Asamblea vicarial
Una ocasión especial porque es la única vez que nos veremos casi todos debido a las enormes distancias y las dificultades para encontrarse durante el año. Por eso se aprovecha para estar juntos y conversar, intercambiar, compartir. Es un ambiente muy particular, distendido y multicultural, -procedemos de variadas nacionalidades-, y al mismo tiempo apasionadamente selvático. La maloka, que es el espacio donde trabajamos, imita el lugar central de la vida de las comunidades nativas. Está bellamente decorada y la rodean pancartas con los nombres de los 16 puestos de misión (no tanto "parroquias") de nuestro vicariato.
Hay diez o doce nuevos (como cada marzo) y me cuentan que más de la mitad de los misioneros llevan menos de tres años por estos ríos. Así que le dedicamos una tarde entera a la integración: Dominik, con mucho ingenio, nos hace jugar, brincar, cantar y bailar, comunicarnos... en definitiva romper el hielo y convivir. Pronto botas el roche y te sientes parte de un grupo humano, porque al fin y al cabo eso es el vicariato.
A golpe de campana se sucede una semana entera de faena: evaluaciones de los puestos de misión y de las áreas pastorales, temas de formación, rendición de cuentas exhaustiva y transparente, oración y Eucaristía, ejes transversales de trabajo cara a este año, programaciones... Salen cosas muy interesantes: compromiso por los Derechos Humanos, la ecología, la pastoral indígena, las fronteras… Por momentos me sale humo de la cabeza y, a pesar de que las sentadas te dejan el poto cuadrado, acabas estos días hecho mazamorra.
El día del patrón del vicariato, en la noche hay la velada a San José. Un grupo de folklore autóctono ameniza con flauta y tambor la maloka, donde se colocó la imagen del santo el primer día. La gente va saliendo a danzar (que no es bailar, ¿eh?) por parejas o tríos, comienzan santiguándose ante el Patriarca, y luego mantienen una cadencia rítmica: cuatro pasos adelante y cuatro atrás, un pañuelo en las manos; y cuando el tambor redobla, hay que mezclarse unos con otros y regresar a donde antes. Una danza ritual típica de la selva, y tan fácil que hasta yo me inculturé un poquito.
En cada desayuno, almuerzo y cena de los días de asamblea, el obispo se encuentra con el equipo de cada lugar, y ahí se comentan cuestiones del puesto, se barajan fechas y también se bromea y se estrechan lazos. Y además, durante toda la semana está la pequeña emoción de saber dónde irán destinados los nuevos, qué cambios habrá en los servicios vicariales, etc. El misterio se devela el último día, cuando Monseñor Javier sale y nombra los responsables de los puestos, de las áreas y funciones, y los integrantes de los organismos del vicariato. Ahí se leyó: "Islandia - P. César Caro", aunque ya se sabía porque los secretos siempre corren por los pasillos... o trepan por los tamshis (lianas) de la selva.
Lo penúltimo es la Misa Crismal. Hay que celebrarla más de tres semanas antes del jueves santo porque en esa fecha estaremos cada uno en una punta del mapa. Nos juntamos 12 curas con el obispo, creo que falta alguno. De los 16 puestos de misión, 6 no tienen sacerdote, ahora, con la nueva pesca, quedarán en 4; Islandia nunca ha tenido hasta ahora. En mayo cumplo 17 años de ordenado, y esta vez la misa es muy sencilla pero me emociona de veras.
Y lo último es la fiesta, donde reímos con ganas y comemos canchitas. Mientras veo los diferentes números artísticos, pienso que por un lado me da pereza empezar de cero, conocer a nuevas personas, son ya varias veces (Mérida-Badajoz, Chachapoyas…); pero al mismo tiempo estoy orgulloso de ser uno de ellos, de formar parte de este vicariato, casi no me lo creo todavía. Los misioneros me parecen unos tromes, unos cracks, no les llego ni a los talones pero aquí estoy. Sale a actuar La Modelo Cantante, la secretaria Ninfa, siempre tan seria en su oficina detrás de su computadora, y nos sorprende matándonos de risa. Es mi nueva familia, que Diosito me ha dado y yo no merezco. Habrá que enterarse de qué pretende Pachayaya.
César L. Caro