Y tú... ¿desde qué amor vives?
Hoy en DiáLogos hablamos de amor y, sobre todo, invitamos a la reflexión sobre nuestro modo de amar. En estos tiempos de Cuaresma, el amor quizá sea el gran reto de "conversión" para nuestros corazones, tantas veces heridos, tantas veces cansados de vivir un amor que puede que no sea amor.
| Rafael Ruiz Andrés y Francisco Javier Fernández Vallina
Querido Javier:
No hacen falta estadísticas sobre parejas rotas para esgrimir las dificultades del bienquerer hoy. Todos somos conscientes de esta realidad, que abarca una variedad de situaciones más allá de los casos más extremos de fracaso sentimental.
Siempre fue difícil amar. Quizá hoy lo es un poco más, porque amar apela al nosotros y los modos verbales plurales se conjugan cada vez con una mayor dificultad. Estimo que aquí está parte de la punzante realidad que hace que estos sean tiempos revueltos para el amor.
El filósofo Chul-Han nos recuerda cómo, en los últimos años, nos hemos encerrado en un mundo tan paradójicamente interconectado como solitario: tenemos Skype, pero el contacto visual –tan esencial para la comunicación efectiva– se pierde y, con ello, el acceso al mundo del otro. Basta con un trayecto de metro por Madrid para descubrir que el cruce de mirada más común es la de uno mismo frente al reflejo de su móvil. Sin la exigencia de alteridad, del encuentro con la otra persona y lo que es en sí misma, amar se convierte en proyección de aquello que yo soy, de la primera persona del singular.
Ese ese yo tan interconectado como solitario se encuentra, además, con la carencia de un recurso básico, el tiempo, controlado por los relojes digitales hasta la fracción más mínima del segundo. El triunfo del individuo tiene su corolario en unos tiempos que impiden la gestación de verdaderos marcos dialógicos donde encontrarnos con el otro. A ritmo de notificación en el móvil, el pasado compartido y el futuro imaginado en nosotros se desvanecen ante el imperativo del presente consumido al instante.
La necesaria crítica del nosotros-media naranja parece no haber sido sucedida por ningún nosotros alternativo, creativo, que sepa generar del tú y el yo una interpersonalidad real: no una agobiante abstracción en base a mis Mr.wonderfulianas expectativas sobre el otro. Un amor no proyectivo, sino más bien expansivo, que pueda englobar a más otros en el tú y yo. Quizá esta es la radical diferencia, que recordara G. Steiner en su ensayo “Dos cenas”, entre el eros y el ágape, concepto, este último, que utiliza el Evangelio para referirse su propuesta de amor radical.
La invitación a vivir desde este amor constituye un reto, si me permites, contracultural. Frente a la expansión de la sociedad del algoritmo que proclama Noah Harari, los tiempos del amor y sus marcos dialógicos se antojan como resistencia frente a la masa ingente de datos que amenazan con convertirnos a nosotros mismos en un match, donde rápidamente en primera persona del singular se acepte o rechace el rostro del otro, que nos mira pero no contempla. Nos cuesta bienquerernos, porque este acto implica la dedicación de tiempo al descubrimiento del otro, del otro en el yo y del yo en el otro; un amor cuya radicalidad sobrepasa las etiquetas vacías con las que tantas veces lo colmamos. Un amor que se me antoja hoy, en estos tiempos de Cuaresma, llamada de conversión para nuestros corazones, tantas veces heridos, tantas veces cansados de vivir un amor que, quizá, no sea amor.
Un abrazo, querido Javier.
Rafael
Querido Rafael:
Cuánta pertinencia en tu propuesta de volver a hablar del amor. Debería ser un tema diáfano, más allá de su gran dificultad, que en tu sabio criterio precisaría una vida entera para lograrlo, si nos fijáramos en la concurrencia para evocarlo. Dicen los contadores de palabras bíblicas, y nosotros lo reiteramos al repetirlo, que el “amor” aparece nada menos que 686 veces en el conjunto de la Biblia Cristiana (prescindiremos aquí de diferencias en los diversos Cánones o en los propios textos y sus traducciones) para ese cómputo, que atribuye al Antiguo Testamento 425 de esas citas, mientras que el Nuevo acogería a las 261 restantes, suponemos que en el conjunto de sus variadas acepciones y que, no hace falta señalarlo, supera a las 249 veces de la palabra “paz”, que gana a la propia” esperanza” que sólo alcanza las 180. Nada comparable a la socorrida imagen de los “ríos de tinta” que llena tan deseable mar en la literatura de todos los tiempos, en Occidente y Oriente, clásicos aquí y allá, pero no menos gustosos para quienes buscan de nuevo creatividades inexploradas en cualquiera de los caminos de las Artes.
