La triste historia de un borriquito que quiso estudiar para caballo


Esta historia se escribió hace muchos años, cuando todavía estaba vigente en España la Ley General de Educación del 1970,
conocida como Ley de Villar Palasí, por ser él su principal artífice. Por lo tanto es eso, historia, y ya se sabe que toda historia es pasada, si no, no sería historia. Después se sucedieron y se suceden las leyes o planes de educación a un ritmo vertiginoso hasta tal punto que surgieron de nuevo, fueron modificadas y derogadas LOECE, LODE, LOGSE, LOCE, LOE, y la LOMCE del PP en el 1913 que convirtió a un ministro, Wert, en embajador en París y cuatro años después de su promulgación, aun no se sabe que puede quedar o no quedar de ella.


No aparecerá hasta la próxima entrega lo que fue el desenlace de la historia que relato, porque se haría demasiado largo el artículo, pero, no sería necesario decirlo, si la escribiese hoy el final tendría que ser muy distinto.
Va, pues.




Era un día de finales del mes de agosto. Ya refrescaba por la noche, pero durante el día todavía hacía bochorno y por veces se hacía difícil respirar. Remigio había llegado cansado de pasarle la grada de discos a tres fanegas de tierra que pensaba sembrar a nabos.

Tan pronto como llegó a casa y se bajó del tractor, se fue a acostar al fresco por allí cerca en un pequeño erial al que llamaban “A Chousa”, a la sombra de unas retamas, hasta que llegase la hora del almuerzo.

Era un terreno inculco en el que predominaban las retamas sobre los tojos, las zarzas y alguna uz. Únicamente se sacaba algún provecho de las retamas, que periódicamente se arrancaban para ser quemadas en la cocina de leña. Por entre los arbustos y la maleza también había pequeños retazos de pastizal.


Tal y como estaba acostado en el suelo, llegaron a los oídos de Remigio unos murmullos que se asemejaban una conversación.
Afinó bien el oído y..., en efecto, era una conversación.


Por lo visto, con el oído bien pegado al suelo, se pueden escuchar cosas muy interesantes que no se podrían oír subidos a un pedestal.


Las primeras palabras que pudo escuchar con precisión fueron:

- Papá, yo quería estudiar para caballo.


Se sorprendió, -¿quién no lo haría?- y se puso a pensar a ver quién podría ser el que dijera semejante locura. El primero en quien pensó fue en Gumersindo de la Albardera; porque era un niño que tenía fama de no coordinar allá muy bien que se diga desde que había caído cabeza abajo de una higuera.


Entonces Remigio levantó un poco la cabeza y miró muy atentamente alrededor por si podía ver a Gumersindo; pero no vio a nadie.
Incluso se le vino a la mente una tertulia que había escuchado un día por la radio sobre parapsicología y otras historias de voces que pueden andar volando y venir a veces desde el más allá. Hay gentes muy entendidas en voces del más allá, incapaces de entender las de la propia familia.


No quedaba tranquilo sin saber con certeza si habría alguien por allí y trató de inspeccionar el entorno.


Unos metros más adelante en un claro estaba el burriquito pequeño y su padre el burro grande evitando las molestias de las moscas a la sombra de unas viejas y retorcidas.

- ¿Esas historias de querer estudiar te las metió en la cabeza el burro de Matías, que dicen que vino de Suiza y sois muy camaradas, no?

Ahora Remigio se había dado perfecta cuenta de que quien había respondido había sido el burro grande y puso mucha atención, porque nunca tal había visto ni había soñado ver: ¡Dos burros de carga conversando!



Desde donde él se situó se percibía muy bien que el borriquito estaba nervioso. Había sido educado en un respeto desmesurado a su padre, que había tenido que asumir el papel de padre y madre al mismo tiempo, ya que la pobre madre verdadera perdió su vida al dar a luz a aquel único hijo. Debido a ese respeto excesivo que casi rayaba en temor reverencial, le costaba mucho contradecirle al padre; pero, ya que se había atrevido a hablar, no le abandonaron los ánimos para seguir.

- No, papá. Yo llevo cavilado mucho en eso y a veces ni puedo dormir pensándolo. Una vez incluso soñé que era ya todo un señor caballo.

- ¡Disparates!, -dijo el padre- También yo soñé siendo joven que era un caballo percherón. Todavía ahora sueño alguna vez que soy el caballo de un rey. Siempre sueño que soy caballo de un rey o de un conde, y cuando más sueño que soy caballo de nobles es cuando tengo que acostarme con el estómago vacío... Pero… ¿qué?. Soy lo que soy...¡Un burro más! Lo que fui siempre... ¿Qué clase de caballo soñaste con ser tú?

