Reflexiones en torno a la celebrada serie de Paolo Sorrentino The New Pope (2020), de Paolo Sorrentino. ¿ Ficción para repensar la fe católica desde lo artístico?
"The New Pope, una ficción en la que el napolitano reflexiona sobre el fenómeno religioso"
"Una particular interpretación del proceso de secularización acelerado de la contemporaneidad, un estudio de la relación entre lo artístico y la fe"
"Poniendo el foco en algunas de las polémicas que han salpicado a la institución religiosa en los últimos tiempos"
"El cineasta napolitano es tajante al señalar el fanatismo como uno de los males a los que se exponen las religiones"
"The New Pope está repleta de imágenes y diálogos que suponen una reflexión sobre el catolicismo, su vigencia, las problemáticas que le atañen y los retos que tiene ante sí"
"Poniendo el foco en algunas de las polémicas que han salpicado a la institución religiosa en los últimos tiempos"
"El cineasta napolitano es tajante al señalar el fanatismo como uno de los males a los que se exponen las religiones"
"The New Pope está repleta de imágenes y diálogos que suponen una reflexión sobre el catolicismo, su vigencia, las problemáticas que le atañen y los retos que tiene ante sí"
"The New Pope está repleta de imágenes y diálogos que suponen una reflexión sobre el catolicismo, su vigencia, las problemáticas que le atañen y los retos que tiene ante sí"
| Elios Mendieta Rodríguez
Por si cabía alguna duda al respecto, el confinamiento que experimentamos entre marzo y junio enfatizó el papel que la cultura juega para dotar de sentido a los planteamientos personales y sociales. El despliegue artístico de la cultura fue luz en nuestra incertidumbre a través de su continua invitación a seguir imaginando mundos desde las paredes de nuestra casa. Desde esta convicción hoy nos planteamos: ¿podrá la cultura también alumbrar la reflexión sobre el catolicismo en este contexto de cambio y de crisis que vivimos?
La obra del cineasta italiano Paolo Sorrentino apunta en esa dirección, a la par que nos muestra el mejor fruto del diálogo entre voces seculares y religiosas en las tramas de sus series The Young Pope y The New Pope. Hoy tenemos la fortuna de contar en DiáLogos con Elios Mendieta Rodríguez, amigo, compañero y doctorando que acaba de concluir su estudio sobre la obra de Sorrentino. A él le trasladamos la pregunta.
Rafael y Javier
[Nota: el artículo contiene detalles sobre el desarrollo y el final de la serie The New Pope]
Confiesa el cineasta Paolo Sorrentino que la Iglesia católica está rodeada de belleza y que esta, históricamente, la ha sabido usar con fines políticos. Un credo que parece hacer suyo el director y que se cuela de forma intrínseca en todas las imágenes que compone en de The New Pope (HBO, 2020), la segunda entrega de la serie que el realizador radica en el Vaticano.
Una ficción en la que el napolitano reflexiona sobre el fenómeno religioso
Ya sea con su particular interpretación del proceso de secularización acelerado de la contemporaneidad, por su estudio de la relación entre lo artístico y la fe o, incluso, poniendo el foco en algunas de las polémicas que han salpicado a la institución religiosa en los últimos tiempos. Para ello, como es seña irrefutable de su identidad artística, busca un altísimo componente estético, demostrando que él también sabe usar perfectamente la belleza para sus propios fines.
Un caso evidente de ello se puede ya encontrar en la primera secuencia de la serie. El cuerpo yacente del papa Pío XIII –magníficamente interpretado por Jude Law, que se halla en coma desde su desmayo en el último capítulo de The Young Pope (2016)–, como si de una escultura marmórea de Bernini se tratara, es enjabonado y limpiado por una asistenta en el hospital clínico de Venecia en que se encuentra ingresado. Una diminuta toalla oculta sus órganos sexuales, mientras que la acción es iluminada por una gigantesca cruz de inspiración pop de la que emana un color rojizo.
La fotografía privilegia el componente estético, y la escena despierta un erotismo y una belleza que es toda una declaración de intenciones por parte de Sorrentino. Por momentos, la puesta en escena recuerda a los lienzos de Johannes Vermeer, con esa luz que, desde los laterales, irradia al personaje. Todo parece concebido como una obra artística, digna de pertenecer a la inmensa y maravillosa colección de los Museos Vaticanos.
La totalidad de la serie está repleta de secuencias de alto componente estético con las que Sorrentino pretende reivindicar el carácter salvífico del arte. Ante la imposibilidad de Pío XIII de volver a la silla petrina, la curia decide nombrar un nuevo pontífice. La llegada de los cardenales al cónclave es filmada por el director como un espectáculo: todos se dirigen a la Capilla Sixtina como si fuesen los protagonistas de un combate de boxeo en una puesta en escena de herencia felliniana. Esta parafernalia no es casual: en realidad, la elección del mejor candidato supone todo un combate.
No habrá consenso entre la curia hasta ser propuesto John Brannox, intelectual británico y defensor de la vía intermedia, con la que Sorrentino cita al cardenal John Henry Newman, presbítero anglicano que se convirtió, en el año 1845, al catolicismo. Si bien, la fumata blanca se produce previamente, al ser elegido Tommaso Viglietti, que elige como nombre papal el de Francisco II, en claro guiño al santo de Asís. Este pontífice decide apostar por el voto de pobreza y obliga a todos los cardenales a que se desprendan de sus pertenencias valiosas, al mismo tiempo que abre la Santa Sede a refugiados y personas sin techo.