Si en este momento del mundo y en la propia circunstancia española quisiéramos encontrar consuelo a tanto sufrimiento, desazón y hasta descoyuntamiento social, la sola evocación del amor, nada diríamos de su importancia, concitaría, aunque fuera con inevitables matices, un consenso seguro, más aún desde las autoridades que con tanto acierto nos propones.
Por supuesto que las exégesis tempranas del texto bíblico, en la tradición rabínica del texto hebreo o en la no menos fecunda de la cristiana, ya desde la Patrística, quisieron ver los famosos cuatro tipos de amor que la propia Escritura distinguiría y hasta enfrentara, siendo y no pocos los que enfatizaron que la apropiación cristiana del agapé se sustentaba en una verdadera identidad cristiana frente a la insensibilidad pagana ante tal virtud. El propio C. S. Lewis dedicó un enjundioso ensayo a tal menester, bajo el nombre de “los cuatro amores” en los años sesenta que hoy cabe leer con renovado interés por el gran novelista e insigne profesor medievalista de Oxford. Y qué decir de nuestro más ilustre filósofo Ortega y Gasset, en cuyos Escritos sobre el amor, tejidos de ensayos, conviven la disección más escrupulosa, una loable sensibilidad intelectual, su mejor escritura estética y hasta el muy discutible tópico que le hace llegar a decir que los dos últimos siglos de Occidente habrían carecido de “teoría de los sentimientos” a diferencia de la Grecia clásica.
El reto dialógico de un Buber, la alteridad radical de Lèvinas, que sustentan esa dimensión expansiva, contracultural de un tiempo kairótico del amor, en la mejor tradición del ágape cristianizado, con la que nuestro admirado G. Steiner radicalizaba el análisis de Lewis y tantos otros, me recordó a nuestra entrañable María Zambrano.
Ella vino a llenar, sin duda, algunas lagunas “vitales” de su maestro Ortega, pero hilo en dos escritos que se alimentan y quiso titular de igual forma, el primero y seminal, un artículo en 1952, el segundo, ya libro y plenamente maduro, dos fragmentos sobre el amor, aún más atrevido, ya en 1982, que partía de tu mismo énfasis en ese creciente individualismo que se hacía cada vez más sinónimo de Modernidades superpuestas y consecutivas y donde ella también encontraba la ausencia de amor. En la creadora de la “razón poética” reaparece el viejo tema del amor como conocimiento, que ya empoderara nada menos que San Agustín con su trasfondo neoplatómico, pero es algo más profundo porque se mueve en el misterio y toma su aliento de su cercanía a lo divino, no sin grandes avatares para tan magna empresa.
“El amor trasciende siempre, es el agente de toda trascendencia…Abre el futuro, esa apertura sin límite, a otra vida que se nos aparece como la vida de verdad… Mas el amor nos lanza hacia el futuro obligándonos a trascender todo lo que otorga…No es más valedero el amor que se expresa directamente, el que se arrebata en un episodio. La acción del amor, su carácter de agente de lo divino en el hombre, se conoce sobre todo en ese afinamiento del ser que lo sufre y lo soporta…El centro de gravedad de la persona se ha trasladado a la persona amada primero, y cuando la pasión desaparece, quedará ese movimiento, el más difícil de estar 'fuera de sí'".
“Vivo ya fuera de mí”, decía Santa Teresa. Vivir fuera de sí, por estar más allá de sí mismo. Vivir dispuesto al vuelo, presto a cualquier partida. Es el futuro inimaginable, el inalcanzable. El futuro que inspira, que consuela del presente haciendo descreer de él, de donde brota la creación, lo no previsto. Lo que no conocemos y nos llama a conocer. Ese fuego sin fin que alienta en el secreto de toda vida. Lo que unifica con el vuelo de su trascender vida y muerte, como simples momentos de un amor que renace siempre de sí mismo. Lo más escondido del abismo de la divinidad. Lo inaccesible que desciende a toda hora.” La larga y entrecortada cita quería expresar directamente la voz de nuestra ejemplar poeta-filósofa.
Aún no acierto a saber, querido Rafael, si le va mejor la trascendencia a lo divino, como quiso una larga tradición filosófica y teológica de Occidente, o la inmanencia, como quería Spinoza, el primer ilustrado, es su traje más acomodado a la Modernidad, aunque creo saber que Dios se comprende mejor desde una rigurosa razón simbólica. Si, como creía Zambrano, “El Dios creador creó al mundo de la nada por amor”, Jesús de Nazaret encarnó la posibilidad del amor que otorga su vida para el otro, abriendo el misterio soteriológico de una esperanza sin límite. Luego Pablo de Tarso, para los de Corinto y para muchos, en hermoso discurso marcó la exigencia moral de su vivencia, que el viejo discípulo Juan dejaría en Patmos como el testamento del Dios que el otro testimonia.
Mi abrazo afectuoso.
Javier