que un pequeño resto empezó a vivir su relación con Dios de un modo distinto, desde el corazón y no tanto desde la ley y el templo. Es verdad que en medio de la tragedia hubo profetas como Jeremías que denunciaban esa religión del “templo del Señor” y que llamaban a la justicia para los pobres, los huérfanos y las viudas (Jeremías 7, 3-7); o como Ezequiel, también él exiliado, que decía que Dios había dejado el templo, que su gloria se había posado en medio del pueblo y que era allí donde había que buscarlo y no en ese edificio que olía a sangre, que era preciso una religión del corazón y no de ritos vacíos y que esa nostalgia por el templo y su normalidad era más bien un obstáculo para encontrar y escuchar a Dios en la difícil situación del exilio (cfr. Ezequiel 10, 4-5.18; 14,1-8; 36,26 ).
Y estaba también el segundo Isaías, otro exiliado, que gritaba a todos que lo que antes era cotidiano, es decir, los lujos del templo, las víctimas sobre el altar, las vestiduras de los sacerdotes, no tenía poder para salvar, y que si lo tenía el sufrimiento del pueblo retratado por él en la figura del siervo de Yahvé (Is. 42, 1-9; 49,1.7; 50, 4-11; 52, 13-53, 1-12)….Pero no, cuando Israel salió de las dificultades y pudo regresar a su tierra, volvió a esa normalidad ritmada por el culto y así fue que Jesús se la encontró, siglos después, como una cueva de ladrones….. Se perdió la oportunidad.
Y nosotros en Colombia, después de la pandemia ¿perdimos también la oportunidad de cambiar? ¿todavía una religión en los templos y no tanto Evangelio en el corazón? ¿un culto sin el pobre, el huérfano y la viuda? ¿eucaristía comida y bebida y viéndonos con desconfianza y como enemigos? ¿Un Dios allá arriba y lejos de las víctimas, de los empobrecidos, de los violentados, de los desaparecidos…? La normalidad a la que volvimos ya cuenta, en solo este año, y según cifras de indepaz, 79 masacres, 128 líderes y defensores de los derechos humanos y 34 firmantes del acuerdo de paz asesinados. ¿Perdimos también la oportunidad?
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