La misión de San José del Amazonas (Perú), ante el abismo El Vicariato necesita urgentemente respiración económica asistida
No puedo comprender, y me subleva, que en una institución como la Iglesia, tan enorme y poderosa en tantas partes del mundo, los recortes tengan que aplicarse precisamente a la misión ad gentes en primera línea, a los pobres misioneros que bregamos en el corazón de la selva, por el amor de Dios. Como si no tuviésemos bastante con los mosquitos, el calor sofocante, el dengue o la lejanía de los nuestros.
Y eso que la Amazonía está supuestamente “de moda” en el mentidero eclesial. ¿Acaso no puede ahorrar la Iglesia en otros rubros? No me cabe duda de que los encargados de la economía encontrarán variados capítulos menos cruciales en los que reducir gastos. O tal vez va a ser verdad eso de que las misiones solo son importantes para los que estamos en ellas.
Era impostergable ponerse a ordenar el caos en que estaba convertida la oficina parroquial. Había que abrir folders, revisar papeles viejos, organizar materiales, rescatar y clasificar documentos, botar al tacho lo inservible… Arduo y laborioso. En el fragor de la batalla apareció un viejo afiche que me pintó una sonrisa y a continuación me dejó boquiabierto y pensativo.
Se trata de una especie de cartel o folleto del año 1954, solo 9 años después de que comenzara su andadura la Prefectura Apostólica de San José del Amazonas, que sería elevada a Vicariato un año más tarde, en 1955. Su objetivo: hacer una presentación de la “misión canadiense”, como se la conocía entonces, y al mismo tiempo solicitar colaboraciones económicas, cosa de rabiosa actualidad como veremos en un momento.
Me ha hecho sentir algo así como una nostalgia de lo que no viví. Miro esos rostros en blanco y negro, los severos hábitos de religiosos y religiosas, las barbas floridas, la mirada de determinación de Mons. Dámaso Laberge… y atisbo la frescura de los pioneros, el regusto de la aventura, los comienzos difíciles, la intrepidez que raya la locura. Una proeza misionera que ya recordé acá hace poco con motivo de los 75 años del Vicariato.
Pero por otra parte el texto increíblemente nos retrata, habla de nosotros, de mí, de nuestro Vicariato hoy día. Basta con comparar los datos:
1954 2021
15 sacerdotes 14 sacerdotes
24 religiosas 30 religiosas
10 misioneros seglares 17 misioneros laicos
Estamos poco más o menos igual de personal, con algún cura menos y algunos laicos y religiosas más. Claro que en 1954 existían solo 8 puestos de misión, justo la mitad que ahora… Por lo que podría decirse que hemos perdido en torno a un 40% de consistencia en recursos humanos. La escasez de personas ha sido una constante en la historia de esta misión, no es algo nuevo.
“Somos conscientes de que en nuestra misión de San José del Amazonas queda mucho por hacer. Para realizarlo nos es imprescindible poder contar con el aporte de todos aquellos, etc.”; “agradeciéndoles su valiosa ayuda económica que ha permitido las realizaciones misionales, etc.”. La urgencia de pedir plata, algo desgarradoramente vigente. De hecho, tras revisar las cuentas y hacer prospecciones en la reciente reunión del Consejo Vicarial de Economía, resulta que, o desde Roma nos dan una solución estable para financiarnos, o nos quedan menos de dos años para cerrar el chiringuito y dar por concluida tan gloriosa hazaña misional.
Y la cosa no pinta nada bien. Tenemos incluso una carta de Propaganda Fidei donde ya nos van anunciando reducción (o quizá supresión) “debido a la pandemia” en el subsidio que nos envían cada año. Vivimos de limosnas, y la caridad está contagiada de covid porque en todos lados es época de vacas flaquísimas. Es difícil dar a otros cuando a duras penas puedes mantenerte a flote, de acuerdo, lo acepto.
Pero lo que sí que no puedo comprender, y me subleva, es que en una institución como la Iglesia, tan enorme y poderosa en tantas partes del mundo, los recortes tengan que aplicarse precisamente a la misión ad gentes en primera línea, a los pobres misioneros que bregamos en el corazón de la selva, por el amor de Dios. Como si no tuviésemos bastante con los mosquitos, el calor sofocante, el dengue o la lejanía de los nuestros.
Y eso que la Amazonía está supuestamente “de moda” en el mentidero eclesial. ¿Acaso no puede ahorrar la Iglesia en otros rubros? No me cabe duda de que los encargados de la economía encontrarán variados capítulos menos cruciales en los que reducir gastos. O tal vez va a ser verdad un whatsapp que alguien me pasó ayer: ”las misiones solo son importantes para los que estamos en ellas. A los organismos eclesiales les interesa mantener su propia seguridad y comodidad. Las misiones no cuentan ni importan; cada uno cuida lo suyo, y si sobra se ayuda”. Así de crudo, y perdón si no es muy políticamente correcto justo al lado del mensaje del Papa con motivo de la Jornada Mundial de las Misiones conocido ayer.
Me duele la amenaza cierta de que en poco tiempo, antes de que el mundo esté vacunado, esta hermosa misión no pueda continuar. Dios nos ampare, pero sobre todo ruego y exijo a los responsables, si alguno lee estas líneas, que encuentren remedio estructural y duradero para este desarreglo. Y pronto. De otra forma, habrá que certificar la muerte por inanición de lo que aquellos bravos misioneros emprendieron. No quedará más que marcharse de vuelta a los corrales, y el último que apague la luz.