Continuó el borriquito con todo su rostro iluminado por un sueño vivido intensamente:

- Yo soñaba y sueño y quiero ser caballo de un circo para recorrer el mundo entero y alegrar a los niños de toda la tierra.


Exclamó el padre:

- ¡Arre centella!. ¡Pues no tienes tú humos ni nada!... Para eso ya hay que nacer caballo y entrenar muchas horas cada día y supongo que saber idiomas paras entenderse en otros países.


Remigio no podía salir de su asombro y contenía la respiración para que no se enterasen de su presencia y apagaran la conversación.


El borriquito parecía estar un poco más tranquilo que al principio y prosiguió replicando:


- Pues a mí me parece que soy capaz de aprender todo lo que haga falta y mucho más con las ganas que tengo de ser caballo.


El burro grande dio unos pasos hacia un lugar de más sombra, pues ya el sol empezaba a herirlo, especialmente en el ojo derecho, en el que tenía una catarata producida por la púa de un espino. Y, ya fuese por la incomodidad del bochorno, ya por uno súbito arranque de mal genio fruto de la rabia hija de la impotencia, respondió muy alterado:




- ¡A mí me parecía! ¡A mí me parecía! ¡Una cosa es parecer y otra muy diferente es ser, amigo mio!... Tú no naciste para caballo, sino para ser un burro como tu padre. De jóvenes siempre creéis que podéis cambiar el mundo.

Después de unos momentos de silencio preguntó el borriquito:

- ¿Papá, ¿quién nos habrá puesto este nombre de burros?

- ¡Qué sé yo!, -respondió el padre con visibles muestras de que estaba perdiendo unos estribos que nunca le habían pertenecido-. Sería Adán cuando bautizó los animales en el paraíso terrenal... Sería así desde siempre... Lo habrá hecho así el Creador.


Osó contradecir una vez más el borriquito:

- Pues yo no sé por qué desconfío de que fue hace mucho tiempo cuando los que se tienen por listos nos rebautizaron con ese nombre pensando en ponernos una especie de apodo para acomplejarnos y sentirse ellos superiores. Y, por razones que todavía no acierto a comprender, sospecho que quieren por todos los medios que creamos que fue así desde siempre… ¿Tú crees verdaderamente en un Creador, papá?
Siguió en son autoritario el padre:


- ¡Pocas gracias! ¿Por quién tomas tú a tu padre, por un renegado, o qué?

- Es que yo también creo, -continuó muy humilde el borriquito-, pero lo que no me da entrado en la cabeza es que Él, el Creador, hiciera tantos peldaños, tantas graduaciones, tantos galones, tantas diferencias.
A mí me parece que Él ni hizo las fronteras, ni los tronos. ¿Inventaría Él los títulos de Excelentísimo Señor y de don Nadie que marcan distancias abismales entre los que nacen igual de desnuditos y a los diez minutos de morir casi podrían confundirse? ¿Marcaría Él las líneas separadoras entre pueblos ricos y pueblos pobres? ¿O serán inventos de otros que fabrican y piden bendiciones para cañones y después, para justificarse y revestirse de un poder que no les corresponde, dicen que son lo que son por la gracia de Dios? Y así le hacen cargar al Creador con culpas que Él no tiene.


El padre no estaba dispuesto a dejarse envolver por los argumentos de aquel hijo un poco contestatario, aunque le agradaba como discurría, y le cortó bruscamente diciendo:

- Vete, vete. Ve a pacer por ahí adelante e déjate de filosofías. Las cosas son como son y están como están y de nada sirve darles vueltas si no se pueden cambiar… Ahora, desde que aprendéis cuatro cosas, ya os parece que lo sabéis todo e non tenéis en cuenta que vuestros padres, aunque que no tuviésemos tantas posibilidades coma vosotros, temos la sabiduría que da la experiencia de la vida.

Después de unos momentitos de silencio durante ls que el borriquito debió de estar calculando como entrarle al padre, dijo:

-Tiene razón, si señor; pero usted me va a dejar estudiar para caballo?

En este preciso instante le gritaron a Remigio llamándole pra que fuese comer y él, sin darse cuenta del sigilo que se había impuesto pra espiar mejor, respondió gritando también:

- ¡Ya voy!

