Paquete de España
Voy con la moto para no ir cargando por la calle con semejante caja, y ya salivando al pensar en los manjares que habrá dentro, porque siempre hay cosas de comer. Ya me conocen, y apenas me ven entrar a la oficina me dicen: "Padre, ya viene a por su paquetito, ¿no es cierto?". Y es que una caja que viene de la Madre Patria no pasa desapercibida, jaja.
"¿A ver su copia del DNI?" Aaaaaay, otra vez lo he olvidado. Voy al toque a por ella, relleno varios interminables formularios... ¡y ya es mío! Lo llevo a casa, lo dejo sobre la cama... pero es por la mañana, hay ajetreo, gente que llega, así que todavía no lo abro a la espera de un rato tranquilo, para disfrutar el momento. Cada vez que paso por mi cuarto miro la caja cerrada con una ilusión bárbara.
Sospecho lo que contiene, pero es más hermoso lo que significa: sigo siendo importante para alguien al otro lado del charco, personas que desean que el sabor de la Navidad española me haga sentir por un instante más cerca, en familia, entre los míos. Qué tontería gastar plata para enviar cuatro cosas, pero no hay nada acá con tal poderío de transportarme al calor de mi casa.
Por fin lo abro, y de la caja salen las risas de mis sobrinos en la mañana de Reyes, la bendición de la mesa de nochevieja, los vermuts aragoneses en la cocina, el ritual de tirar pan duro a los patos junto al río, el programa de José Mota, el día que nos vamos con los niños a almorzar al wok, el amigo invisible, el cumpleaños de mi hermana Mª Elena nada más acabar las campanadas... Todos esos pequeños detalles preciosos, que ahora me hacen saltar las lágrimas de nostalgia, brotan mágicamente del paquete transoceánico, ya rendido el cartón.
El caso es que tienen aspecto de turrón de chocolate (¡mmmmmhhh!!!), bandejas de jamón de Monesterio, lomo, queso y hasta barritas energéticas, pero yo no me dejo engañar y me deleito con el aroma y el gusto del cariño incondicional, del amor verdadero, de la ternura y la seguridad de mi hogar, allá donde siempre podré regresar porque sé que seré comprendido y acogido pase lo que pase.
Pero lo mejor es este medio folio, sobre el chorizo envasado al vacío, y que contiene solo dos palabras: "Te queremos". ¡Gracias Papá y Mamá, gracias hermanas, gracias sobrinos y cuñados! Yo también os quiero inmensamente.
César L. Caro