Ya en su filme La gran belleza (2013), el personaje de La Santa –un claro homenaje a Santa Teresa de Calcuta– aseguraba vivir felizmente en la pobreza, en una vida de completa dedicación al Otro.
Sin embargo, la aparente bondad de Francisco II deviene en un impostado patetismo, ya que sus decisiones pretenden mantener vigilados y controlados a los cardenales. Bajo la túnica franciscana de Viglietti y su equipo se esconde una manada de lobos con piel de cordero. Pero dura poco como obispo de Roma. En claro guiño a la experiencia de Juan Pablo I, fallecido 33 días después de ser nombrado papa en 1978, Francisco II muere en extrañas circunstancias.
La racionalidad parece llegar con el nombramiento del citado Brannox. Para su papado elige, precisamente, el nombre de Juan Pablo III, siguiendo la estela dejada por Karol Wojtila. La elegancia que desprende el personaje interpretado por John Malkovich en cada una de sus acciones no le evita tener que confrontarse con varias de las problemáticas con las que, en los últimos tiempos, se ha confrontado la Iglesia. Un silencio atroz le atrapa cuando, en una entrevista, un periodista le pregunta sobre el modo de erradicar la oleada de escándalos y abusos sexuales. Se alegoriza, de este modo, la falta de respuestas de la institución ante un problema grave.
Por otra parte, Sharon Stone –interpretándose a sí misma en un delicioso cameo–, le pide a Brannox la instauración del matrimonio entre personas del mismo sexo; y el problema de los refugiados también sale a relucir con el personaje de Faisal, capaz de burlar la seguridad del Vaticano y entablar una relación amorosa con una novicia.
No obstante, donde el cineasta pone el foco de forma más frecuente es en el fanatismo. El peligroso fanatismo religioso se evidencia con las sudaderas decoradas con la imagen de la cara de Pío XIII, –en una crítica al marketing desacerbado al que se opone el propio pontífice–, que porta todo su grupo de admiradores, mientras hacen guardia a las puertas del hospital veneciano en que lucha por vivir.
Aquí, este grupo de fanáticos, precisamente, atenta –al final de la serie– contra la libertad al secuestrar a un grupo de alumnos y asesinar a su profesor. De rabiosa actualidad, es imposible no pensar aquí en el profesor Samuel Paty, cobardemente asesinado por un terrorista en París, y al que recordamos en estas líneas y encumbramos por su labor docente en pos de la libertad de expresión.
De vuelta en la ficción de Sorrentino, solo la acción salvífica de Pío XIII evita una mayor tragedia. El cineasta napolitano es tajante al señalar el fanatismo como uno de los males a los que se exponen las religiones. “La idolatría es el preludio de la guerra”, como le informan al preocupado Angelo Voiello, el secretario de Estado.
The New Pope, por lo tanto, está repleta de imágenes y diálogos que suponen una reflexión sobre el catolicismo, su vigencia, las problemáticas que le atañen y los retos que tiene ante sí. No hay que entender la crítica que realiza como un ataque velado, sino un modo de tratar de dar respuesta a interrogantes que, sin duda, atañen al propio Sorrentino y nos atañen a todos.
De hecho, tanto en su planteamiento estético como en el argumental, constata que los nuevos textos audiovisuales son una vía absolutamente válida para seguir repensando el fenómeno religioso, como ha escrito el investigador Aarón Rodríguez Serrano. En cita a Jürgen Habermas –uno de los grandes teóricos de la postsecularidad–, el propio Sorrentino afirma que lo religioso tiene también una clara función de ilusión y de emotividad. Como ha reconocido en una entrevista para El Mundo, piensa que la gran fuerza de la religión es que constituye una narración, y a eso se dedica en su obra, ayudado de la ficción: a reflexionar sobre la realidad del catolicismo sin esquivar ninguno de sus interrogantes y privilegiando lo estético en pos de una mayor inmersión visual.
Es de justicia, en tal contexto, poner un broche circular. Si comentábamos la excelencia de la primera escena, no se queda atrás en belleza y singularidad la secuencia final de The New Pope. Tras volver a ser portador de la silla petrina, Pío XIII sale al balcón de San Pietro –umbral simbólico que durante la primera etapa de su pontificado, le había distanciado de los fieles, y declara su intención de dar un abrazo a todo el mundo, como ya había avisado en The Young Pope.
Así, el Papa baja a la plaza y comienza a abrazar, enmarcado en un imperturbable y conmovedor silencio, a todos los católicos. Un gesto infinitamente revolucionario, incluso en tiempos pre-pandémicos.
Acto seguido, los fieles toman en volandas al Pontífice, que es portado, en la posición de Cristo crucificado, al interior de la Santa Sede, donde es dejado frente a La Piedad (1498-1499) de Michelangelo Buenarroti, una escultura que, a lo largo de The New Pope, ha tomado una fuerza simbólica evidente.
Al yacer al lado de La piedad, Pío XIII deja tras de sí su orfandad: son los fieles los que van a llenar el vacío existencial que padece desde que sus padres le abandonasen en un orfanato con siete años. Y todo ello rodado con un excepcional virtuosismo técnico y estético. Resuenan en el espectador las palabras que, pocos días atrás, había prenunciado John Brannox: “Algún día todos acabaremos apreciando la belleza del sacrificio”.
Elios Mendieta