Visita de animación y acompañamiento a Pebas, en el Bajo Amazonas “Mamá es el nombre de Dios”
Da gusto estar con mis compañeros. Es bonito compartir por esos ríos tareas, barro, risas, un escueto té en la noche, calores y hasta los zancudos; y es precioso compartir un proyecto, un sueño, una pasión. Más conozco a los misioneros, más los admiro, y me maravillo de ser uno de ellos. Servirles es un honor y un desafío que intento aprender para estar a su altura y dar lo que ellos se merecen.
Pasamos de Chicago a Pebas sin solución de continuidad. De los 2 grados bajo cero y la nieve, a sudar a chorros bajo las calaminas en las aulas de los colegios ribereños; de la enormidad del lago Michigan a la inmensidad invencible del río Amazonas. Ha sido la primera visita oficial a un puesto de misión en esta nueva etapa de mi servicio, y como siempre, nuestra gente linda no defrauda.
El programa es exhaustivo (claro, estamos en Pebas): seis reuniones con los diferentes grupos de esta florida parroquia, conversaciones individuales con los misioneros y con algunas personas, misas, almuerzo con las autoridades del distrito, y por supuesto, encuentro con el pueblo: exponerme a esas sonrisas acogedoras, disfrutar las oleadas de cariño sencillo y, ahora que ya se puede, abrazar y estrechar mil manos.
Sería la “visita pastoral”, pero yo la he rebautizado como visita de animación y acompañamiento. Se trata de darnos vida y fuerzas mutuamente, alinearnos, reforzarnos como misioneros, querernos más… Creo que acompañar con delicadeza y dedicación es la tarea primordial del pastor; ayuda a caminar juntos, crea sinergias, estrecha lazos, permite tomar el pulso a la misión en el puesto, apreciarla, respaldarla. No es una evaluación ni un monitoreo, es una visita ecológica: cercanía, respeto, cuidado… en la que predomina la escucha.
Un elemento sustancial de estos días es agarrar la carpa y recorrer comunidades. Yo personalmente lo necesito como misionero, y creo que para la gente es importante recibir a la autoridad del Vicariato, sentir que forman parte de un cuerpo, de la Iglesia que navega en esta tierra tratando de plasmar su rostro amazónico y activar la sinodalidad.
Tocó ir a San José de Cochiquinas, tremendo centro poblado con capilla y ¡seis animadores! Y también a Santa Rosa de Pichana, más pequeño y alagado, nos movíamos por el pueblo en canoa, como hace la gente. En ambos lugares fuimos al centro educativo y tuvimos varias sesiones con primaria y secundaria, una catequesis sobre el trío comunión-participación-misión (que propone este año el Sínodo) en torno al episodio de las bodas de Caná. Impactante para mí dar clase de religión a alumnos de diferentes confesiones (incluso israelitas), pero más aún la corriente de simpatía que se genera en un ratito… A los jóvenes no hay quien les pare.
En la sede parroquial celebramos el día de la madre. La Eucaristía de domingo empezó con el ingreso de una famosa artista local con su grupo de mariachis -todos vestidos de charros- a la iglesia para cantar las mañanitas a la Virgen (mi capacidad de asombro sigue ampliándose). Más tarde, el preceptivo izamiento del pabellón nacional y a continuación, dos años después, por fin, ¡desfile! Todos lo disfrutamos con fruición después de los rigores de la pandemia, cuyas mascarillas por cierto están casi desparecidas por estos lares.
Tras el desfile, “sesión solemne” en la Municipalidad: de nuevo el himno, intervenciones, brindis, etc. En pleno discurso del alcalde se interponía un bluetooth que metía por el parlante del salón una rifa de canastas a las madres que se celebraba al mismo tiempo en la plaza, y de vez en cuando se oía: “Pérez Manihuari, ¡eliminada!” o bien “Se va a sortear la segunda canasta”. Un chiste. Cuando le tocó el turno a la secretaria general, resultó genial, nada de lugares comunes, texto bien redactado y ameno, que culminó con algo bien hermoso: “Mamá es el nombre de Dios”. Me encantó y lo guardé.
La visita del vicario general comienza con una reunión del equipo misionero donde vemos el sentido y los objetivos de esos días, y concluye con otra en la que juntos revisamos un borrador de “informe” en el que se destaca lo positivo y se ofrecen algunas propuestas de mejora, de forma que estemos todos de acuerdo. Además de sesudos trabajos, evidente que hay tiempo para cena especial, karaoke, cervecitas, película…
En fin, que da gusto estar con mis compañeros. Es bonito compartir por esos ríos tareas, barro, risas, un escueto té en la noche, calores y hasta los zancudos; y es precioso compartir un proyecto, un sueño, una pasión. Más conozco a los misioneros, más los admiro, y me maravillo de ser uno de ellos. Servirles es un honor y un desafío que intento aprender para estar a su altura y dar lo que ellos se merecen. Ojalá Dios-madre me inspire y me nutra con su amor.