Se asustaron los dos burros y yo, sin asustarme, dejo el relato hasta el próximo día, si Dios quiere.

Para los que deseen leerlo en gallego:

A triste historia do burriño que quixo estudar pra cabalo (I)
Esta historia escribiuse hai moitos anos, cando aínda estaba vixente en España a “Ley General de Educación” do 1970, coñecida como “Ley de Villar Palasí”, por ser o seu principal artífice. Polo tanto é iso, historia, e xa se sabe que toda historia é pasada, senón, non sería historia.

Despois sucedéronse e sucédense as leis ou plans de educación a un ritmo vertixinoso ata o punto de que xurdiron de novo, foron modificadas e derrogadas LOECE, LODE, LOGSE, LOCE, LOE, ata chegar á LOMCE do PP no 2013 que converteu a un ministro, Wert, en embaixador en París e catro anos despois da súa promulgación, aínda non se sabe que pode quedar ou non quedar dela.

Non aparecerá ata a próxima entrega o que foi desenlace da historia que relato, porque se faría demasiado longo o artigo, pero, nin falta faría que o dixese, se a escribise hoxe o final tería que ser distinto. Vai logo.



Era un día de remates do mes de agosto. Xa refrescaba pola noite, pero polo día aínda atafegaba. O Remixio chegara canso de pasarlle a grade de discos a tres fanegas de terra que pensaba sementar a nabos.

Tan presto chegou á casa e baixou do tractor, foise deitar un pouco entre as xestas da chousa mentres non era hora de xantar. A chousa era un terreo inculto no que predominaban as xestas sobre os toxos, as silvas, algunha uz e varias campelas pequenas. O único de algo de proveito eran as xestas, que desde que pasaban dos dous metros de altura, arrincábanse periodicamente e partíanse pra queimalas na cociña de leña.

Tal e como estaba deitado no chan, chegáronlle ós oídos uns murmurios que semellaban unha conversa. Aguzou ben o sentido e..., en efecto, era unha conversa.

Polo visto, cando se tén o oído ben achegadiño ó chan, pódense escoitar cousas moi interesantes que non se poderían oír subidos a nun pedestal.

As primeiras verbas que o Remixio puido escoitar con precisión foron:

- Papá, eu quería estudar pra cabalo.

Sorprendeuse, -calquera non se sorprende!- e púxose a matinar a ver quen podería ser o que dixera semellante toleada. O primeiro en quen pensou foi no Gumersindo da Albardeira; porque era un neno que tiña sona de non coordinar aló moi ben que se diga desde que caera cabeza a baixo dunha figueira.

Entón Remixio soergueu a cabeza e mirou ben arredor de si por se podía ver ó Gumersindo, pero non deu visto a ninguén. Ata se lle veu á mente unha tertulia que escoitara un día pola radio sobre parapsicoloxía e outras andrómenas de voces que poden andar voando e viren algunha vez desde o máis aló ó máis acó.

Hai xentes moi entendidas en voces do máis aló incapaces de entender as da propia familia.

Pero, así e todo, non quedou a gusto sen saber certo se habería alguén por alí e
pescudou a un lado e ó outro, sen facer ruxido.

Alí uns metros máis adiante nunha campeliña estaban o burriño pequeno e seu pai o burro grande evitando na medida do posible as moscas que os aguilloaban. Estarían a uns 20 metros del. E volveu a escoitar:

- Esas historias de querer estudar meteuchas na cabeza o burrete do Matías, que din que veu de Suíza e sodes moi camaradas, vaia que si?

Agora o Remixio dérase perfecta conta de que quen respondera fora o burro grande e puxo moita atención, porque nunca tal vira nin pensara ver. Un burro falando!




Desde onde el estaba apercibíase moi ben que o burriño pequeno estaba nervioso. El fora educado nun respecto desmesurado a seu pai. Que tivo que facer as veces de pai e nai ó mesmo tempo, porque a pobre nai perdeu a súa vida ó darlle a do fillo. Debido a ese respecto excesivo que raiaba en temor reverencial, custáballe moito contradicirlle ó pai; pero, xa que se botara a falar, tivo tentos pra seguir e seguiu:

- Non, papá. Eu levo cavilado moito niso e ás veces ata non podo durmir matinando. E un día, mesmo soñei que era xa todo un señor cabalo.

