Experiencia en un mambeadero del pueblo indígena murui. Queda sembrada en mí como bendición y tesoro Coca, tabaco y yuca dulce
El mambe es un conocimiento. Se mambea para caminar en la luz, para amanecer la palabra. Es el nudo por donde pasa toda la espiritualidad de este pueblo: el territorio, la vida, la comunidad, el respeto, la conexión con todo lo viviente a través de las plantas.
La coca ayuda a concentrarse, “te da lucidez”; “el ambil es un espejo que te hace ver la realidad. Ya no vives en la imaginación o la fantasía, te miras, te revisas, te puedes corregir”. La humildad es conducirte con conciencia y discernimiento, estar en la verdad. Implica una coherencia de vida, un compromiso en la familia, en el trabajo, siempre. Amor y serenidad. Una maravilla.
Fernando quería que yo conociera a los murui, pero no solo de visita o saludo, sino un poco por dentro, que me asomara a su alma. Para eso, nada mejor que ir a un mambeadero, y allá nos dirigimos, él cargando su morral con todos los implementos y yo con los ojos y el corazón bien abiertos.
Ive tiene su maloka en su casa de Leguízamo, y en ella un lugar para mambear. Allí recibe a amigos, personas que se acercan a compartir la coca, a dialogar, a escuchar. Es un espacio de tranquilidad, de calma, de oración. Nuestro Padre Creador, que los murui llaman Mó, está muy presente. La coca y el tabaco son las plantas que permiten conectar con el mundo espiritual.
Solo estábamos los tres. Ive, con su torso desnudo, tenía dispuestos los elementos ante sí. Nos saludamos y comenzó a hablar. En mitad de su intervención abría el recipiente de la coca y tomaba una cucharada; es un polvo verde, hecho con la hoja sagrada seca y triturada, mezclada con la ceniza de otro vegetal. Seguía platicando con la boca llena y al rato metía su dedo en el tarro de ambil, que es una crema oscura compuesta con tabaco puro y otros ingredientes, y lo chupaba. Continuaba y prendía un cigarro, fumaba. Al rato probaba otro pate con tabaco en agua, o bebía un poco de kawana, hecha con yuca. Y seguía conversando.
No se puede interrumpir al que tiene la palabra; solo asienten con expresiones en murui: “así es”, “de acuerdo”. La coca ayuda a concentrarse, “te da lucidez”, decía Ive. “Para unirse al buen espíritu, y también para estar limpio, para sanarse del mal espíritu, de todo lo que nos hace criticar, lastimar al otro. También para eso hay que dietar; para cortar los hilos con lo malo, con lo inconveniente, con lo ilícito”.
El mambe es un conocimiento. Se mambea para caminar en la luz, para amanecer la palabra. Implica una coherencia de vida, un compromiso en la familia, en el trabajo, siempre. Amor y serenidad. Para que lo que uno dice tenga fuerza y autoridad. Es el nudo por donde pasa toda la espiritualidad de este pueblo: el territorio, la vida, la comunidad, el respeto, la conexión con todo lo viviente a través de las plantas. Amanecer la palabra. Una maravilla.
Continuamos escuchando a Ive con mucha atención. Fernando intercambiaba su coca con él, fumaba, chupaba ambil. Pronunció muchas verdades, de manera sencilla pero contundente, varias se me quedaron grabadas. “No cargar más leña de la que puedes llevar”. Se detuvo en la humildad: “No hay que hablar de ‘yo’, son los demás los que deben decir, ponderar… Hay que decir más bien ‘nosotros’”.
“El ambil es un espejo que te hace ver la realidad. Ya no vives en la imaginación o la fantasía, te miras, te revisas, te puedes corregir”. La humildad es conducirte con conciencia y discernimiento, estar en la verdad. No lo voy a olvidar. “El perdón es importante. Respetar, no juzgar. Para que fluyan la armonía y la paz”. Mambear implica una responsabilidad. Para amanecer.
Cuando Ive terminó le tocaba el turno a Fernando, que es sacerdote misionero de la Consolata en el puesto de Soplín Vargas. Él principalmente dio las gracias por participar en ese espacio y valoró todo lo que le aporta. Estar allí con Fernando me permitió conocerle mejor y entender mucho más lo que vive y dice. Mi admiración para este compañero, encarnación viviente de la interculturalidad a la que el Sínodo de la Amazonía nos invita.
Y al final, Ive me invitó a tomar kawana y a compartir también. Traté de expresar que me sentía impactado, pero a la vez muy sosegado y acogido, no extraño. Me sonaba mucho a lo de Jesús, incluso con sabor ignaciano, notaba que verdaderamente todo está conectado. Agradecí de veras a los dos y a Mó la oportunidad de estar allí y aprender tanto (“hay que ir despacio, ama César”). La huella de la experiencia de esa noche queda sembrada en mí como bendición y tesoro. “Ama” significa “hermano”.