Pasión flotante
De modo que pusieron cuatro tinas, jarras y toallas, y tras lavar yo varios pies, la gente fue saliendo por parejas a hacer lo propio. El gesto es perfectamente elocuente porque acá todos vamos siempre en sandalias (chanclas en España) y limpiarse los pies manchados de barro o tierra es algo automático antes de entrar en la casa. Que te lave otro tus pies cochinos no cabe en cabeza, y que te los lave Jesús menos. Tal es su pequeñez, de ese talante es su señorío.
El viernes santo discurrimos leer la pasión en movimiento por las calles (perdón, por los puentes) del pueblo como si fuera el via crucis. El profe de religión preparó un drama con los muchachos para acompañar a cada estación. Los chicos aparecieron con sus vestimentas, se habían hecho cascos de romano y corona de espinas de cartón, las santas mujeres tenían velos y Jesús se iba llenando de sangre a medida que le iban pegando y crucificando. La creatividad de los jóvenes es imparable en todas las culturas, y en la acuática Islandia también.
Se sucedieron las paradas, la gente miraba con curiosidad y gran respeto, incluso haciendo fotos. Nadie se burló, creo que el que más me reía era yo, que fastidiaba a las chicas: “las mujeres mucho llorar, pero no hacen nada” jaja. En varias casas habían preparado como altares parecidos a los del Corpus, en una esquina le pedimos al heladero que parase el compresor por el ruido, y en la casa misionera los jóvenes hicieron el sketch debajo de mis calzoncillos tendidos. El cuadro lo completaba Marina entonando cantos de la época de nuestros bisabuelos, “sacando del arca lo viejo y lo nuevo”, como el buen escriba de Mt 13, 52. La cruz caminaba sobre el agua del Yavarí invasor del pueblo, entre motores fuera borda, olor a pescado y balsas, adornada con las risas de los niños nadando a la caída de la tarde. Otro mundo que ahora es el mío.
Al día siguiente (aniversario del inolvidable “Sábado Santo bajo el huayco”) tocaba la Vigilia. La echaba de menos y la cogí a deseo, preparándola con el personal autóctono lo mejor que pudimos. Empezó con el fuego… en el muelle, frente al mercado. Las mujeres que venden cena a esas horas nos miraban silenciosas. Como la misión no tiene plata, la gente llevó sus velas, y de camino a la iglesia cantábamos “Los hijos de la selva te alabamos Señor”. Luego, con todo y guitarra, entoné el pregón pascual, las letanías de los santos y les hice aplaudir (reír de momento les cuesta más).
Por primera vez he bautizado a una adulta en la noche de Pascua, Rocío, una mamá joven. Sus nervios y su cara de felicidad fueron la mejor gala para una celebración hermosa y muy especial, la primera sobre las aguas del Yavarí y el Amazonas. Continuó en casa de la bautizada, que nos invitó a sánguches de pollo, torta ¡de chocolate! y vino semi seco brasilero marca Dom Bosco (jeje). Conversamos en familia sobre cuántas cosas queremos hacer en la parroquia mientras veíamos el clásico peruano: La U 3, Alianza 0, toma ya. Así terminó mi primera semana en Islandia: santa, mojada y entrañable.
César L. Caro