- Parvadas!, -dixo o pai-. Eu tamén teño soñado sendo mozo que era un cabalo percherón. Aínda agora soño algunha vez que son o cabalo dun rei. Sempre soño que son cabalo dun rei cando me deito sen cea... E que?. Son o que son...Un burro de carga. O que fun sempre... Que clase de cabalo soñaches con ser ti?

Seguiu o burriño con todo o rostro iluminado por un soño vivido intensamente:

- Soñaba e soño e quero ser cabalo dun circo pra recorrer o mundo enteiro e aledar ós nenos de toda a terra.

Exclamou o pai:

- Arre, centella!. Pois non tés ti fumes nin nada!... Pra iso xa che hai que nacer cabalo e adestrar moitas horas cada día e por riba saber idiomas pra entenderse noutros países.

Remixio non podía saír do seu asombro e contiña a respiración pra que non se decatasen da súa presenza e apagasen a conversación.

O burriño xa parecía estar un pouco máis tranquilo e proseguiu replicando:

- A min paréceme que son capaz de aprender todo o que faga falta e moito máis coas ganas que teño de ser cabalo.

O burro grande deu uns pasos cara un lugar de máis sombra, que xa o sol comezaba a ferilo, especialmente no ollo dereito, no que tiña unha belida producida por unha espiñada. E, ben fose polo incomodo do sol, ou ben, por un súpeto arranque de mal xenio froito da rabia ou da impotencia contida, respondeu moi alterado:




- A min parecíame!. A min parecíame! Unha cousa éche parecer e outra moi diferente éche ser, meu neno!... Ti non naciches pra cabalo, senón pra seres un burriño coma teu pai. Mentres sodes novos sempre credes que podedes revirar o mundo de baixo pra riba ou de dentro pra fóra.

Houbo un pequeno silencio despois do que preguntou o burriño:

- Papá, quen nos poñería a nós este nome de burros?

- Que sei eu!, -respondeu o pai con visibles mostras de que estaba perdendo uns estribos que nunca puidera levar-. Sería Adán cando bautizou os animais no paraíso terrenal... Sería así desde sempre... Faríao así o Creador.

Ousou contradicir unha vez máis o burriño:

- Pois eu non sei por que desconfío de que foi ó longo do tempo cando os que se teñen por listos nos rebautizaron con ese nome, pensando en poñernos un alcume pra acomplexarnos. E, por razóns que aínda non entendo, sospeito que queren por tódolos medios que creamos que foi así desde sempre. Ti cres verdadeiramente nun Creador, papá?.

Seguiu en son autoritario o pai:

- Poucas gracias!. Por quen tomas ti a teu pai, por un renegado, ou que?

- E que eu tamén creo, -continuou humildoso e temido o burriño-; pero o que non me dá entrado na cabeza é que El, o Creador, fixese tantos chanzos, tantas gradacións, tantos galóns, tantas diferenzas. A min paréceme que El nin fixo as fronteiras, nin os títulos nobiliarios. Inventaría El os títulos de Excelentísimo Señor e de don Ninguén que marcan distancias entre os que nacen igual de espidiños e necesitan ser amortallados do mesmo xeito? Inventaría El as fronteiras entre os que se di que son igualmente seus fillos? Marcaría El as liñas separadoras entre os pobos?, ou serán inventos de outros que fabrican ou bendicen canóns e logo, pra xustificárense e revestirse dun poder que non lles corresponde, din que é: “Por la gracia de Dios”?. E así fanlle cargar ó Creador con culpas que El non tén.

O pai non estaba disposto a deixarse envolver polas argumentacións do fillo, aínda que lle agradaba como discorría aquel burriño pequeno, e lembrou que había tempo el tamén pensaba de xeito bastante semellante, pero… Cortoulle dicindo:

- Vai, vai. Vai pacer por aí adiante e déixate de filosofías. As cousas son como son e están como están e de na serve remexer nelas se non se poden cambiar… Agora, desde que aprendedes catro cousas, xa vos parece que o sabedes todo e non tedes en conta que os vosos pais, aínda que non tivésemos tantos posibles coma vós, temos a sabedoría que dá a experiencia da vida.

Despois duns momentiños de silencio durante os que o burriño debeu estar calculando como entrarlle ó pai, dixo:

-Ten razón, si señor; pero vostede hame deixar estudar pra cabalo?

Nisto berráronlle a Remixio pra que fose xantar e el, sen darse conta do sixilo que se impuxera pra espiar mellor, respondeu berrando:

- Aí vou!

Asustáronse os dous burros e nós, sen asustarnos, deixamos o relato ata o próximo día, se Dios quere.

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