Los recuerdos remueven las tejas, hacen aullar las ventanas, abrazan las casas, entran por las ventanas sin rendijas y hacen del andar por el mundo como un navegar en la solidaridad de la nada inabarcable. Siguen cayendo las hojas sobre las hojas. El viento hace de guía y arrastra a las honduras. El Cebreiro, impenetrable y sin camino, se hace lecho del misterio del más allá y de un mensaje de sospecha de que acontece más de lo que nos parece. En los caminos no quedan niños jugando ni viejos recordando. La única certeza de esta tarde, llena de cosas que nunca hicimos y en la que parece que el tiempo nunca existió, es que, siendo aún la media tarde, parece de noche, y el único refugio, la lejanía de las cumbres del corazón y los sótanos del interior.