Acontecen tantas cosas, mudas y rígidas, que, al ceñirse las unas a las otras, no podemos disfrutar ni sufrir en plenitud la experiencia de ninguna y nos convierten en sombras sin corazón que caminan como esqueletos andantes, viendo signos y oyendo palabras sin sentido. El follaje del verano ocultaba el interior de las casas sin tejado, pero la caída de la hoja lo deja todo al descubierto. Mientras esperamos que la frescura y armonía de una nueva primavera, que el sol de mayo acabe con este tiempo lento y con este sueño ruin de cascara de hierro, que las ramas de los árboles vuelvan a acunarnos y el verde de la montaña, que baña los pies en el Eiroá que antaño hacía susurrar el laborioso molino, y de los prados nos devuelvan los recuerdos de la infancia, nuestros deseos calientan nuestros sueños.