Visita de Adveniat al Vicariato San José del Amazonas en la persona de la dra. Martina Fornet El rostro amable de los financiadores

La dra. Martina Fornet, de Adveniat, en el Amazonas
La dra. Martina Fornet, de Adveniat, en el Amazonas Anna Borkowska

Es reconfortante saber que alguien piensa en nosotros, que hay a quienes les importan las iglesias nacientes, la pobreza, la Amazonía, y se unen con su oración, su cariño, su esfuerzo y su aporte a lo que soñamos e intentamos plasmar. Para mí, este estilo de colaboración económica, tan humano, es una primorosa manera de cuidado a la misión.

Hacer una visita es grato, y a veces muy conveniente, como ya conté a propósito de mi viaje a Alemania. Pero que te la devuelvan es un deleite y un privilegio inusitados. Y eso es lo que ahora quiero narrar: cómo la dra. Martina Fornet, ejecutiva de Adveniat, uno de los principales financiadores de nuestro pobre Vicariato, ha llegado a la selva, y el optimista regusto que su paso nos ha dejado.

Aquella noche de noviembre, en su casa, cenando con su esposo y sus dos hijos, ya cambiamos impresiones acerca de su intención de venir. Martina vivió un año en Perú, haciendo una experiencia de voluntariado en Lima, y conoce por tanto un poco nuestro país, pero nunca había respirado el aire de la Amazonía. Lo había intentado, pero circunstancias se habían cruzado y lo habían impedido.

Esta vez, como buena alemana, a comienzos de año agendó su recorrido por algunas jurisdicciones peruanas de entre las muchas que Adveniat apoya. Entre ellas San José del Amazonas. La gripe me impidió ir a recogerla al aeropuerto, tal y como ella había hecho conmigo en la estación de Colonia, pero nuestro obispo y nuestra ecónoma fueron una mejor representación.

Aquella noche fuimos en busca de pollo a la brasa junto con otros misioneros; era el día de la mujer, los restaurantes en Iquitos estaban a full, el ruido era ensordecedor, pululaban los happy birthdays, pero Martina sonreía y parecía divertirse. Y lo cierto es que así ha sido durante toda su estadía: a todo se ha adaptado sin problema, no ha reclamado nada, siempre conforme y contenta.

Y eso que ha vivido la realidad cruda de los desplazamientos, las distancias y la precariedad. A la mañana siguiente salimos al río en mitad del diluvio universal: un tremendo aguacero que duró desde las dos de la madrugada hasta mediodía. Guareciéndonos con las sombrillas llegamos a Mazan, donde nos invitaron amablemente a desayuno; de ahí a Indiana en motocar bajo la lluvia; y de ahí una hora de navegación en peque peque hasta nuestro destino: Timicuro Grande.

En Timicuro debía esperarnos la comunidad para celebrar la Eucaristía en su capilla, una de las que Adveniat ayudó a construir hace cuatro años. Pero la lluvia desbarata los planes, y finalmente solo un pequeño grupo de personas se reunió, cuando el temporal ya ha había remitido. Le dieron las gracias a Martina en su manera sencilla, y nos ofrecieron un rico almuerzo: arroz con pato. Y Martina, agradecida, disfrutó de todo. Ni se quejó de los ysangos, y mira que ahí son bravos.

Al regresar, casi nos quedamos atorados en la barricada de guama que prácticamente tapaba la quebrada. Bromeamos, pero… jeje, bienvenida a la misión. En la noche, al terminar la Eucaristía de la parroquia de Indiana, la gente linda volvió a aplaudir a Martina, feliz de conocer rostros concretos de personas cuya vida mejora un poquito gracias a su labor y la de su equipo.

Al día siguiente, de nuevo en Iquitos tras dos horas de viaje en ponguero, Martina decía que “he descubierto los puestos de misión y comunidades más próximas… y hemos tomado todo un día por lo lejos que están, jaja”. En las varias reuniones que hubo en la oficina, Martina escuchó con atención, muy interesada y atenta, abriendo posibilidades de nuevas ayudas, y en todo momento trató de facilitar las farragosas tareas de informes y rendiciones de cuentas, simplificando, quitando hierro, flexibilizando los plazos, transmitiendo que confía en nosotros, que valora nuestro trabajo y comprende la parquedad de medios y personas. Un encanto.

Ayer hubo una reunión del equipo de coordinación pastoral donde evaluamos esta visita. Soledad dijo que es reconfortante saber que alguien piensa en nosotros, que hay a quienes les importan las iglesias nacientes, la pobreza, la Amazonía, y se unen con su oración, su cariño, su esfuerzo y su aporte a lo que soñamos e intentamos plasmar. Para mí, este estilo de colaboración económica, tan humano, es una primorosa manera de cuidado a la misión. En la noche invitamos a esta doctora culta, inteligente e humilde, a cenar en la Casa de Fierro; pero ni eso ni nada puede pagar todo lo que ella hace, y cómo lo hace. Gracias con todo el corazón, Martina.

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